jueves, 17 de junio de 2010

17/06/2010


Ayer vino una profesora suplente de inglés. Es americana de San Francisco. Negra. Al principio, para ir rompiendo el hielo, nos iba preguntado nuestro nombre y qué habíamos hecho el fin de semana. Cuando hemos acabado nuestro turno no sabía bien por dónde seguir. Ha intentado aprenderse el nombre de todos, unos cinco o seis alumnos. Luego, ha escrito una frase larga en la pizarra y nos ha explicado lo que quería: mover o borrar palabras y que la frase siguiera siendo gramaticalmente correcta. Entonces hemos comenzado a borrar adverbios, adjetivos y verbos. ¿Hasta dónde? Al final ha quedado, como ella quería, una sola palabra: Anna. Y he pensado que esto me serviría para intentar explicar, a quien me pide consejo, que lo más sano en un texto es cortar y cortar hasta dejar sólo la raíz de las cosas; la esencia; lo demás no es más que marear la perdiz. Eso.

Me he acordado, en medio de todo este lío de la crisis, de Berthold Brecht y le he cambiado algo su poema.

Primero se llevaron a los pobres trabajadores, pero a mi no me importó porque yo no lo era; enseguida se llevaron a los empresarios pero a mí no me importó porque yo tampoco lo era, después arrasaron a las empresas, pero a mí no me importó porque yo no tenía empresas; luego se llevaron la voluntad del Estado, pero como yo no pertenecía al Estado tampoco me importó; ahora me toca a mí, pero ya es demasiado tarde.
Cuenta Javier Marías en su columna, hablando de la feria del libro, que el año pasado una mujer le increpó por lanzar bombas fétidas cada fin de semana en forma de artículos. Para ello la mujer sacó una Biblia y le pidió que firmara el ejemplar a lo que Marías, lógicamente, se negó. Y luego sacó una caja de bombas fétidas, literal, para que también las firmara. Él se volvió a negar. Total que la cosa acabó con la mujer escoltada por dos agentes de seguridad y echando espumarajos por la boca. Y es que hay gente para todo.

El domingo, último día de la feria, me pasé por la mañana. Mucha gente y calor. No me gustaría estar ahí metido, en esos cajones y verme observado por una multitud. Me parecería estar en la situación del gorila que vi no hace mucho en Cabárceno. Vi aburridos a gente seria y respetable como Mateo Díez quien seguramente se hacía acompañar por su nieta. Y a Benjamín Prado, también aburrido y sin firmar. A Almudena Grandes, firmando mucho y dando abrazos. A su marido Montero, recomendando poesía. Y a verdaderos héroes como a unos personajes vestidos de dibujos animados con ese calor, seguramente personajes de algún cuento de éxito. Eso tenía que estar prohibido pero, claro, los animales no dejaban de darle a la pluma.

En fin, que no creo que vuelva a la feria. No se encuentra lo que se busca porque tienen lo que puede encontrarse en cualquier escaparate. Prefiero mi cuesta de Moyano donde uno puede encontrar joyas escondidas.

2 comentarios:

Tuti dijo...

Hace dos años, creo, estuve en la feria del libro y pensé, joder, deben sentirse como monos de feria, qué chungo; tener que aguantar a gente que no conoces de nada y que te tarten como si fueras el vecino del quinto no debe ser muy agradable. Pero la promoción es la promoción y en su oficio está incluído (como las pelas) así que...

Hermi dijo...

Gracias Tuti por el comentario. Es imposible que me vea yo así algún día; qué pena da verlos así. Me he agregado a favoritos tu blog y lo seguiré de vez en cuando.
Un saludo.