Lo
primero que quiero decir es que, hablando con varios conocidos lectores de
Savater, me dijeron que no pensaban leer este libro: decían que sería un libro
triste, quejicoso, plañidero, etc. Al principio estaba un poco de acuerdo pero
mi amor por su escritura primero y saber que era una especie de continuación de
su Mira por dónde me hicieron no poder evitarlo. Y ahora que he acabado de leerlo
me alegro mucho.
Otra vez fue que lo compré en el Rastro. A
partir de ahora si lo compro allí -incomprensiblemente cinco euros más baratos
que en las librerías-, no lo diré, porque me parece repetitivo. Hay unos cuantos
puestos en los que se venden libros recién editados más baratos. Y encima uno
se da una vuelta por un mundo que ya parece no existir fuera de allí.
Hace cuatro años su mujer, Pelo Cohete, murió
de un tumor cerebral. Se querían mucho, sí, y parece que fue el amor de su vida
pero también es verdad que, como en todas las parejas, tenían trifulcas. Su
pérdida en cualquier caso, una desolación "Escribía para ella". Y Savater es un maestro describiendo estas cosas de la
vida. Pero no es raro porque siempre transmitían alegría sus palabras y ahora
hay mucho dolor, mucha pérdida, aunque mucho egoísmo también. En alguna ocasión llegó
a enfadarse con ella por haber enfermado, como si ella tuviera la culpa. Y
puedo ponerme en su lugar. A nadie le gusta que lo expulsen del paraíso.
El libro se lee en dos sentadas. Con pena de
que pasen los capítulos tan rápido. Pero a la vez uno siente que lee algo importante,
profundo, un testimonio valiente.
“Como me gusta mucho más leer que escribir,
celebro que los demás lo hagan mejor que yo. Así tengo asegurado mi goce”.
“Tolstoi tiene mucha razón: no hay narración
posible –es decir, suficiente, convincente- de la felicidad familiar. La dicha
se degrada en el esfuerzo por contarla”.
Espero que Fernando Savater viva muchos años aunque
se encuentre triste. Yo lo necesito como necesitaban a Sócrate sus discípulos.
Una mente tan preclara como la suya cada vez abunda menos.
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