Quinto volumen de los diarios de mi querido
Trapiello. Me lo firmó y dedicó en esta última edición de la feria del libro de
Madrid. “Para Herminio, este tomo especialmente hipocondriaco, con la alegría
del reencuentro. Con la amistad también de… 9 de junio de 2018. El Retiro”. Lo
de “hipocondriaco” viene a cuento porque habla de su miedo a la enfermedad y de
que, según le confesé allí mismo, también lo padezco. Hacia el final del año,
2004, pero escrito en 2013, cuenta cómo se rompió el tobillo por siete partes
al estar limpiando la piscina que tiene en Extremadura, cerca de Trujillo. El
diseño de la portada, es la radiografía de su propio tobillo.
A menudo el lector de Trapiello puede
imaginarlo mientras observa él mismo el fuego de su chimenea o la lluvia a
través del cristal, ensimismado. Así me pasa a mí mientras leo sus páginas sin
darme apenas cuenta. Es de los pocos libros, de las pocas novelas –él la llama
una novela en marcha- que entristecen por llegar al final. Es absorbente, y eso
es por un motivo fundamental: tiene un dominio absoluto del lenguaje, y una
memoria prodigiosa. Él lee mucho, observa mucho y se acuerda de todo. No tiene
una vida aventurera ni nada de eso, tiene una vida de escritor al que llevan de
aquí para allá dando conferencias, recibiendo o entregando premios o viéndose
con amigos o editores o ambas cosas a la vez. Cuenta sus cenas y sus comidas ya
sean estas aburridas o divertidas. Y tanto si son lo uno o lo otro él siempre
lo hace interesante a los ojos del lector.
En la conferencia suya que vimos días atrás
se hablaba de literatura y enfermedad y éste, el de la enfermedad y sus miedos,
es otro de los grandes bloques de los que se compone esta obra fundamental.
Dentro de un siglo se hablará de Trapiello como ahora se habla de Galdós. Estoy
seguro. Por cierto, que pena que se hable ahora tan poco de Galdós.
Otro bloques son su familia, Las Viñas, su
casa de Extremadura, los libros, el Rastro, etc.
Cuenta que un día apareció en el Rastro una
persona con varias cajas llenas de libros. “A treinta la pieza”, decía en
realidad. Con aquellas oscilaciones desconcertantes, que variaban de minuto en
minuto las cotizaciones, el Campillo del Mundo Nuevo se convirtió en el Parqué
de Wall Street. Si alguien se llevaba seis o siete, le pedía entre noventa y
cien euros, algo que, como suele decirse, no podría uno dar en el Rastro ni por
el rescate de un hijo”.
Observaciones maravillosas como “El día que
estuve yo solo paseando por la plaza de París, estaba apesarado, pensaba que mi
vida había llegado a un punto sin crecimiento, y del mundo tenía una opinión
aborrascada. Hoy en cambio no. Soy igual de infeliz, pero todo me parece bien,
lo que me ha llevado a concluir que la felicidad consiste en aceptar nuestra infelicidad
endémica, como acepta y llega a olvidar un reumático sus pequeños dolores de
huesos, vivir con ellos como con el aire que se respira”.
Es estupendo poder leer a un autor como este
en su lengua, en la mía. Estos días leo un libro que podríamos decir que tiene
un afán parecido: Signos junto al camino, de Ivo Andric. Tanto me gustó Un
Puente sobre el Drina que todo lo que sale de él lo leo. Este libro es parecido
a un diario: reflexiones, pequeñas historias cotidianas, quejas, vejez, muerte,
infancia. Pero quizá debido a la traducción, la diferencia de estilo, de
dominio, es como comparar a Bach con Salieri o a Tapies con Picasso.