Sergio del Molino tiene un libro que también
habla de esto: de la desolación que en las últimas décadas sufre gran parte
de nuestro campo: La España vacía. No lo he leído pero lo he tenido varias
veces en las manos. La Lluvia amarilla es una novela que va de lo mismo, de los
últimos habitantes de tantos y tantos pueblos.
Hará treinta años pasamos por una aldea de
Navarra. Allí entramos a hablar con un matrimonio muy mayor que nos ofreció
enseguida un vino y algo de embutido. Estaban muy solos y también nos ofrecieron
llevarnos patatas. Tenían una montaña cerca de la puerta y nadie que quisiera
llevárselas. Me dieron mucha pena. Ya de seguro estarán muertos y aquella aldea
quizá ya no exista, quitando unos muros que se irán cayendo hasta no quedar nada
más que polvo.
El personaje de La Lluvia amarilla es el
último de un pueblo del Pirineo aragonés y evoca, en forma de monólogo, la
existencia de su mujer y otros personajes del pueblo que ya no están, y que vuelven
como fantasmas que, cree él, vienen a observarlo. Es difícil sentir que un
hombre en ese estado pueda explicarse de esa manera tan clara, tan exacta, tan poetica.
Quizá hubiera sido mejor dos personajes enfrentados, hablando el uno del otro.
Las páginas rezuman muerte por todos sus
huecos. Pero unas muertes comunes, unas muertes sin testigos, sin penas ni
glorias, sin memoria. También habla de otras cosas; la soledad, la enfermedad,
la locura, el paso inexorable del tiempo, pero todas estas cosas terminan en la
muerte o el abandono.
“Muchas veces oí que el hombre afronta
siempre solo este momento, pese a que, en su agonía, familiares y vecinos le
rodeen. Al fin y al cabo, cada hombre es responsable de su vida y de su muerte
y solamente a él le pertenecen”.
Precisamente nada más leer este párrafo vi el video que hace público El País donde José Antonio Arrabal
López, 58 años, enfermo de ELA, bebe un veneno para acabar con su vida; y cuenta lo indignante que es tener que acabar la
vida tú solo porque el Estado se niega a ayudarte para poner fin a tus días.
Esta edición es de una colección que sacó
Seix Barral con tipografía de letras grandes, pensado para lectores mayores. A
veces uno lo agradece; dejándose como se deja las pestañas en letritas
diminutas como las que ocupan mis ojos estos días, las mil páginas de los
Ensayos de Orwell. Pero es tan bueno que se le perdona.
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