Hará ya cinco años supe de este joven
periodista por el blog de José Antonio Montano, de cuando todavía no era tan
famoso, Montano, periodista ahora de El Español entre otros. Habló en alguna
parte de Plomo en los bolsillos, el estupendo librito en torno a anécdotas del
tour de Francia. Me gustó el estilo y la manera de contar las cosas. Y como me
gusta mucho caminar, viajar, apuntar cosas después y leer, pues qué mejor que
hacerme con este librito (alguna vez he dicho que, de tener éxito, sería el
mejor oficio del mundo). A ver cuando acomete algo más frondoso: material y
talento seguro que le sobra (a ambos).
El caso es que en 2015 escribió este libro
que trata sobre el viaje a pie desde Bolonia hasta Florencia. ¿Por qué? Pues
según cuenta porque en Navarra, en el Camino de Santiago, conoció a una
italiana que iba buscando agua y que luego le invitó a hacer lo propio, es
decir, caminar, en su propio país. (No cuenta nada más de esta relación,
cachis). Dice que el trayecto en tren de alta velocidad se hace en poco más de
una hora; a pie, a la velocidad de ellos, cinco días. La verdad es que tampoco
es para matarse. Debía ser por la baja forma de S., la chica, porque me consta
que él, Ander, está preparado como aficionado a los pedales que es. Salen a una
media de 20 km, es decir para aficionadillos del camino. Para el trayecto de
este año, un tramo por León, estoy diseñando treinta y tantos de media durante
cinco o seis días.
En el libro se habla más de anécdotas e
historias que del viaje mismo. De quien primero nos habla es del pito de
Neptuno que es del tamaño de un cacahuete pero que puede verse erecto. Algo que
tiene truco porque para verlo así hay que irse a una losa determinada y hacer
que coincida el dedo pulgar justo donde debía estar el miembro. Resultado, un
empalme de dioses, nunca mejor dicho. Qué bueno disponer ahora de la
tecnología: puedes entrar en google y teclear Bolonia, Neptuno y pene y ver la
escultura. (Ahora no paro de hacer eso
leyendo los Paseos por Roma de Stendhal, no paro, pero ¡qué ventajas tiene!).
Se habla en forma de anécdotas. Un soldado muerto
alemán por la guerrilla, fueron a la aldea y mataron a un buen puñado de
hombres de todas las edades. También del cementerio de soldados alemanes: cerca
de cuarenta mil. Cuántas historias de vida truncadas.
“La segunda mañana siempre duele algo”. Todos
los que hemos hecho caminatas por etapas sabemos de lo que habla. Es una
sensación de que el cuerpo nos dice que descansemos pero como no lo hacemos, seguimos
andando, luego nos lo agradece. Cada día nos vemos más acorde con el paso, con
la respiración, con el peso de la mochila y con el calzado y los calcetines si
hemos elegido bien. Pero dicho esto… (La tercera mañana siempre duele algo). Se
cuenta el hallazgo en el 79 de un tramo de una calzada romana y cuenta la forma
en la que se tenía entonces de construir vías de comunicación: por el sitio más
corto sin tener que bajar o subir en altura, o lo mínimo imprescindible.
Se habla de ciudades y pueblos y esculturas y
monumentos. Del hecho de caminar. Solo un párrafo he señalado en todo el libro.
Una cita de Kierkegaard. “He caminado hasta mis mejores pensamientos”. Y sigue
sobre algo absolutamente delicioso en torno a Rousseau quien dijo: “Andar tiene
algo que me anima y aviva mis ideas; cuando estoy quieto apenas puedo
discurrir; es preciso que mi cuerpo esté en movimiento para que se mueva mi
espíritu. La vista del campo, la grandeza del espacio, el buen apetito y la
buena salud que se logran caminando, la libertad del mesón, el alejamiento de
todo lo que me recuerda la sujeción en que vivo, me dan mayor audacia para
pensar”. Y sigue el autor, es decir, Izaguirre: Rousseau es un ejemplo de la
importancia del silencio y la libertad para pensar: tuvo cinco hijos con
Therese Levasseur, la lavandera del hotel donde se hospedó en París, y entregó
los cinco al orfanato para que no le molestaran mientras se concentraba en
escribir Emilio, el libro en el que explica cómo debe educarse a los niños.
Fantástico.
Un
librito sensacional, largo como un artículo de los de antes, en el que se echa
de menos más material. Si un día apareciera un tocho con el nombre de este
periodista en el lomo; me iría a por él de cabeza. Y si fuera finito, pues
también. Tiempo de lectura: Un par de horas exquisitas.
Ah! El título del libro viene porque una vez
un viejito sentado a la puerta de su casa le espetó mientras se alejaba de una
de sus caminatas: “¡Cansasuelos!”.
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