Paseos por Roma está escrito como un Diario.
Un diario que debe ser mucho más numeroso en sus páginas porque son una
selección hecha por David García López. Y éstos ocupan 554 páginas de letra
apretada. Pero es un buen libro, lleno de encanto y erudición, términos que no
siempre es fácil que vayan juntos.
Si compré este libro fue porque lo recomendó
Javier Reverte en el suyo sobre la ciudad eterna. Y si éste estuvo recorriendo
sus innumerables sitios durante tres meses exactos, el francés lo hace durante
dos años, 1828 y 1829. Acompañado de amigos y de amigas igualmente
encantadores, entendidos, y dispuestos y disponibles.
En el libro se habla, claro está de la ciudad
pero también de su historia y del Vaticano y de sus papas y guerras. De las
cosas que se entera uno leyendo sus páginas.
Stendhal sabía de arte y belleza y por algo
se ha llamado el mal de Stendhal al que describe ese malestar o vahído causado
por la contemplación de lo demasiado bello. Y en Roma –también en Florencia,
Venecia- hay mucho de eso. Y es que en Roma ha habido mucha historia, mucho
dinero y mucho talento, con sus luces y sombras: “Se puede hacer a los romanos
la misma objeción que a Napoleón. Fueron a veces criminales, pero jamás el
hombre ha sido más grande”. Grande como Tito: “En la inauguración del Coliseo
el pueblo romano tuvo el placer de ver morir cinco mil leones, tigres y otros
animales feroces, y cerca de tres mil gladiadores. Los juegos duraron cien días”.
“¿Qué lugar en la tierra vio alguna vez una
multitud tan grande y pompas tales? Al emperador del mundo (¡y este hombre era
Tito!) lo recibían aquí los gritos de alegría de cien mil espectadores; y ahora
¡qué silencio!” Bueno, casi dos siglos
después, en un estadio tan grande a nuestro rey le silban y abuchean.
Stendhal es con respecto a la religión
moderadamente sarcástico, guasón, del que sabe que pueden leerlo –hay que
pensar en la época en que está escrito- personas poderosas que pueden causarle
problemas. “Creo que se ha necesitado una bula para permitir exponer aquí, y
solamente como hipótesis, el sistema que pretende que la Tierra gire alrededor
del Sol. ¿No dijo Josué: Sta sol (“párate sol”)? De aquí la famosa persecución
de Galileo, sobre el cual se miente hasta hoy, en 1829”.
“Entonces, ser irreligioso era ser
antipatriota, o sea un hombre execrable que tramaba la ruina de su patria”.
Ahora, en el siglo XXI la gente poderosa se sigue envolviendo en la bandera de
la patria para robar con más sigilo y protección. El pecado o la falta, la que
te absuelve, no es ahora el perdón religioso, son los votos (Ministro de
Justicia).
Demoledor. Subrayado con ahínco: “Los
patricios inventaron la religión para dominar los momentos de cólera del pueblo.
Dos o tres veces el Estado se salvó gracias al respeto que este pueblo le tenía
al juramento”.
Es verdad que la religión ha sido, en
aquellas épocas, un protector y un potenciador del arte, pero también es verdad
que detrás han venido para tapar cuerpos desnudos sin empacho o vergüenza
alguna. Y no solo la élite religiosa. También los soldados rasos. Cuenta que en
el saqueo de Roma, 1527 “unos soldado alemanes instalaron su vivac en la stanze. Las hogueras que encendieron
en medio de estas salas ahumaron los sublimes frescos que hemos vuelto a ver
hoy por sexta vez”. Esa “stanze” era la capilla Sixtina.
Qué certero es el siguiente comentario: “He
aquí una triste verdad: Sólo se goza realmente de Roma cuando se tiene educada
la vista”. Certero: “El catolicismo acaba de demostrar, en Lisboa y en España,
que execra el gobierno representativo, que es justamente la única pasión del
siglo XIX. Es, pues, posible que antes de finales de este siglo muchos hombres sensatos
adopten una forma nueva para el culto del Dios OMNIPOTENTE, REMUNERADOR Y
VENGADOR”. “Mientras el hombre tenga imaginación, mientras necesite ser
consolado, le gustará hablar de Dios…” y siguen una serie de frases
portentosas. (398).
La historia de la Iglesia. Qué bonita e
interesante y qué bien la cuenta: “Éste último dijo él mismo a Paulo Giovo que
en el momento en que tomó aquel brebaje sintió un fuego ardiente en el
estómago, perdió la vista y enseguida el uso de todos los sentidos; finalmente,
después de una larga enfermedad, antes del total restablecimiento se le cayó
toda la piel”.
“Todos los entierros de buen tono pasan por
aquí al caer la noche (a las veintitrés y media). Por aquí he visto pasar yo,
en medio de cien cirios encendidos, sobre unas andas y con la cabeza
descubierta, a la joven marquesa Cesarini Sforza, espectáculo atroz que yo no
olvidaré en mi vida, pero que hace pensar en la muerte, o más bien, impresiona
la imaginación, y por tanto es un espectáculo muy útil para quien reina en este
mundo atemorizando con el otro”.
En fin, infinidad de historias y anécdotas
que hacen de esta lectura una cosa de lo más placentera. No hay que hacerle
caso en ningún momento de su advertencia: “(Si el lector se cansa de esta
crónica, puede saltar unas páginas. He querido evitar al viajero búsquedas
fastidiosas)”. Ni por asomo. Merecieron la pena cada uno de los dieciséis días
que me llevó su lectura.
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