Durante el último año de su vida, este escritor japonés permaneció encerrado en su habitación; a oscuras. Debió estar meditando, sumergido en un torbellino de depresión, la forma de poner fin a su vida. Una determinación que ya había mostrado en la carta que dejó a un amigo: “Una vez tomada la decisión de suicidarme (yo no lo veo en la forma en que lo ven los occidentales, es decir como un pecado) me resolví por la forma menos dolorosa de llevarlo a cabo”. Él ve como sistema más práctico el hacer uso de las drogas, y así, el 24 de julio de 1927 se tomó una dosis mortal de veronal. Tenía treinta y cinco años.
Su madre murió cuando era un crío: se volvió loca. Su padre lo entregó en adopción a una tía. Ésta lo torturó durante su niñez diciéndole que tenía la enfermedad mental de su madre. Fue un escritor atormentado, claro.
Otro extracto de su última carta:
...“El mundo en el que estoy ahora es uno de enfermedades nerviosas, lúcido y frío. La muerte voluntaria debe darnos paz, si no felicidad. Ahora que estoy listo, encuentro la naturaleza mas hermosa que nunca, paradójico como suene. Yo he visto, amado, entendido mas que otros, en ésto tengo cierto grado de satisfacción, a pesar de todo el dolor que hasta aquí he soportado”.
No hace mucho vi la película de kurosawa “Rashomon” basada en textos de Akutagawa. La película comienza con un personaje solitario en unas ruinas, las ruinas de la puerta del castillo de la era Hein en Kioto. Llueve sin parar y de una forma torrencial. Diferentes personajes van desfilando ante el tribunal contando su versión de los hechos –un asesinato, una violación-. La condición humana no sale bien parada.
Al poco de su muerte un amigo consiguió que el premio literario de más prestigio en Japón llevara su nombre.
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