Baroja en su tercer libro de memorias: FINALES DEL SIGLO XIX Y PRINCIPIOS DEL XX perteneciente a la última vuelta del camino. Me encanta Pla y creo que Baroja es el que, para mí, más se parece en estilo, o al revés; se podría decir que Pla se parece a Baroja. Lo cuenta todo con gran convencimiento, aunque a veces tenga uno que reírse de sus salidas. Este libro lo vi en la Cuesta de Moyano y me lo vendió junto con otro de la Caro Raggio por veinte euros. Poco me parece para el placer intelectual que procuran. Ya lo dije una vez: con Baroja se tiene material inagotable para toda la vida.
Aquí se cuenta el Madrid literario de eso, el París de entonces, los meses pasados en Londres, del Madrid de finales del XIX y principios del XX. Y lo cuenta de un modo divertido, al estilo Pla o Baroja. Lleno de anécdotas, de escenas cómicas redondas. “un pintor, tenía una buhardilla tan estrecha que no le cabía en ella más que la cama, y cuando quería estirarse le era indispensable sacar los pies por el tragaluz del tejado”. “Alberto Lozano, poeta andaluz que vivía escribiendo artículos encomiásticos en un periódico de bombos”. Y añadía: “El señor tal es el cacique más importante de la provincia de Tarragona, y aun así hay algunos que le niegan sus votos”. Cuántos periodistas de hoy en día, de principios del XXI se dedican a eso, al bombo. “Es una muestra de la cándida inmoralidad que produce el hambre”.
Una anécdota atribuida a Ricardo Fuente que tenía un familiar militar. “Tenía un pariente militar, que cuando le tocó ir a Marruecos, en aquella época de la guerra de Melilla en que mataron al general Margallo, en vez de ir a África pidió el retiro. Mi amigo advirtió al militar: -Chico, me parece que vas a quedar como un cerdo. A lo que el pariente replicó: -Sí, es verdad, pero como un cerdo vivo”.
Habla de política y de la sociedad de su tiempo y lo hace con criterio auqnue a veces uno no esté de acuerdo con él: “Entre Marx y Nietzsche han oscilados las corrientes del final del siglo XIX y principios del XX. Con ese sedimento dogmático, las dos fuerzas políticas antagónicas, en la práctica, tenían muchas tendencias iguales, el mismo culto por el Estado y la misma preocupación por el trabajo material y la misma indiferencia por la libertad del espíritu. Era un preámbulo de la vulgaridad y de la mediocridad del siglo que comenzaba”. En esto cómo no voy a estarlo.
Habla del estilo literario y del esfuerzo en escribir bien. “Supongo que en la literatura no se aprende nada, y que lo que se aprende vale poco”, en esto no puedo estar de acuerdo. Nunca termina uno de aprender.
Estaba en la cafetería del barrio donde vive mi madre y leía este libro. Llegó ella y fui al servicio dejando el móvil encima de la página por la que iba mi lectura. Cuando salí mi madre lo había ojeado y se había perdido por donde iba. Se disculpó: no pasa nada, sabía que iba por un recién párrafo subrayado: “A mí nunca me han tachado de homosexual, y, naturalmente, no tengo éxito”. Recordemos que estamos a principios de siglo XX. Luego vino una amiga, muy simpática y cariñosa, y hablamos de libros. A mí me decía que le gustaban más ligeros que este, tipo Entre Costuras o el último premio Planeta, picante y erótico, explicó. Mi madre le dio la razón y dijo que el último que le había dado yo para leer era infumable. San Manuel Bueno y mártir, de Baroja, dijo. No mamá, es de Unamuno y yo lo he leído dos veces. Me encantó pero está claro que hay y debe haber público lector para todo. Bastante es ya que lean.
No pierde la oportunidad para meterse con el comunismo o con el anarquismo. Y me parece muy bien: “Se explica que Picasso se haya declarado últimamente comunista, es decir, en rebeldía con la opinión general, aunque el comunismo puede llegar a ser como empieza a ser ya en Rusia: un sistema aristocrático, militarista y burgués”. Cuánto de acuerdo estoy.
Me ha hecho gracia una anécdota que cuenta sobre lo de leer en público, qué de mal gusto puede llegar a ser: “Si me lee usted algo, yo le leo”. Como una amenaza o tortura.
Una definición sui géneris sobre lo que debe ser un escritor: “es un hombre que debe tener un empleo, que debe ir a un café a hablar mal de este o del otro, a decir que escribir es una tontería y que a él no le gusta escribir. Entonces ya tiene la simpatía de los tontos de café que se creen listos, y lo elogian con entusiasmo, porque el escritor es tan tonto como ellos”.
Y otra vez sale El Fuego, de Barbusse. Debo comprarlo ya.
Al final dice que cree que su mejor libro es El árbol de la Ciencia, y creo que también tiene en esto razón. Ahora me queda en la recámara Las Furias. Siempre hay que tener un Baroja en la recámara, o al menos uno a la vista.







