En un viaje de vuelta en Asturias puse la
radio y estaban entrevistando a Juan Cruz. Hay personas que, aunque parezca
mentira, se les da mejor hablar que escribir. Cruz creo que es una de ellas. Es
un maestro en entrevistas pero también lo es siendo entrevistado: un chollo
para el periodista que trabaja. Cuenta siempre anécdotas sabrosas y las sabe
adornar para dejar en quien le escucha una sonrisa de complacencia. Míticas las
entrevistas a los grandes: a Mario Vargas Llosa, a Mario Benedetti, a Sábato, a
Marsé, etc.
Éste libro va de todo eso. Hace un repaso,
algo desordenado (Pero ¿acaso no es desordenado el sistema laberíntico de la
memoria?) de todos esos “egos revueltos” que hubo de cocinar y engullir en su
larga etapa de editor de Alfaguara.
“-La ceguera está diluida por el recuerdo,
por lo que me dijeron, por lo que leí. Es curioso, hablamos de recuerdos como
si fueran hechos, y no son sino palabras. Lo que me dijeron, lo que dije, los
recuerdos son palabras”. Borges.
El libro, de la preciosa Tusquets, está en
perfecto estado. Lo compré hace un par de meses en la feria del libro de
ocasión de Recoletos. Hacía poco me pedían 22 euros por él y ahora lo encontré
por 16. Y a partir de que acabe esta reseña -este recuerdo- estará colocado junto
con los varios tomos de los diarios de mi querido Ernst Jünger.
Hablando de muertos
imaginados. Juan Cruz cuenta en sus Egos Revueltos (que acabo de terminar) que
después de una larga amistad con Francisco Ayala y de infinidad de folios
dedicados al escritor granadino, un día le dijeron en la editorial: “ponte en
contacto con Ayala porque está muy enfadado”. Cruz no sabía de qué iba. Lo
llamó por teléfono pero solo consiguió que le dedicara un insulto y le colgara.
El insulto fue “es usted un chisgarabís”. Cruz estaba lógicamente desolado. Era
un escritor estrella de la editorial e investigó qué podría haber pasado. Al
fin lo supo. Dentro de la colección de grandes obras del siglo XX que editó el El
País estaba la traducción de Ayala de la obra de Moravia “La romana”. Para
concretar los derechos de traducción en cada una de las novelas se llamó a cada
uno de los traductores. Alguien llamó a Ayala, y viendo la edad que debía tener,
con la siguiente pregunta: “¿sigue vivo aún el Señor Ayala?” La respuesta la
dio él mismo mandando a freír espárragos a quien fuera.
Y siguiendo con los muertos, una frase de
Hemingway que utilizó Brice Echenique en uno de sus libros: “Conoció la
angustia y el dolor pero nunca estuvo triste una mañana”.
Por supuesto también se habla en el libro de
Muñoz Molina y su relación, mala relación, con Cela. “En distintos momentos de
su endiosamiento galáctico, Cela la tomó sobre todo con dos jóvenes escritores,
Julio Llamazares y Antonio Muñoz Molina”.
Pero lo peor no es el ataque despiadado
contra ellos, lo peor a mi entender, es la orla de aduladores que tenía a su
alrededor y que le reían las gracias y le alentaban en sus insultos.
Uno de ellos, uno de los insultos que empleó
fue “cagapoquitos”. Llamazares se atrevió a contestarle en un artículo titulado
“El obispo de Manila”. La que se lió fue gorda. Gil de Biedma acababa de morir
de sida y al Nobel no se le ocurrió otra cosa que llamarle maricón a LLamazares,
etc, y que se iba a morir igual porque…, etc.
En fin, un libro suculento para quienes nos
gusta leer libros y sobre libros, sobre escritores, editores, agentes,
historias, anécdotas. Que viva por muchos años mi querido Juan Cruz.
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