sábado, 29 de abril de 2017

Ensayos. GEORGE ORWELL.




   Es raro que no viera en su día la edición en tapa dura de DEBATE de estos Ensayos. Compré esta edición barata. Eso sí, me volveré a pensar leer un volumen tan extenso de letra tan menuda. Casi mil páginas.

  Magníficos Ensayos. O más que ensayos, yo los llamaría artículos, pequeñas memorias, crónicas y demás, pero claro, al editor no le hubiera gustado titular este libro como “batiburrillo”. Constan los textos de varias páginas y comienzan en el año 1928, hasta su muerte prácticamente en 1950. Los primeros como digo hablan sobre su situación de extrema pobreza de albergue en albergue, su experiencia en Birmania donde fue algo así como policía de las colonias y donde cuenta una divertidísima anécdota en torno a tener que matar a un elefante, por cierto uno de sus primeros trabajos que encontró editor. Un elefante enfurecido que ya ha matado a un culí. Sin querer matarlo tuvo que hacerlo; la presión de grupo y tal; más de dos mil personas esperaban que acabara con él. Y así, el miedo al ridículo terminó con el pobre animal. Genial la gracia –aunque terrible- con que lo cuenta. Y luego habla en un artículo delicioso sobre lo que precisamente algunos practican aquí: la reseña de libros. Cuenta que la reseña de libros en las revistas están hechas por profesionales que tienen las manos atadas por los intereses editoriales. Que las frases que se emplean, los adjetivos que se utilizan –y que se acaban enseguida-, para resaltar los libros publicados, demasiados, hace que la gente desconfíe de paparruchadas sin ningún interés. Pero defiende que se deban hacer:

“Así pues, durante mucho tiempo seguirán haciéndose y publicándose textos promocionales y reseñas muy similares, y seguirán yendo a peor; el único remedio consiste en ingeniar algún modo de que no se les preste atención y no se les tenga el menor respeto”.
  Y aquí hemos llegado nosotros, aquí han llegado nuestros días para poner remedio a ese problema. Hoy día, infinidad de lectores, damos más crédito a un “aficionado” que a un reseñador profesional que, posiblemente, tenga compromisos y deberes incompatibles con su gusto. Pero ya nos da él la idea:
“… sería bueno que los aficionados hicieran más reseñas de novelas. Un hombre que no es un escritor hecho y derecho, sino que simplemente ha leído un libro que le ha impresionado hondamente, tiene más posibilidades de contarnos de qué trata que un profesional competente pero sumamente aburrido”.

  Habla también de unos recuerdos como bibliotecario. Dice que a pesar del amor que les tiene a los libros nunca se hubiera dedicado a ello por tiempo indefinido. Debía aguantar, cuenta, a una vieja que buscaba un libro del que no sabía el autor ni el título; ni siquiera de qué iba. Tan solo que las tapas eran rojas y que lo había tenido en sus manos treinta años atrás. No, no le gustaba porque le hacía perder su amor por los libros. La jornada laboral era larga, con frío en invierno, polvo y olor nauseabundo, “…y la parte superior de un libro es el lugar donde prefiere morir todo moscardón que se precie”.

  Las palabras se inventan cuando hace falta. Antes de la era industrial seguramente no existía la palabra locomotora o vaporeta. Se fabricó una y hubo que dotarla de nombre. Y así todo. Pero una mañana, mientras tomaba mi desayuno festivo (para mí la semana santa es ni más ni menos que cuatro días de relajo placentero) he leído el ensayo de Orwell titulado precisamente Palabras Nuevas. Un párrafo:
  “Los lenguajes solo pueden crecer lentamente, como flores; no se les puede hacer apaño, como si fueran piezas de maquinaria. Cualquier lenguaje inventado carece de carácter y de vida, mira el esperanto, etc. Todo el significado de una palabra está en sus asociaciones, adquiridas poco a poco”.

