El calor, las vacaciones, la muerte de mi padre, después de 80 horas sedado en su casa, rodeado de su familia; las horas de reflexión sobre la vida y la muerte, no leer la prensa y no ver los telediarios, todo junto, ha hecho que me esté despolitizando. Sí, he pensado mucho en ello. Cuando llegué el viernes 8 bien temprano a su casa, mi padre se encontraba lleno de angustia. Como un adolescente echado en la cama que hubiera bebido sin control. No sabía decirme lo que le pasaba, sólo hacía muecas de queja y dolor sin que nadie supiese qué le dolía. Llamamos al médico de paliativos y después de tomarle las constantes, 80 de saturación en sangre, decidimos entre todos ponerle de manera subcutánea un cóctel de productos mórficos. El médico, amable, humano, simpático, competente, nos dijo que no creía que pudiera llegar al domingo, sin agua ni alimento alguno. “Es para ayudar en el tránsito, nunca una eutanasia”. Debo confesar que cuando tomamos mi madre y yo la decisión con ellos me entró un vértigo terrible. Íbamos a decidir que mi padre nunca más iba a despertar. Nada más ponerle la aguja su rostro cambió y se transformó en el de una persona profundamente dormida, placenteramente dormida. Pero su vida, su cuerpo, era ya inviable, invivible. El caso es que estuvo todo el viernes, el sábado, el domingo completo, para dejar de respirar el lunes a la una en punto de la madrugada. Consumido, deshidratado como una fruta al sol.
Terminado Vigiliar y castigar, el libro que citaba el juez Marchena en su libro sobre la justicia. Confieso que las primeras páginas me asombraron. Se detallaban varios ejemplos de suplicios. Su autor es el intelectual francés que tanta influencia ha tenido: Michel Foucault. Curioso cómo va cambiando la forma de administrar la justicia en el mundo.
“Ser testigo es un derecho que el pueblo reivindica; un suplicio oculto es un suplicio de privilegio, y con frecuencia se sospecha que no se realiza con toda severidad. Se protesta cuando en el último momento la víctima es hurtada a las miradas”.
Los procesos penales eran ocultos incluso para el reo que no sabía nada de los jueces, de los fiscales, ni siquiera de qué se le acusaba, pero la pena, cruel, era exhibida al pueblo para dar ejemplo. El castigo como advertencia.
Si uno busca la palabra “panóptico” en un buscador le saldrá su significado y la referencia de Foucault.
“Un panóptico es un tipo de arquitectura carcelaria diseñada para permitir que un vigilante observe a los reclusos desde una torre central sin que estos sepan cuándo están siendo observados”.
“El detenido tendrá sin cesar ante los ojos la elevada silueta de la torre central desde donde es espiado. Inverificable; el detenido no debe saber jamás si en aquel momento se lo mira, pero debe estar seguro de que siempre puede ser mirado”. Es a lo que tienden los sistemas políticos más o menos modernos: el control total del ciudadano.
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