viernes, 12 de abril de 2024

MANUEL AZAÑA. SANTOS JULIÁ.

   

  En una de mis librerías favoritas encontré esta colección de biografías. Es Bookcenter, en un gran centro comercial. ¿Por qué es de mis favoritas? Porque puedes encontrar sorpresas como estas por poco dinero.

  Este libro me ha gustado especialmente. Había leído hacía poco una historia de España escrita a tres manos y Juliá era uno de ellos. Hace unos años leí sus diarios de guerra y sus memorias. Escribía bien, disfruté mucho con esas lecturas.

  Y qué pena, qué tremenda tragedia. Leer libros sobre este periodo de la historia tan trágico te hace ver las cosas desde varios frentes. Y te descubre cosas nuevas. No sabía que cuando Companys declara la independencia de Cataluña en octubre del 34, dentro de la República española, Azaña estaba en Barcelona. Que le aconsejaron, las autoridades de justicia, que se fuera de allí porque seguramente iban a ir a detenerle (pensaban que estaba conchabado con la Generalitat). Que se escondió en casa de un doctor conocido suyo, que fue a buscarle la policía y que se escondió en la terraza, y que de allí se lo llevaron detenido y estuvo hasta el 28 de diciembre en diferentes buques de la armada. Los indepes ya eran tremendamente desleales con España, y traicioneros, aprovechando la debilidad de la República. Ahora estamos en las mismas. A Sánchez se le va a atravesar la amnistía en la garganta como un sapo venenoso y sólo le van a quedar dos opciones: o escupirlo o tragárselo. Que le pregunten a Fran de la Jungla qué se siente ante el veneno de un sapo: “te sientes morir”. Ayer en el Senado Aragonés explicó  claramente para qué les sirve a ellos la ley: no para la reconciliación y la gobernabilidad, sino como otro paso necesario para la independencia. Si vemos los últimos años hay que creer más a los indepes que al gobierno de Sánchez. Hay algunas diferencias: en el caso de Azaña sí estaba en su programa la amnistía a Companys y cía que habían sido condenados por la justicia de la República a 30 años de prisión.

  Pero hay tantos paralelismos…: Azaña, rodeado de dificultades, declaró: “Antes que la Constitución está la República y antes que la República está la revolución”. Luego, ante las fechorías de los catalanistas, como se les llamaba entonces, tuvo que invertir las prioridades. Tuvo que enarbolar la Constitución para defender a la República. ¡Qué tremenda tragedia! Menos mal que murió enseguida, en un pueblo de Francia, acosado por las nuevas autoridades españolas. Parte de su familia fue detenida en París, trasladada a España, juzgada sumariamente, y sentenciada a muerte poco después. Zugazagoitia, el que fue ministro y periodista, ente ellos, además de Companys.

  De Ortega: “hay que vivir prevenidos contra iconoclastas que pulverizan las viejas imágenes y después se apresuran a ocupar las hornacinas vacías”.

  Se dispone en París a leer a los clásicos e historia de Napoleón y la Revolución francesa: “Es la Revolución francesa la que inventa la idea de patria y el sentimiento que la acompaña”. “La patria es la igualdad de los ciudadanos ante la ley”.

  Azaña sabía lo que se hacía si bien calculó fatal las ondas y las inercias que sus discursos (uno de los mejores oradores de la historia de la política) iban a suponer: hay que conquistar el mando para apoderarse luego de la escuela. Cuando ambas metas se hayan alcanzado podrá iniciarse el camino que coloque a la nación española al nivel del resto de Europa”. Calculó mal que los nacionalismos periféricos pretendían lo mismo sin contar para nada con el resto del país.

  Era un ser humano nacido para hacer política. “La política es un ir haciendo y deshaciendo, con una derivación enorme de la línea ideal; excluye todo profetismo y el amor propio puede llevarle a uno a creerse un profeta desconocido por el ingrato pueblo”.

  En un momento dado a Azaña lo nombran responsable de los asuntos militares: Ministro de Guerra. Y fue uno de los motivos, a mi juicio, que desembocaron en la guerra: una auténtica bomba para el ejército: pase a la reserva de infinidad de militares, destinos forzosos, disolución de las academias militares, supresión de las regiones militares, etc. Todo, en todos los niveles, se hizo demasiado deprisa. En lo militar, en lo religioso, en lo social y en lo agrario.

  Por ponerle algún pero: apenas menciona la revolución de Asturias en el 34. Apenas mienta a José Antonio Primo de Rivera.

  Al final de la guerra Azaña es un cadáver político: “La guerra ha aniquilado mi utilidad política. Me ha inscrito en el cuerpo de los inválidos”.

  Murió medio asfixiado en un pueblecito de Francia, perseguido por las autoridades francesas, alemanas y españolas. Fue para mí un gran hombre de letras que le tocó bailar con la más fea. Un intelectual enfrentado a un choque de masas cósmico. Pero creo que la historia lo está absolviendo. “Mire, Galicia, a lo único que aspiro es a que queden unos cientos de personas en el mundo que den fe de que yo no fui un bandido”. En una de sus últimas entrevistas. Por lo que a mí respecta, me puede contar entre alguno de esos cientos de personas.

  Y tremendo descubrimiento: Azaña murió exhausto, enfermo, consumido. En mi memoria pensé en un hombre mayor: pues bien, ¡¡era más joven que yo ahora!! 1880-1940.

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