Las Memorias de César González Ruano ya se ha
convertido en una de las lecturas más importantes de los últimos años: qué bien
escribe, qué anécdotas más bien contadas, qué riqueza de expresión, qué cinismo
más gracioso. Cuenta que cuando su padre y su madre se trasladaron a vivir a
Madrid desde Santander, a la calle Barquillo, como eran solo los dos apenas
tenían personal de servicio: “les bastaba con el cochero, un criado, cocinera,
primera doncella y segunda doncella”. De su abuelo paterno dice que después de
dejar las armas tuvo la vocación sobre todo de no hacer nada, y ya, cuando se
le había ido la cabeza, y ante sus obsesiones amorosas, contrataron a una femme
de rue que iba los jueves para su satisfacción. La recibía muy acicalado y sin
más protocolos despachaba el asunto. No hace falta añadir que les daba la brasa
a los de la familia por saber cuánto faltaba para el jueves siguiente. Con
pocos libros se puede decir: menos mal que me quedan seiscientas páginas.
Conoció a infinidad de periodistas y
escritores. A los hermanos Machado. Cuenta para cada uno alguna anécdota. A
Manuel una vez lo vio junto a Cansinos en el entreacto de una obra de teatro.
Fue a saludarlos porque conocía a ambos y creía que sería bien recibido. Fue a
abrazar al poeta sevillano y este le hizo la cobra. “Mire usted, querido Ruano,
usted me estima y yo le correspondo, pero son tiempos de pocas bromas y usted
tiene fama de fascista. De modo que le agradecería que no se muestre tan
efusivo conmigo en público, porque yo soy un republicano que está con el
pueblo”. Aquello le pareció una estupidez y le respondió: “Descuide usted,
Manolo… Ni en público ni en privado. Por mí puede usted irse a la mierda”. Ahí
me acordé de Fernán Gómez.
Y la de Antonio Machado se produjo también
antes de la guerra. Ruano estaba viviendo en Roma y ya estaba allí el rey
destronado. Sabiéndolo Antonio le hizo un encargo por si tenía la oportunidad
de decírselo. A veces el periodista (a veces lo confundieron por las pintas con
Dalí) entrevistaba al rey. “No sé si sabrá el Rey quién soy yo… (le dijo el
poeta de Campos de Castilla) pero si usted cree que lo sabe y que esto puede
alegrarle, dígale que estoy convencido de que nos equivocamos todos y que
España sin el Rey va hacia la catástrofe”.
Me han gustado mucho más estas memorias que
las de Cansinos, efectivamente tristonas pero ricas y con fundamento. En estas,
las de Cansinos uno siempre piensa: qué bajonazo, como su apellido indica. Con
las de Ruano, ¡qué cabroncete! Y te ríes del ingenio para hacer daño o risa.
Era una especie de Umbral pero auténtico. Un tipo nacido para escribir.
Ramón
Gómez de la Serna perteneció al tribunal que concedió por unanimidad el
premio Mariano de Cavia a César. Éste habla con respeto y admiración del otro. Sí
resalta que se tenían antipatía Cansinos y Ramón. “Cansinos y Ramón se odiaban
y secretamente yo creo que se tuvieron siempre una admiración”. Uno, Ramón,
quería conquistar con la risa, Cansinos, llorando. A quien le tenía un poco de
tirria era a García Lorca. Que te lo cuente él mismo: “A mí, Federico García
Lorca no me acabó de ser nunca simpático como le fue a casi todo el mundo. Era
como un chico de pueblo ordinario que se hubiere puesto un lazo de seda en el
pelo y sentado frente a un piano a hacer gracias”. Para qué seguir. Sobre
gustos… “…presumía de ser gracioso, espiritual y mariquita del sur”. Aunque
nunca negó su talento para la poesía. Era un poco tocapelotas Ruano. Recordemos
que siendo apenas un veinteañero González Ruano se dio a conocer en el Ateneo
por decir, arriba en la tribuna, que se notaba que Cervantes era manco porque
parecía que su Quijote se había escrito con los pies. Es una manera de llamar
la atención, que se hable de ti aunque sea mal. Eso lo supieron, por ejemplo, personajes
contemporáneos como Risto Mejide o Albert Rivera; el uno por hacerse un papel
de mala sombra y el otro por darse a conocer en pelota picada.
Le doy máxima prioridad a mi placer de
lector. No me importa que Philip Roth se matara a pajas de joven, que Machado
sedujera y se casara con una quinceañera pensando que de ocurrir hoy sería
detenido por corruptor de menores. Tampoco me importa, aunque me tenga que
tapar la nariz con perfume barato, que Almudena Grandes dijera aquello del goce
de una monja violada por un grupo de milicianos sudorosos. Tampoco que
intelectuales de izquierda delataran en el Madrid rojo a compañeros de
profesión vaya usted a saber por qué. (Es alto el número de nombres que va mencionando
César G. Ruano que fueron asesinados en ese invierno del 36 por las turbas de
milicianos, hablando sólo de nombres de su profesión). No nos vamos a poner a
juzgar ahora el comportamiento de unos y otros en aquella época oscura. Sus
historias quedaron olvidadas o han pasado a los libros de historia y han
quedado sus obras. Yo he leído y además no hace mucho, las mismas memorias de
Cansinos, las de Aub, las de Arturo Barea, un texto inolvidable para mí, las de
Agustín de Foxá, falangista, las de Carrillo, comunista, las de Semprún,
comunista, etc, etc. Valoro más cómo se cuenta cada historia que la ideología
de cada cual.
