Después de la “historia” pura, que es así como considero los libros de Scurati sobre Mussolini, he querido leer algo ligero, una novela. Se la compré a un argentino en una papelería de barrio. Vende todos los usados a 3 euros. Lo compré sólo por ser quien es el autor.
Apenas tenía poco más de treinta años y con esa edad normalmente aún haces pruebas, experimentos. La novela es algo confusa. Y lo hace aposta como declara al final. Trata de una mujer que se ha separado y se da al juego. Tiene un niño pequeño al que descuida. Es profesora y esta quemada, algo perfectamente normal. Un día va al casino y prueba con la ruleta. Su perdición. Tiene una herencia a la que quiere poner finiquito lo antes posible. Ganando o perdiendo, le da igual.
A mí me ha aburrido. Aún le faltaban muchos años para que llegara a ser el gran Carrère en el que se convertiría con El adversario.
Ni para lectura de verano. Comienzo el libro que citó el juez Marchena en su libro. Vigilar y castigar de Michel Foucault. Una de cal, blandita, y otra de arena, dura.
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