Sólo he leído dos libros de este autor colombiano, el inevitable y maravilloso El olvido que seremos y sus diarios. Éste, su compra, se la deben a los miembros de la Cultureta que tan bien hablaron de este libro (no siempre aciertan conmigo). Poco hizo falta para convencerme: me gustan los reportajes, de guerra, de viajes, de mafia, de historia.
Dos jóvenes ucranianas contactan con él para poder publicar su libro allí una vez traducido. Ese gesto de decir que sí puede provocar un terremoto, la muerte en zona de guerra. Su falta de personalidad le impidió, como dice él, negarse a viajar a pocos kilómetros del frente de guerra.
El libro se puede dividir en varias partes. En cada una de ellas se habla de sus acompañantes: Sergio Jaramillo, famoso por haber sido el urdidor de la paz en la guerrilla colombiana con el gobierno.
Y aquí aparece un famoso político y comunista español: “Al parecer Álvaro Leyva, que años después llegaría a ser canciller de Gustavo Petro y que representaba en La Habana como un experto independiente e imparcial –pero en realidad era muy cercano a Iván Márquez, el jefe de las Farc, y consejero privado de Enrique Santiago, el abogado español que asesoraba legalmente a la guerrilla-, no soportaba la inteligencia de Sergio Jaramillo, que cuidaba cada frase, cada palabra, y no caía en sus trampas, malicias, astucias y leguleyadas”.
Gran personaje a seguir este Sergio Jaramillo: “En los momentos de crisis o de ataques, Sergio entra en modo de calma, se vuelve impasible, pone cara de nada, parece un lago de aguas quietas. Ante algo grave, àrece más sereno que nunca, absolutamente concentrado y conciso. Yo he conocido gente que se desespera por una cucaracha; a él no le he visto en la vida desesperado por nada, ni siquiera por una tragedia”. Cómo me gustaría acercarme a esa forma de moverte por el mundo.
Me declaro seguidor de Abad Faciolince: sus últimos versos de un autorretrato suyo: “Mi única religión, de día, es la lectura (escribo en los crepúsculos) y de noche la música de Bach”.
“Vamos a ciegas, los escritores, si no nos hemos leído. Al fin y al cabo, los escritores no somos casi nada, o, mejor dicho, somos casi tan solo lo que hemos escrito”.
Mi padre acaba de cumplir 91 años y lleva más de dos años enfermo, cada vez más dependiente. Su vida se limita ya a defecar, comer y dormir cuando tiene una buena noche. Y dudo que sienta lo que la madre del autor, fallecida hace poco: “como murió mi madre en septiembre de 2021, de vieja, con el cuerpo acabado ya, pero todavía lúcida de mente y llena de alegría y ganas de vivir a los noventa y seis años. Es una gran virtud morirse sin ganas de dejar la vida, amándola todavía a pesar de todo, a pesar del dolor y los achaques, a pesar de la vejez y el deterioro inevitable del cuerpo”.
Me ha gustado mucho esta lectura. De lo mejorcito que llevo de año.
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