miércoles, 1 de abril de 2009

Larra a los 200 de su nacimiento


El padre de Mariano José de Larra admiraba a José Bonaparte. Fue médico militar al servicio de los franceses. La familia, ante la derrota de las tropas napoleónicas tiene que emigrar a Francia. Estudia interno en París hasta los nueve años. Hay que imaginarse a un niño que vive tiempos convulsos tener que dejar su casa, partir al exilio y sentirse abandonado en un colegio para internos.
En 1818 una amnistía permite a la familia regresar a Madrid donde es de nuevo ingresado interno en diversos centros de estudios religiosos: Compañía de Jesús, San Antonio Abad, etc.
Muy joven, con diecinueve años, comienza a publicar artículos por su cuenta en revistas minoritarias. Para ganarse la vida traduce obras del francés, cosa que no le agradaba mucho.
Comienza a frecuentar cafés y tertulias literarias pero se conoce que no llega a ser amigo íntimo de nadie pues posee un carácter solitario y de sensibilidad sufriente. Larra es una de las primeras esponjas que absorben el movimiento Romántico de Francia e Inglaterra. También es un látigo hiriente a la hora de sacarnos los defectos más carpetovetónicos en artículos como “Vuelva usted mañana” donde habla de la vagancia de los funcionarios; “Empeños y desempeños” donde retrata cómo se despelleja a todo el mundo en las tertulias de taberna, etc.
Es de esas escasas lecturas obligatorias que emprendí con placer en el instituto.
Se casó en 1829 con la que decían era muy buena ama de casa pero incompatible con su temperamento. Pronto se obsesionó con una mujer casada: Dolores Armijo.
1834 no fue un buen año para nuestro escritor. Su mujer descubrió sus amores adúlteros y se divorciaron. Dejó su periódico y comenzó a colaborar en El Observador donde lo hacía de manera escasa y amarga.
Un breve y fracasado paso por la política al lado de los liberales, la muerte de su amigo el conde de Campo Alange y más y más enredos de su vida privada hicieron que sus artículos fueran adquiriendo cada vez más un tono trágico. En algunos habla abiertamente del suicidio.
El último artículo que envió a El Mundo se titulaba “Carta de un habanero” en él decía: “Soy hombre concienzudo y honrado; no extrañe usted este principio extravagante, ni me llame loco todavía; a causa de estas dos cualidades me ando solo por el mundo, por no encontrar con quien hacer pareja.”
El día 13 de febrero de 1837, después de haber recibido la visita de su amante para devolverle las cartas de amor y anunciarle que le abandonaba para volver con su marido, se sentó delante de un espejo y se pegó un tiro en la sien. Tenía 28 años.
¡Ah! firmaba como Fígaro.

2 comentarios:

Ana Belén dijo...

Hermi, cuánto me hace recordar tu blog el feliz encuentro y fugaz paso por clubcultura.Cómo me gustaron tus posts de suicidio y literatura ya por allí cuando los empecé a leer.Gracias por compartirlo.

un abrazo

Hermi dijo...

Gracias Ana, un placer.
Seguiré colgando aquellos mezclados con cosas nuevas. Un abrazo.