Terminé ayer de leer, releer, la novela de El
Quijote, leída como si fuera otra novela, una novela normal. Ayer, comentándolo
en una sobremesa me dijeron que vaya valor. Si una novela tiene más de cuatro
siglos y se sigue editando y dando que hablar, por algo será. Es un juego de
espejos con la realidad-ficción. El bachiller Sansón Carrasco les da cuenta
sobre lo que se va hablando de los personajes de la novela, que ya circula por
el mundo entero con gran fortuna, a los personajes reales: Quijote y Sancho.
Sancho pregunta si de él también se refieren cosas de importancia, si es
“presonaje” de importancia, y Sansón le dice que claro, que es uno de los
principales, pero le corrige; se dice personaje.
La edición es la de la RAE con motivo del 400
aniversario. Grandes especialistas en los prólogos y epílogos. Debo tener cinco
o seis ediciones pero esta está muy bien por el tema de las notas a pie de
página que hacen fácil su consulta. Martín de Riquer decía: “Lo que pudo ser un
mero libro de crítica literaria de circunstancias y que, al publicarse, la
reacción más dominante que suscitó fue la de la risa (para los españoles de
principios del siglo XVII el Quijote casi sólo fue un libro “divertido”) adquirió,
gracias al arte y al genio perfectamente conscientes de Cervantes (es absurdo
creer que Cervantes acertara por casualidad o que no tuviera conciencia de la
importancia de lo que estaba escribiendo), una categoría superior, un sentido
permanente y una trascendencia general”.
Y sigue más a delante: “Cuando escribe la
segunda parte del Quijote tiene 68 años está en la miseria, ha padecido
desdichas de toda suerte en la guerra y en el cautiverio, el honor de su hogar
no ha sido siempre limpio ni ejemplar, ha recibido humillaciones y burlas en el
cruel ambiente literario, y a pesar de ello, por encima de sus angustias, de
sus estrecheces y de sus penas, el buen humor y el agudo donaire inundan las
páginas del Quijote”.
Una frase que he repetido infinidad de veces
desde que lo leí por primera vez: “La mejor salsa del mundo es el hambre; y
como ésta no falta a los pobres, siempre comen con gusto”.
Más adelante, cuando discuten el caballero
con su escudero las condiciones de la tercera salida: sueldo, ínsulas, etc, el
de la triste figura le da una lección sobre el concepto de fama. Siempre he
dicho que el Quijote es una gran novela salpicada de ensayos. “Pero digan lo
que quisieren, que desnudo nací, desnudo me hallo; ni pierdo ni gano; aunque
por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da
un higo que digan de mí todo lo que quisieren”. “Por verse con fama, aunque
infame”.
En la aventura de los rebaños pierde Don
Quijote algunas piezas dentales y así se lo hace ver Sancho. “Porque te hago
saber, Sancho, que la boca sin muelas es como un molino sin piedra, y en mucho
más se ha de estimar un diente que un diamante”.
Muchas veces lo he dicho y he contestado que
el Quijote va de todo: Todo se toca si tiene que ver con la condición humana. Cuántas
veces hemos hablado de la relatividad del tiempo. Don Quijote baja a la cueva
de Montesinos y cuando sale jura haber estado tres días con sus noches y sin
embargo Sancho le dice que tan solo ha estado un rato.
También es un alegato a la buena lectura. Don
Quijote ha leído mucho y tiene una gran cultura. Constantemente hace
referencias al mundo antiguo a infinidad de novelas de su tiempo y del mundo
clásico. “Que el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho”.
“Quedó Sancho de nuevo, como si jamás hubiera
conocido a su señor, admirado de lo que sabía, pareciéndole que no debía de
haber historia en el mundo ni suceso que no lo tuviera cifrado en la uña y
clavado en la memoria”.
La pareja pasa como en todas las vidas por
muchas tribulaciones. En el capítulo XXIX está ya bastante cansado Don Quijote
de la vida. Y reflexiona: “Dios lo remedie, que todo este mundo es máquinas y
trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más”. Yo no puedo más. Frase
dicha hoy mismo por un político al que han perseguido desde que hace un año
sufriera su región la Dana más dañina de la historia, como si el haber estado
sentado hubiera salvado la visa a las más de doscientas personas que perdieron
la vida.
Uno de los capítulos que más recordaba de la
primera lectura es el del gobierno en la península Barataria de Sancho Panza.
Los duques le han enviado conchabados con los de su pueblo y lo ponen a prueba.
Sale airoso pero un poco harto del ejercicio poco satisfactorio de ejercer de juez.
Antes Don Quijote con su inteligencia y saber natural le ha dado unos consejos.
Deberían ponerlo en la entrada de nuestro Congreso: “No te muestres, aunque por
ventura lo seas, lo cual yo no creo, codicioso, mujeriego ni glotón; porque en sabiendo el pueblo y los que te tratan tu inclinación determinada, por allí te
darán batería, hasta derribarte en el profundo de la perdición”. Enseguida me
he acordado de los personajes actuales de los políticos que tienen problemas
con la justicia.
Él sabe quién es. Es consciente de su figura
y de su conocimiento. No me extraña que aún hoy vengan turistas japoneses a la
Mancha buscando su tumba. En las primeras páginas del siguiente libro que he
comenzado a leer, La sopa con tenedor se dice: Don Quijote existe, aunque no
existe Don Alonso Quijano”.
“Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso,
pero también conozco que no soy disforme, y bástele a un hombre de bien no ser
monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho”.
Leyendo el Quijote se tiene la sensación de
asistir a un mundo propio. Y siempre hay ocasión para echar unas risas: “Un
pintor de Úbeda, que cuando le preguntaban qué pintaba, respondía: “Lo que
saliere”; y sin por ventura pintaba un gallo, escribía debajo: “Este es gallo”,
porque no pensasen que era zorra”.
Y llega el fin del libro y se pone enfermo
Don Quijote y viene el cura y el médico a dar fe de su mucha gravedad y Sancho
y su familia revientan en lloros y entrega su alma al señor y se muere sin más.
Sancho le quiere dar ánimos pero ya nada puede salvarse porque Sancho se ha
contaminado de Quijotismo y Don Quijote tiene al final ramalazos de realidad
ante su propia muerte.
En los comentarios del final un subrayado de
Rafael Lapesa: “El estilo típico de Cervantes es el de la narración realista y
el diálogo familiar. La frase corre suelta, holgada en su sintaxis, con la fluidez
que conviene a la pintura cálida de la vida, en vez de la fría corrección atildada.
Esta facilidad inimitable, compañera de un humorismo optimista y sano, superior
a todas las amarguras, es la eterna lección del lenguaje cervantino”.
No sé si volveré a leer de nuevo El Quijote,
así, desde el principio hasta el final, pero sé que estas lecturas son de las cosas
importantes que se pueden hacer como experiencia lectora.
Comencé su segunda lectura el 16 de octubre y
lo terminé ayer dos de noviembre.