martes, 14 de enero de 2025

ME PIDEN QUE REGRESE. ANDRÉS TRAPIELLO.

  

  Andrés Trapiello es ya de sobra el autor del que más libros tengo. En la base de datos su apellido pasa de la pantalla para desarrollarse más abajo. He leído casi todos sus diarios, sus libros raros, sus ensayos y bastantes de sus novelas. Siempre lo digo: me gusta más el Trapiello diarista que el novelista. Algunas novelas me han decepcionado bastante. Ésta sin embargo le ha salido, como dice en su última frase, más que “decorosamente”. Como le dije en el muro de Face dedicado a él por sus lectores, sus diálogos, cortantes, incisivos, rápidos, me han recordado a los de Casablanca, recién vista a trozos, como siempre. Y la descripción de los personajes, sus retratos, me han recordado a los que empleaba Baroja en sus novelas, palabras mayores. Al final, en las últimas páginas, los personajes se hacen carne viva para convertirse en personajes reales, saliendo de la ficción y adentrándose en la historia profunda. Esa que es invisible hasta que no la rescata alguien. “Todas las vidas merecen su novela si se cuentan bien”. Algo así dice Trapiello no sin razón. Otro personaje que sale vivo en las páginas es Franco, pero no tan vivo como nos lo presentan cada día las autoridades oficiales de este gobierno. Cien, cien actos para conmemorar la muerte del dictador.

 

    Dentro de un diálogo: “Los rusos son los únicos que saben que la guerra civil la perdieron en el 39. ¿No pasarán? Hemos pasao. Y si eso lo sabe Celia Gámez, por supuesto que Stalin también. En Grecia Stalin ha dejado tirados a los comunistas a cambio de Polonia, y los Estados Unidos e Inglaterra han transigido con los comunistas en Hungría y Rumanía a cambio de que Rusia no se asome al Mediterráneo”. Cuando siendo un adolescente fui con la familia a una cena espectáculo de Celia Gámez aún no sabía nada de todo esto.

  “…desde luego que Churchill está más cerca de Franco, que era aliado de Hitler, que de Stalin, con el que acaba de reunirse en Yalta”.

  Otro diálogo estupendo: “-De arte no entiende nadie. No te apures –le tranquilizó Hughes-. Con decir “interesante” o “magnífico” o “no es lo que me interesa” todos se dan por satisfechos. Y en cuanto vean la alegría con la que gastas el dinero, te respetarán. Da igual lo que compres. El dinero hace bonito lo feo, y lo malo pasa a bueno. Al dinero se discuten pocas cosas, y menos en arte”.

  Son ideas que le he leído varias veces en sus escritos. Hay mucho de Trapiello en esta novela. Y estamos de acuerdo en claves históricas: “Sin 1934 igual no habría habido 1936”.

  “Un billete falso de cincuenta dólares son cincuenta dólares más la obra de arte”. Bien hecha habría que añadir. “Las gentes quieren ser engañadas”. Que se lo pregunten a nuestro presidente actual.

  “En España es una maldición no poder hablar tres minutos sin que aparezca la guerra. Incluso cuando la gente tiene que callarse, su silencio habla de la guerra”.

  Y una frase dicha por el protagonista que se parece tanto a la que hizo Marañón desde su exilio: “Cuando comenzaron a llegar las fotos del terror en Madrid me quedé espantado. El día que vi en los periódicos de allí la foto con las momias de las monjas profanadas y los milicianos vestidos de obispos y curas como en un carnaval, la República perdió la guerra, y, peor, perdió la razón”.

  De entre las novelas que he leído de él, esta es la que más me ha gustado. Pero, como dije también en el Face, espero con ansiedad la publicación de su nuevo tomo de sus diarios, el Salón de los Pasos Perdidos.

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