De entre todas las publicaciones que se han
editado sobre el Desastre he elegido ésta por su autor, historiador Jorge M.
Reverte, del que he leído algunos buenos libros de historia y por haber muerto
en el mes de marzo de este año; sea pues un homenaje también a su persona.
El Vuelo de los Buitres. La de libros que
habré leído sobre el tema y aún me sigue sobrecogiendo. ¿Cómo fue posible? El
mes pasado me enfadó bastante la forma en la que el telediario de la 1 recordó
la noticia. Desde el punto de vista de los pobres bereberes. Y sí, es una forma
de verlo, que si defendían su tierra, etc. Para ellos es la Victoria de Annual
pero en estas contiendas tan complejas cualquier resumen o simplificación tiene
el peligro de convertirse en una burda mentira. El caso es que leyendo de nuevo
los detalles uno se asombra de que aquello hubiera estado en manos tan
equivocadas e ineptas.
Para la elaboración de este trabajo se ha
ayudado de dos especialistas: Sonia Ramos y M´hamed Chafih. La primera, autora
de diferentes trabajos históricos y el segundo especialista y estudioso del
mundo del Rif. Ello le ha dado un equilibrio que no he encontrado en otros
trabajos, más inclinados hacia la visión de los españoles. Es cierto que todo
termina siendo una concatenación de hechos y que de una cosa siempre deviene
otra pero leer que en abril del 21 las tropas españolas bombardearon desde mar
y tierra un mercado en pleno día de fiesta es un poco bochornoso, vergonzoso y
sobre todo, contraproducente. Todavía sonaban los ecos terribles del barranco
del Lobo y sus secuelas, la Semana Trágica.
Aquello se convirtió en un tremendo follón de
licencias, concesiones, traiciones y desaguisados: “No hay yacimiento
importante de algún valor que no haya sido vendido por los indígenas a más de
una compañía o denunciado por varias”, de ahí vinieron las composiciones de
comisiones arbitrales que aumentaron la complicación, creando más y más
animadversión de unos contra otros.
Casi
todos los personajes dejan mucho que desear. El primero, el general Silvestre, engreído,
fanfarrón, de esos que sacan los huevos a pasear encima de la mesa a la menor
ocasión. En casi todos, improvisación, mala planificación, mala preparación,
mala moral. ¿Qué podía salir mal? Abandono, eso debieron sentir esos miles de
soldados que murieron en medio de la sed más espantosa y de la ineptitud más
inmensa.
De los pocos que se salvaron está el coronel
Morales, erudito, conocedor de la lengua bereber, que hablaba además el inglés
y el francés y que además hizo unos informes realistas, comedidos y adecuados
al general Silvestre y fue apartado por parecerle a éste falto de “cojones”. Y
a partir de ahí decisiones a cada cual más errónea. “Silvestre destituye a
Morales de sus funciones y, a partir de ahora, será Villar el encargado de
negociar con las cabilas”. “Villar es corajudo, tiene los tres cojones que
Silvestre pide a los oficiales. Y nunca se le va a ocurrir aconsejar prudencia
a su jefe”. Todo lo que podía ir saliendo mal comenzó a salir mal y las
posiciones, los blocaos, comenzaron a caer uno tras otro como cartas de naipes:
Abarrán, Iguiriben, Annual, Monte Arruit, los más famosos pero aquello era un
rosario de caos; como si un gigante hubiera pisoteado un conjunto de
hormigueros.
“En el del contacto, el soldado rifeño es muy
superior al español, porque tiene una moral más alta, porque lucha por su
tierra y por su familia, mientras que el arumi, el soldado cristiano, está en
África sólo porque le obligan a hacerlo, y quiere irse a casa cuanto antes. Abd
el-Krim los conoce bien y lo sabe”. Para ganar el jefe rifeño se hace con una
estrategia de lo más sencilla, viendo la disposición, el terreno y el clima: “Se
trata de una tarea tan sencilla que parece propia de un genio: aislar, cercar
las posiciones, y dejar que el calor y la sed hagan su trabajo”. Y vaya si lo
hizo bien.
Está claro que Abd el-Krim conocía infinitamente
mejor a su enemigo que éste al mundo bereber. De hecho los conocía demasiado bien, tanto a
los unos como a los otros, los suyos. Al final no dejaron de ser tribus del
norte de Marruecos y pronto hubo más peleas entre ellos que un frente común
contra los españoles. De otra manera Melilla podría haber caído.
“Abd el-Krim ya no puede ni quiere eliminar
el componente religioso, porque una guerra no se puede hacer sin odio”.
Acabo también de leer esto, página 278: “En
el País Vasco se abren suscripciones para la adquisición de un tanque, y los
alcaldes ceden instalaciones para crear hospitales y acoger a los heridos”.
También, como en el resto de España, se hicieron gestos de solidaridad ante los
miles de muertos y heridos que iban llegando.
Si por algo me ha atraído siempre esta
historia es porque de alguna manera yo provengo de ella: mi abuela paterna vino
de Orán y se instaló con su familia en Melilla. “Bajo el protectorado español,
se han construido las principales carreteras de la zona, se han acometido las líneas
de ferrocarril, se han edificado casas al estilo andaluz, y se han levantado
barrios. La actividad minera atrae a muchos ciudadanos que se instalan en estos
núcleos, en busca de una vida mejor. La mayoría de quienes se asientan en estas
tierras son de origen español, de Murcia o de Andalucía, procedentes en gran
parte de Argelia, más concretamente de Orán”. Mi abuelo era músico y soldado
cuando la guerra, y le dio clases de piano en Melilla, y de ahí existimos
todos.
El libro tiene más erratas de lo normal para
ser una edición de la gran Galaxia Gutemberg. No es infrecuente tropezarse con
muchas “hacías” en vez de “hacias”. Por lo demás un libro muy bien escrito,
ameno, donde el lector, dentro del follón general de la guerra es capaz de
situarse siempre como si lo observara desde un alto, como si convirtiera al
lector en un general, esta vez sí, competente.