miércoles, 11 de marzo de 2009
Hay un verano allá en mi adolescencia que recuerdo con cariño. Fuimos a veranear a unas playas desérticas en el sur de España, cerca de Almería. Apenas había casetas cuadradas de una planta y humedales de caña. La orilla era una alfombra de guijarros ardientes, como huevitos de dinosaurio, (qué imagen más potente Gabo) El mar a veces era una lámina de mercurio y otras mostraba su lado más salvaje con olas que nunca he olvidado. Apenas tres o cuatro nos atrevíamos a zambullirnos en aquella mar brava. A veces daba paseos solitarios con los primeros cigarros robados, sintiéndome ya un hombre prematuro.Por las noches comíamos el pescado que mi padre recogía apenas echaba el sedal en aquel bote de juguete. Se llamaban loritos y tenían una carne blanca que sabía a roca marina.Me llevé conmigo algunos libros prestados. He olvidado todos los que leí aquel verano excepto uno: El Viejo y El Mar. A pesar de mi falta de memoria, y sin saber asociar los motivos, recuerdo cada sensación que tuve al leer ese libro, tumbado en aquellos suelos de cemento continuamente regados.Toda la fuerza y la ilusión del viejo por la presa se desvanecen en el camino, para llegar ya rendido a las playas con una raspa de pez espada como único botín. Y acaso Hemingway pintó con esta estampa descarnada la verdad de la vida: que no parece tener lógica con sus esfuerzos y sufrimientos para terminar donde termina; el sin-sentido que todo ello supone.También recuerdo, años más tarde, la lectura de Adiós a las Armas. ¿Hay novela más triste? Tantas vicisitudes para acabar como acaba.Hemingway, vivió intensamente, fue boxeador, tuvo experiencia de guerra como oficial de sanidad, fue corresponsal de guerra, amó a mujeres envidiables, viajó por todo el mundo (pasó largas temporadas en Cuba y en Key West, una islita encantadora, la última de los cayos de Florida, donde pasé dos jornadas inolvidables) , conoció a personajes importantes, en fin, que tuvo la vida que todo el mundo quisiera, y por ello creo que el sufrimiento que experimentaría al saberse portador de un cáncer de piel, le hizo decidirse por un atajo: se pegó un tiro en la boca con una escopeta. Era el año 1961. Tenía sesenta y dos años.
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2 comentarios:
Transmite mucha calidez todo lo que escribes, Hermi. Me gusta leerte.
Gracias Maga.
Es reconfortante que alguien encuentre y reconozca, en la inmensidad del mar, una gotita de espuma diferente.
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