Estas navidades he hecho un ejercicio en contra del “buenrollismo” de
todas estas fiestas dedicadas al Dios del consumo. Ya, todas las cabalgatas,
por ejemplo, están patrocinadas por empresas de construcción o por un economato
o por lo que sea. Para contrarrestar, como digo, he visto la serie Hijos del
Tercer Reich y he leído la novela de esta premio nobel austriaca. Otra forma de
protesta es no haber consumido absolutamente nada que tenga que ver con el
fiestón.
Es la vida de una pianista que no ha triunfado todo a lo que su madre
aspiraba. La madre la tiene poco menos que presa en su propia casa. La madre,
desde su nacimiento, le ha puesto vendas en su alma y en su cuerpo a la manera
de los piececitos de las geishas para no sentir, no estar para otra cosa que no
sea la perfección. Y Erika, la pianista, se hace aún más dura consigo misma. Es
profesora de piano que es donde acaban todos los que no llegan a tener un
nombre. Y un alumno, mucho más joven, se enamora de ella. Y pasan cosas, muy
duras. Hay escenas de esas que solo se ven en gente que solo habla alemán, de
psicoanalistas y psicoanalizados desequilibrados. Gente trastornada, que ha
crecido durante generaciones con los cilicios clavados.
En la relación con el alumno “comienzan a abrirse paso las fantasías
acunadas y nunca dichas, en las que se mezclan dominio y subordinación, placer
y sufrimiento”. (Jordi Jovet). Y sin embargo, esta mujer, Elfriede Jelinek,
escribe con una delicadeza y una poesía que hace de toda esa “mugre” una
verdadera obra de arte.
2 comentarios:
Feliz año, Hermi.
Habrá que leer esa novela.
Un abrazo
Feliz año, Ana.
Cómo pasa el tiempo. 2014!!!
Es una novela dura sin tonterías.
Un abrazo.
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