Y también me ha recordado una obra estupenda de teatro vista hace pocos años: una especie de juicio a la vida y obra del Che Guevara. Para qué todo aquel sacrificio. ¿Mereció la pena? ¿Había cambiado el mundo después de provocar miles de muertos? Esto le contó Silvia a Leila: “Sentíamos que íbamos a cambiar el mundo. Que nuestra vida era superapasaionante. Creíamos que venía el hombre nuevo, todo parecía una coreografía de película. Nos vestíamos con vaqueros y pelo largo. Queríamos formar parte de esa mística revolucionaria, de los hermanos latinoamericanos”. Y añade la autora: Por la forma en que lo dice, queda claro que ya no cree en nada de eso.
“La gente con hijos tiene una existencia fácil, casi no puedes pensar en el suicidio durante años… Tengo hijos, no tengo preguntas sobre el sentido de la existencia”.
En un momento del libro hablan de la crisis que suelen tener las mujeres en la menopausia. Y habla de que toma un medicamento milagroso hecho a base de hormonas sintéticas, la “tibolona”. Se lo comento a ella por si aca. “Se utiiza para atemperar síntomas de la menopausia –sequedad vaginal, sofocos- que les recomendó un ginecólogo.
“Sé que los únicos paraísos no vedados al hombre son los paraísos perdidos”.
“Yo sé, todos saben, que la derrota tiene una dignidad que la ruidosa victoria no merece”.
Silvia solía poner frases ingeniosas en su Facebook. Esta me ha hecho gracia: “El pero es el mejor amigo del hombre. Pero el gato jamás le dirá a la policía dónde está la marihuana”.
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