Dentro de la
colección del periódico El Mundo que se editó allá por el principio del siglo
está esta novela de Blasco Ibáñez, Los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis.
Llevaba por tanto doce años esperando el turno para ser leído en la estantería
de los rezagados. No sé porqué. Quizá influenciado negativamente por la serie
de televisión Cañas y Barro. ¿Por qué me he decidido? Quizá haya sido la entrevista
que leí hace poco a Vestringe en Jot Down. A la pregunta de qué autores
españoles le habían interesado su respuesta fue: “Blasco Ibáñez, Unamuno y nada
más”. No debería ser un motivo justificado y más añadiendo que nunca había
podido pasar de las treinta primeras páginas del Quijote. Pero ha sido
suficiente. Y debo decir que me ha gustado mucho. Me ha recordado en sus
descripciones a toda la potencia que ponía Pérez Galdós en las suyas. La
historia es atractiva. Escrita en el año 1916, en plena guerra mundial. Antes,
por tanto, de los experimentos literarios que se iniciaron a mitad de siglo. Se
pueden contar hechos horribles pero de manera atractiva. Las escenas de guerra
son sobrecogedoras, como si fuera filmando por aquí y por allá sin ahorrar ni
un gramo de espanto.
Aparte de escritor
Blasco Ibáñez era político y eso se nota también en las teorías de la historia.
Diálogos y debates se suceden: “-Pero ¿tú crees que habrá guerra?- preguntó
Desnoyers. –La guerra será mañana o pasado. No hay quien la evite. Es un hecho
necesario para la humanidad”. Entresacado de un interesantísimo tratado sobre
las razas, las naciones y la guerra entre un alemán de pro y un francés. Dice
Alfaya, en el prólogo, que tira mucho hacia el lado de los aliados, hacia sus
posturas, pero no veo porqué evitarlo. Dice Hartrott, el personaje que
interpreta las ideas expansivas de la Alemania belicosa: “¡La fuerza! Un
puñetazo certero y todos los argumentos quedan contestados”. Y ésta impagable
sobre la moral, que todos los gobiernos siguen intentando poner en práctica: “La
moral, según él, debía existir entre los individuos, ya que sirve para hacerlos
más obedientes y disciplinados. Pero la moral estorba a los gobiernos y debe
suprimirse como un obstáculo inútil. Para un estado no existe la verdad ni la
mentira: solo conoce la conveniencia y la utilidad de las cosas. El glorioso
Bismarck, para conseguir la guerra con Francia, base de la grandeza alemana, no
había vacilado en falsificar un despacho telegráfico”.
Muy buena esta
novela escrita por un autor que, como se dice en el prólogo, nunca ha gozado
del reconocimiento académico español, pero que se ha seguido editando y leyendo
a través de los años, y eso, dicho en estos tiempos, es el mejor de los
elogios.
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