Me recomienda mi amigo lector, El Cordero Estepario, que diga algo acerca de José María Arguedas. Para quien no lo sepa, aunque ya lo apunto en una de mis primeras entradas de este blog, hace muchos años que empecé este triste y apasionante inventario. ¡Claro que tenía a este escritor peruano, cómo no! No he leído nada de él, pero sí de lo que de él escribió Vargas Llosa. Quizá lo compre la próxima vez que tenga entre las manos un libro suyo, ese “El zorro de arriba” que dice. El caso es que hace unos años, cuando comencé a colgar estas entradas en un foro ya arcaico –creo recordar que era de la Fnac- otro amigo peruano introdujo en una de las entradas del tema del suicidio en la literatura su micro-biografía. El nombre de este amigo, también peruano y periodista, es Juan Carlos Bondy, y con su permiso, lo cuelgo ahora mismo.
“La vida de este escritor nacido en Andahuaylas, una de las ciudades más pobres y a la vez más hermosas del Perú, me interesó especialmente desde la publicación de La utopía arcaica, el libro que Vargas Llosa dedica a su obra y a su existencia. Desde muy joven, Arguedas padeció la muerte de su madre y la convivencia con una madrastra cruel. Ella no lo admitía como hijo propio y le tenía cierto resentimiento por razones tan numerosas como absurdas, incluso por un matiz racista (recordemos que Arguedas era blanco, de ojos claros, y sus hermanastros tenían rasgos mestizos).
Arguedas debió convivir entonces, al principio a la fuerza, con los criados y sirvientes de la casa; pero fue precisamente esta rica experiencia la que volcó en su futura obra literaria, integrando el mundo andino con el occidental. Quizá por ese motivo Arguedas es tan interesante: porque era un hombre de muchas culturas, de muchas contradicciones y de muchos padecimientos.
Arguedas se ganó una merecida reputación con sus hermosos cuentos y, al menos, con un par de novelas memorables: Yawar Fiesta y Los ríos profundos. Pero desde entonces sus problemas psicológicos se acentuaron y fue así como escribió Todas las sangres, una obra ambiciosa pero al fin y al cabo fallida. Por esa época se realizó en Lima un congreso dedicado a la literatura andina, especialmente a esta novela, y Arguedas fue atacado duramente, siempre en términos literarios, por los críticos y autores que impulsaban la floreciente literatura urbana o realista de un Ribeyro o un Vargas Llosa. Arguedas sufrió muchísimo con esta derrota y sus problemas mentales se acentuaron. Antes o después, ocurrió la famosa discusión con Julio Cortázar, sobre los escritores latinoamericanos que habían hecho su carrera en Europa, a quienes Arguedas reclamaba y, hasta cierto punto, abominaba. Cortázar lo despedazó en buena ley, con artículos y declaraciones coherentes.
Desde ese momento, la depresión de Arguedas se intensificó y ya no pudo detenerse. Se sometió a un tratamiento psicológico que lo llevó a liberar sus fantasmas con la escritura de El zorro de arriba y el zorro de abajo, pero no tuvo éxito. Un día, en su oficina de la Universidad de La Molina, en Lima, se dio un disparo. Agonizó un par de días y finalmente falleció”.
POR JUAN CARLOS BONDY
2 comentarios:
Así que ya lo tenías en cuenta! qué bien!
Saludos.
Así es. Junto con muchos otros.
Un abrazo.
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