miércoles, 7 de abril de 2010

07/04/2010



Recomendado por mi admirado Montano termino de leer “Quemar los días”, de James Salter. Son las memorias de un americano de su tiempo, de nuestro tiempo. Fue cadete en West Point, piloto de caza después, guionista y director de cine, y escritor. Las memorias para mi gusto son un poco caóticas, pasando de una cosa a otra sin orden ni concierto pero utilizando a veces imágenes muy potentes. “...Deseaba estar en casa, ver otra vez a mishijos antes del final, y tenía la certeza de que el final estaba cerca; me invadían pensamientos suicidas, estaba al borde del llanto. Él me hizo eso sin saberlo (se refiere a White, el primer americano que se dio una caminata espacial), del mismo modo que una mujer hermosa que cruza la calle aplasta corazones bajo su tacón”.
Hoy he vuelto a pasar cerca del vagabundo de la Gran Vía. Estaba escribiendo algo en su cuaderno. Tiene cara de ser extranjero por sus rastas pelirrojas y mi pésimo inglés me coarta a la hora de entablar con él una conversación. Lleva viviendo debajo de un árbol todo el invierno. Tiene todas sus pertenencias, su guitarra, su perrillo. A veces lo he visto escribiendo, como hoy; otras veces leyendo, otras tocando canciones hippies, como si se hubiera quedado anclado en aquella época. Siento una curiosidad enorme por saber de su historia. ¿De dónde viene? ¿hasta cuándo va a quedarse? ¿qué ha hecho para llegar a su situación?
Este es mi plan para abordarlo: ¿Necesitas ayuda? Can I help you? Le pediré permiso para sacarle una foto. Intentaré saber algo de él y luego le pediré –a cambio de la promesa de algo más de dinero- que me escriba una pequeña biografía. No me perdonaría pasar un día por esa esquina y perder una historia.
El otro día fui a la librería atraído por dos nuevas ediciones que había visto hacía poco: Ana Karenina y El Don Apacible. Al final salí con Vidas de Santos de Rodrigo Fresán. Misterios. Novelas realistas contra literatura moderna y difícil. ¿Por qué? Quizá lo conteste en un párrafo el propio Fresán: “Alcance con decir que toda buena historia debe constar de un elemento azaroso e incontrolable, que toda buena historia nunca debe ser entendida por completo para así poder separarla del resto de las obvias acciones de este mundo”.

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