No, no era muy republicano César González
Ruano. Recuerda en una página lo que se cantaba en la efervescencia del
advenimiento:
¡Un dos
tres, que muera Berenguer!
¡Adiós,
alirón
Alfonsito
es un ladrón!
Muy bonito.
Una anécdota bonita, digna de una novela.
Campmany decía de él, de César, que era un rata, al que siempre le iban
persiguiendo los que querían cobrar facturas. Un día llegó una carta a la
redacción, como tantas otras veces. Pero esa vez era de una mujer que decía su
nombre: Agustina. Decía que necesitaba verle. Recordemos que no había wasap.
Quedaron en una cafetería. Era una mujer morena, hermosa, vestida de manera pobre.
Le pidió mil pesetas. Esa cantidad era lo que ganaba él en un mes en el
periódico. Él dijo no tener allí el dinero pero que se lo haría llegar. Dijo
ella que no, que quedaran al día siguiente. Llevó las mil pesetas y ella quiso
ir quedando más días. Le preguntó si estaba comprometido y él dijo que sí. Y un
día de otra cita apareció ella lujosamente vestida con vestidos caros, abrigo
de piel y joyas y con las mil pesetas para devolverlas. En realidad era una
condesa de no sé qué y que estaba profundamente enamorada de él. Que todo era
una prueba de ver cómo era él después de conocerle y de haberse enamorado a
través de sus letras en libros y prensa. El conde, marido celoso, se enteró y
se armó gorda. Incluso estuvo convocado en eso de los duelos hasta que se cansó
y abandonó cualquier relación con aquella chiflada.
Si me hubiera tocado vivir en España en
aquellos tiempos y sabiendo lo que sé hubiera seguramente pertenecido a la
tercera España, pero a veces eso era también imposible, por las circunstancias
o porque te mataran los de uno u otro bando. Y si me hubieran apretado más,
entonces… entonces hubiera aborrecido todo lo que venía del mundo soviético. Cualquiera
sabe cómo nos habríamos conducido en sus mismas circunstancias.
En el año cincuenta y por lo que describe,
parece a punto de morir. Debe tener un principio de enfisema pulmonar y a los
dos pasos se tiene que parar agotado. Pero duró muchos más años. Aquí tengo
pendiente sus Diarios comenzados justo después visto el gran éxito de público.
No sólo no colaboró con los nazis sino que
estuvo detenido por la Gestapo. Incluso asistió a un simulacro de fusilamiento.
Lo interrogaron cientos de veces durante los setenta y tantos días que estuvo
detenido. El Dr. Gregorio Marañón intercedió con él y con su influencia pudo
salir en libertad. Cuando llegó a su piso de Madrid estaba desvalijado.
Más que delator fue un delatado. Cuando lo
detuvieron cuenta esta escena: “Salí entre dos policías que me habían arrestado
y al cruzar de nuevo el portal vi con cierto asombro, entre los que estaban
allí charlando y haciendo la guardia, a un boxeador francés que estaba casi
todas las noches en el comptoir del Café Dòme, más o menos mezclado a los
españoles que solíamos ir allí un rato antes de cenar. Él hizo como que no me
veía y aun quiso disimular su rostro llevándose una mano a la boca”.
La Historia se modifica constantemente. Se
anulan calles, instituciones, se suprimen premios. Quizá algún día Ortega y
Gasset o Gregorio Marañón sean aniquilados. Aún hoy, inexplicablemente hay
universidades que tienen el nombre de Rey Juan Carlos I. César González-Ruano fue
un premio que hace años fue disuelto. Una de las razones por las que la Gestapo
lo detuvo está en que no entendían por qué se fue de Berlín teniendo un buen salario
para irse a vivir a París sin ejercer de nada. Pero sí que hacía cosas. Cuando
le preguntaban el motivo él respondía que le gustaba más París. Hizo un libro
con veinte artistas españoles residentes en la capital francesa. Le dio por
mercadear con el arte de sus compatriotas y se dio cuenta, como Trapiello mucho
después, de que el valor, el precio más bien, es lo más relativo del mundo.
Dijo que un cuadro de pongamos 10.000 dólares que llevaba dos meses sin vender
se vendía sin problemas enseguida si lo subías a 20.000 y le dabas la charla “experta”
de su valor.
“En Madrid, el buen burgués tipo, el
burócrata, no concibe la vida de sociedad con señoras, si ha de llevar la suya”.
“Me decía Gabriel Miró, el pobrecito Miró,
que la literatura nos da tantas cosas que sería demasiado perdirla que nos
diera dinero”.
Del Callejón del Gato sobre González-Ruano: “Sus memorias Mi medio siglo se confiesa a medias, es una verbena
sagrada y golfa de la vida literaria de medio siglo XX y una riada de saberes
raros, personajes peculiares y observaciones regocijantes”.