  “Hemos caído tan bajo que la reformulación de lo obvio es la primera obligación de un hombre inteligente”. Bertrand Russell. Del estupendo prólogo de Irene Lozano a los Ensayos de Orwell.
“La política no es más que una lucha por el poder. Todo movimiento social importante, toda guerra, toda revolución, todo programa político, por edificante o utópico que sea, encubre en realidad las ambiciones de algún sector decidido a hacerse con el poder. El poder nunca puede ser reprimido por un código ético o religioso, sino sólo con otro poder”. James Burham, en los maquiavelistas; pg. 772 de los Ensayos de Orwell.
  El prólogo es de Irene Lozano; sí aquella que se fue del barco medio hundido de UPD para lanzarse cual ratilla nerviosa al barco del PSOE, pero he de reconocer que es un muy buen prólogo.
  “Lo que hace Joyce –en el Ulises- es: He aquí la vida sin Dios. ¡Miradla!”.
  “Hasta que el gobierno de Churchill detuvo de alguna manera el proceso, la clase dirigente británica había incurrido en errores sucesivos de manera tan instintiva como infalible. Así ha sido desde 1931. Ayudó a Franco a derrocar al gobierno español, aunque todo el que no fuera un simple idiota les podría haber dicho que una España fascista sería hostil a Inglaterra”. 1941.
  En recuerdos de la Guerra de España dice: “Una de las experiencias esenciales de la guerra es la imposibilidad de eludir los repugnantes olores de origen humano. Las letrinas son un elemento recurrente en la literatura bélica, y no las mencionaría si no fuera porque la letrina de nuestros barracones desempeñó un papel importante en el desvanecimiento de mis ilusiones sobre la Guerra Civil española”.
  Más adelante, en el apartado 5 hace una disertación sobre la forma en que se pueden organizar las sociedades. Y recuerda que, aparte del capitalismo o el socialismo, está el sistema de castas. “Vale la pena comprar la duración de los estados esclavistas de la Antigüedad con la de cualquier estado moderno. Algunas civilizaciones fundadas en la esclavitud subsistieron por periodos de hasta cuatro mil años”.
  Frase recordad de Jonathan Suift que aparece como entradilla de La Conjura de los Necios: “Cuando un verdadero genio aparece en el mundo puedes reconocerlo por esta señal infalible: todos los borricos se confabulan contra él”. Orwell era gran admirador de Los Viajes de Gulliver”.
  En Arthur Koestler, página 542 hay un párrafo que me ha gustado especialmente: “La única salida fácil es la fe religiosa de quien considera esta vida solo una fase de preparación para la siguiente. Pero poca gente racional cree hoy en la vida después de la muerte, y es probable que su número esté disminuyendo. Las iglesias cristianas probablemente no sobrevivirán por méritos propios si se destruyera su base económica. El verdadero problema es cómo restablecer la actitud religiosa y aceptar al mismo tiempo que la muerte es algo definitivo. La humanidad solo puede ser feliz si no da por sentado que el objetivo de la vida es la felicidad. No obstante es muy improbable que Koestler acepte este punto de vista. En sus escritos hay una vena hedonista muy marcada, y fruto de ella es su fracaso a la hora de adoptar una posición política tras su ruptura con el estalinismo”.
  En la página 671 nos da una serie de consejos a la hora de escribir:
1.- No utilizar jamás una metáfora, símil u otra figura del discurso que uno suela ver impresa.
2.- No utilizar jamás una palabra larga si se puede emplear una corta.
3.- Si es posible suprimir una palabra, hacerlo siempre.
4.- No utilizar jamás la voz pasiva donde puede emplearse la activa.
5.- No utilizar jamás un giro extranjero, ni un término científico, un vocablo de jerga donde pueda emplearse un equivalente del inglés cotidiano.
6.- Saltarse siempre cualquiera de estas reglas antes que decir alguna barbaridad.

  Un libro al que he dedicado muchos días de lectura. Desde el día 6  hasta hoy 29 de abril. Artículos en los que se denuncia la condición humana y donde los experimentos sociales suelen acabar en tragedias porque: “… la historia consiste en una sucesión de estafas en las que, primero, se incita a las masas a la revolución con la promesa de la utopía, y luego, cuando se ha logrado que hagan su trabajo, los nuevos amos los esclavizan otra vez”. Y en esas estamos.


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