Una herencia oculta.
La pasada semana me ocurrió algo extraño y extraordinario. Me disponía a salir a entrenar con la bici de montaña cuando mi amiga B. me envió un wasap. “Herminio, deja lo que estés haciendo y vente para acá. Estoy en casa de una amiga a la que se le ha muerto su tía, está en su casa y está literalmente llena de libros. Dice que no los quiere y que los va a tirar o a regalar”. Ni que decir tiene que lo dejé todo y para allá que me fui. La casa está cerca de Moncloa y es un piso grande, de esos con salones continuos, pasillos y recovecos que van a dar a un vestidor o a un cuartito de plancha. Todo lleno de libros, cds, discos, periódicos y revistas viejas. La dueña, una mujer notario de unos cincuenta, me dijo que menos en el salón principal (el marido quería revisarlo) podía coger lo que quisiera. Así me dispuse con una banqueta de madera en el salón contiguo. No os podéis imaginar. Todo ordenado: historia, Japón, viajes, novela… Abrí dos bolsas de Ikea y comencé a echar allí libros que he tenido muchas veces en las manos pero que no he llevado por el precio o porque no los había vuelto a ver:
La República española, el tochazo de Pla. 1800 páginas con las crónicas de uno de mis escritores preferidos. Sueño en el Pabellón rojo, en dos tomos de Círculo del Quijote chino. El Borges de Bioy Casares, como La Vida del Dr. Johnson pero en argentino. El Diario Íntimo de González Ruano. Una biografía de Madame Du Deffand. Dos Autobiografías inencontrables de la editorial Trieste de Trapiello: Villalonga y de María Manet, y así hasta 22 libros de primerísima calidad. Y encima me vine triste porque me dejé allí algún Gredos que como dijo que podría volver, le encargué a mi amiga la cual me ha guardado diligentemente.
Las invité a un desayuno en un bar de al lado y seguimos. Mi amiga se llevaba prendas de la finada aparte de algunos libros por mí elegidos que yo ya tenía y que me habían gustado. Y me fui cargado y con un sentimiento agridulce: Meter las narices en la intimidad de una señora viuda sin hijos, con sus manías (una bolsa de conchas, una bolsa llena de duros, postales viejas…) su ropa, su cocina recogida. Qué pena de vida. Me imaginaba quién tocaría mis cosas, quién arrancaría de los estantes mis libros y se los llevaría dejando otros. No somos nada. La amiga de mi amigo me contó que ella ni siquiera era sobrina. Era la hija de una prima de su madre o algo así, de tal manera que ha tenido que pagar un impuesto altísimo por heredarlo. De todas formas no tendrá problemas en venderlo o alquilarlo.
Y ahora con La liebre con ojos de ámbar, de Edmundo de Waal. Qué pena también: la historia de unas figuritas de Japón heredadas a través de una familia judía hasta la actualidad. La historia de éxitos y desgracias en una Europa próspera o en guerra. Los Ephrussi. Cómo me gustan esta clase de libros. Editorial Acantilado.
Me lo regalé para mi cumpleaños. Es caro pero los Acantilado me superan, me encantan y les reservo un sitio de honor en la biblioteca de arriba. Debo tener unos cincuenta, especiales las memorias de Spee y la Vida del Dr. Samuel Johnson o los Ensayos de Montaigne.
El libro está escrito por un ceramista descendiente de los Ephrussi pero estudió literatura en las mejores universidades de Inglaterra, y se nota. El libro está muy bien escrito. Y aprovechando las aventuras de las netsuke se cuentan las cuitas de sus antepasados. Las figuras decorativas dan la vuelta por Europa desde su nacimiento en Japón y vuelven al Japón después de mil peripecias.
“Entre los conocidos de Viktor (el abuelo) abundan los suicidios. La hija de Schnitzler, el hijo de Hofmannsthal, tres hermanos de Wittgenstein y el hermano de Gustav Mahler se habían dado muerte. Con la muerte uno se separa de la vida mundana, del esnobismo, las intrigas y el chismorreo y se entrega a las Gleintende. La lista de razones para suicidarse que da Schitzler en Camino a campo abierto comprende la Gracia, las deudas el aburrimiento de la vida o la pura afectación”.
Leyendo los primeros libros de Leigh Fermor recuerda de cuando pasó por Europa y se relacionó con antiguas princesas europeas en palacios suntuosos. Él era capaz de hablar igual con un príncipe que con un porquero. “El viajer Leigh Fermor, que durante el recorrido que hizo a pie por Europa en la década de 1930 se hospedó en Kövecses, escribió que en la casa aún reinaba la atmósfera de una rectoría inglesa, con pilas de libros en todos los idiomas posibles y mesas atestadas de extraños objetos de asta y de plata”.
Imaginemos un heredero que es joven, guapo, distinguido, que sabe idiomas y que tiene tanto dinero que puede permitirse un año de viajes por el sur de Europa acompañado de amigos con acceso a buena vida, arte, mujeres, fiestas… qué injusta esta vida! Pero el imperio se vino abajo: “Funcionarios imperiales sin país llegaban a Viena desde todos los rincones del ex imperio para descubrir que los ministerios a los que habían enviado sus meticulosos informes estaban cerrados”.
Y qué tristeza leer sobre los años de ocupación de los nazis en Viena. El despojo de todos sus valores y objetos. Gracias a Anna, una de las trabajadoras de la casa, se pudieron recuperar las 264 piezas de los netsukes.
Creo que hay autores de una sola obra. Éste es uno de ellos. No pienso leer nada más de él. Dejar intacto el mejor sabor de boca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario