sábado, 8 de enero de 2011

ADALBERT STIFTER


A través de Jünger, de nuevo. En la entrada de su diario correspondiente al 8 de enero de 1947 escribe sobre diferentes formas de morir.

“Frío siberiano. Es agradable pensar que con este frío se vuelve muy próxima la muerte y se convierte en algo atmosférico. Uno sale a dar un paseo por el bosque, bebe con talante contemplativo una botella de borgoña y luego se tiende en el suelo para dormirse y no despertar ya nunca más.”

“Uno de mis condiscípulos elogiaba, en la novela Helmuth Harringa, que fue muy leída hacia 1912, la pulcritud del suicidio del protagonista. Nadaba hacia el mar abierto, hacia lo que no tiene orillas, e iba acercándose al hundimiento con una actividad constante.” “Preferible a eso sería la ascensión invernal a las altas montañas, a zonas cada vez más gélidas de la soledad blanca. En Cristal de Roca ha rozado Stifter la atmósfera solemne de ese modo de morir. Frente a eso causa extrañeza la manera cruel como puso fin a su vida.”

Confieso que no había oído hablar de Stifter pero resulta que fue Nietzsche quien lo elogió y dio a conocer. Ha influido en autores tan importantes como Peter Handke quien calificó a este autor como el gran conciliador del hombre y la naturaleza. También a Thomas Bernhard, quien temía precisamente eso; que el hombre no supiera acoplarse a la naturaleza. Incluso se dice que fue la gran figura de la narrativa austriaca del XIX.

Adalbert Stifter nació en 1805 en Oberplan (Austria) dentro de una familia de artesanos y comerciantes. Sus padres mueren cuando es joven y tiene que ayudar a su abuelo en las tareas del campo, pero capta en el niño aptitudes más elevadas y consigue que lo admitan en un monasterio. Y vaya si triunfa. No sólo no se adapta si no que despunta en todas las disciplinas. Fue también un pintor muy destacado.

Se dedicó a la enseñanza de niños y jóvenes de familias poderosas. Quiso aprobar oposiciones a profesor pero unas veces por un motivo y otras veces por otro no consigue aprobar nunca, con lo cual vive en penuria económica toda su vida aunque tuviera un cierto éxito en alguna exposición o con motivo de la publicación de alguno de sus libros, como por ejemplo este que he citado: Piedras de Colores.

Defendía –y yo estoy de acuerdo- que gran parte de lo malo que pasa en el mundo se debe a una deficiente educación. “La educación es el primer y el más sagrado deber del estado”. (Llegados aquí no he podido evitar acordarme de la tragedia que acaba de ocurrir en EEUU).

Sus últimos libros publicados tienen poca aceptación por parte del público. A eso hay que añadir problemas de salud. “Su vida en aquellos años estuvo marcada por continuos trastornos de origen nervioso que le hacían necesitar, cada vez con más frecuencia, curas de reposo en las que generalmente no solía acompañarle Amelie –su mujer-, ya que ésta no soportaba los lugares solitarios que tanto gustaban a su marido.”

No tuvieron hijos pero adoptaron a una sobrina de su mujer. Cuando se hizo adolescente se fue de casa y después de buscarla varios días apareció muerta en el Danubio. Esto produjo un profundo sentimiento de frustración como educador.

Un dato que me ha sorprendido de su biografía es saber que vio por primera vez el mar con más de cincuenta años. Para él, enamorado de los paisajes naturales de montaña, aquello le impactó profundamente y se arrepintió de no haber ido antes a verlo.

Quiso ser un perfecto ser humano pero eso es algo inalcanzable quizá por definición. En 1868, triste, cansado y desesperado por los sufrimientos de su enfermedad, se hizo un tajo profundo en el cuello muriendo a los pocos días. Dice Conesa en su bella introducción que “La misma muerte de Stifter, consecuencia de una acción cometida en un estado de desesperación, habría tenido difícil cabida en su obra”. Tenía 63 años.

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