miércoles, 6 de marzo de 2019

EL JARDIN DE LA POLVORA. ANDRES TRAPIELLO.



    A estas alturas de la película y después de 10 volúmenes leídos, puedo decir que soy un Salónperdidista perdido. Acaba de salir el perteneciente a este año que se llama Diligencias y ya estoy deseando comprármelo. Lo haré en junio, cuando llegue el calor y la feria del libro del Retiro y me lo pueda dedicar.
  Otra vez, sí, las mismas cosas. El Rastro, los viajes, Las Viñas, la mujer, los hijos, las librerías de viejo, su amigo R.G., y todas las personas identificadas como X,Z eY que sean; la mala leche que se emplea con algunos. Todas estas cosas referidas al año 1999. ¿Y no te aburres de siempre lo mismo? Una cosa es lo que se cuenta y otra muy distinta cómo se cuenta la cosa. Y Trapiello sabe hacerlo muy bien, o al menos ha conectado con mi sentido del humor, o con mi sentido de vivir. Treinta y ocho años tenía yo entonces en el 1999. Cuarenta y seis él.  Ahora yo cincuenta y seis, él siete más; siempre la misma diferencia hasta el fin. Como la diferencia eterna también entre mis hijas. Él, como mi hermano mayor. Las edades verdaderas, para arriba y para abajo, hacia la muerte ineluctable, las de los libros, de ficción, como el orden de la lectura de estos libros, hacia atrás, hacia la juventud.
  ¿Me puedo ya considerar un lector suyo? ¿Un buen lector? Quizá yo sea como ese que cuenta en la página 83 “…hombre tú, yo leo tus diarios, interesantes, me río mucho con ellos, tienes muy mala leche”. No está pagado que alguien te alegre el día aunque sea por un ratillo. Y carcajadas me las asegura en cada tramo de lectura.
  Trapiello lleva vida de escritor y lo que para él es un fastidio para sus lectores el es despipote de lo que sería llevar una vida feliz: hoteles, comidas, encuentros con desconocidos, regalos… “dije que escribía novelas, por nada del mundo hubiera dicho que era poeta, hubieran puesto la misma cara si se hubieran enterado que me seguía haciendo pis en la cama”. Y cuando le preguntan qué escribe dice: “No sé, novelas, ensayos, un poco de todo” y añade, “como el comisionista que abre una maleta y muestra el género por si quiere llevarse algo”. Risas. ¿De dónde sacará tantas frases, tantas comparaciones imbatibles, tantos tonos de humor? Refiriéndose a los jurados literarios “Los jurados hay que ahormarlos, la literatura está para eso, para encontrar las palabras adecuadas, lo mismo que la democracia se maquilla dignamente para que dos votos, de un listo y de un tonto, valgan lo mismo”.
  He dicho lo de las risas, pero ¿y los llantos? Qué congoja leer cuando están en su casa de visita su madre y su hermano mayor, nacido con una enfermedad mental desde niño, con problemas epilépticos, con sesenta años. Imaginar esa vida de su madre durante toda una vida. Y otro hermano, éste fraile, que le decía a su madre para consolarla de la pérdida de su esposo, su padre: “Ánimo, madre, que cada vez queda menos para reunirnos con él”. Y a continuación pocas líneas después hacer decir a su madre a otro hermano: “No, si yo no quiero morirme”.
  Y ahí andamos, sin querer morirnos de momento, mientras nos sigan haciendo gracias estas cosas, o mientras nos hagan llorar esas otras.

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