De
los diarios en Pre-textos formato grande este era el último que me quedaba por
tener, por leer. En pocas semanas saldrá en último, el segundo en la nueva
editorial familiar. Éste pertenece al año 1995 escrito o más bien publicado en
el año 2000. El año que murió su cuñada, Lola Flores y el hijo de ésta. En la
página 303 una observación sobre el acto de leer que me ha gustado:
“Al
leer se siente uno como un huésped, lo traen, lo llevan, lo sientan a mesa
puesta y por la noche se encuentran hecha la cama, y qué agradable todo eso.
Quien escribe, en cambio, es el anfitrión que ha de tener a punto hasta el
último detalle, se desvive, visita la despensa, recorre las habitaciones
comprobando que todo esté listo para cuando lleguen los huéspedes, consciente
además de que la mayor parte de éstos no hallarán la nueva morada a su gusto, y
una vez recorrida, pateada, la denostará sin el menor rebozo”. Ni que decir
tiene que me considero ante todo un huésped.
Todo
lo que escribe AT me gusta. Tanto que también procuro no perderme nada de lo
que presenta, de lo que ayuda a comerciar. Así el otro día estuve por la tarde
en la librería Marcial Pons para asistir a la presentación del libro La razón
en marcha, de Julio Valdeón, periodista de El Mundo, sobre una entrevista de
dos años al gran Félix Ovejero, escritor y catedrático de filosofía política en
la universidad de Barcelona, además de escudo junto con Francesc y otros de la
sinrazón indepe. Para llegar a la pequeña sala había que subir un tramo de
escaleras estrecho. Cuando llegamos no había ya asiento libre, unos treinta,
así que tuvimos que quedarnos atrás, de pie. Al poco la gente se atascó y una
larga cola bajaba por la escalera y hasta la calle. El dueño dijo que nunca
había visto la librería tan llena. Pasó a mi lado Nicolás Redondo, Cayetana
Álvarez de Toledo, la cual me saludó mirándome con esos bonitos y fríos ojos
azules, yo la miré arrobado, ya sabéis; Savater, su nueva mujer, y Ovejero que
quiso pasar por donde yo estaba y hube que señalarle el camino apartando a un
tipo que obstruía el pasillo, “mal como no pueda pasar yo”, dijo. A los cinco
minutos, con diez de retraso llegó Trapiello y su mujer Miriam, musitando “lo
siento, lo siento, madre mía cómo está esto”.
Efectivamente hicieron la presentación el
autor, luego Trapiello, Pablo de Lora, el autor del epílogo y el propio
Ovejero. Sobre la infancia en Barcelona, sobre cómo ha ido cambiando –a peor-
la sociedad catalana, sobre lo que es vivir allí durante estos años, y sobre
todo sobre lo que va a significar desde ahora combatir la peste del
nacionalismo. Y al final la pregunta: ¿Y a quién votamos? Dijo que lo del voto
útil era una solemne tontería, que había que votar lo que uno sintiera. Y que
–lo tenían todos claro- sabían perfectamente a quién no se debería votar, sin
nombrarlo. Que cómo era posible que la izquierda hubiera comprado casi todos
los postulados de los nacionalistas, “España se ha cataluñizado”. Al acabar
bajamos en tropel. Le dije a mi mujer que me lo regalara por lo del día del
padre, “¿acaso eres tú mi padre?” me dijo. Pero dio igual porque cuando
llegamos al mostrador ya se habían vendido todos los ejemplares. Y así,
contento y triste a la vez nos incorporamos a la primera tarde verdaderamente
tibia y hermosa de Madrid. Luego pasamos a ver a padre, que estaba enchufado a
un gotero pero contento: hoy casi seguro le dan el alta
El libro me ha costado una pasta, a una
señora de un pueblo de Sevilla por wallapop.
Leo en las eternas esperas del hospital. Si
tengo un buen libro entre las manos las esperas se convierten en aliadas. Él es
candidato a la diálisis. La doctora lo ha explicado con franqueza. Sus riñones
han dicho basta. Es un proceso coñazo donde estás atado más de tres horas a una
máquina de hospital cada tres o cuatro días. Ante eso (ya lo sabía de antemano)
les he dicho que hay que aplicar lo que viene siendo una resiliencia. A lo que
mi madre ha replicado en resorte: “¡¡nada de residencias, que yo aún estoy muy
bien!!”.
La otra noche me decía mi padre: a ver si
esta noche duermo algo. La pasada no me entraba el aire. Y me acordaba de mi
padre, de mi madre, de todos mis hermanos muertos –eran en total cuatro
hermanos- y pensaba: ellos allí tranquilos, muertos, descansando, y yo aquí,
sufriendo.
Las penúltimas páginas del libro las dedica a
su viaje a Cuba. Impagables sus observaciones del régimen cubano, cerca de la
crisis de los balseros. Sus críticas allí en vivo y las paradojas de quienes
viven allá sin saber ya muy bien qué pensar sobre la revolución. Un ejemplo de
poeta cubano que retrata su régimen: “En esta casa hay flores, y pájaros, y
huevos, y hasta una enciclopedia y dos vestidos nuevos, y sin embargo, a veces…
¡qué ganas de llorar!”.
La verdad es que no me extraña que A.T. sea
un especialista en buscarse enemigos. Parece que le gusta la marcha, que le
gusta meterse con los indiscutibles, con los “imprescindibles”: Sobre Tápies
recuerda unas declaraciones de él: “El óleo –los paisajes y los bodegones, los
retratos, -tenían para mí unas claras connotaciones; era el arte que le gustaba
a la burguesía franquista”. Estas cosas, claro, molestan mucho a sus
defensores, los nacionalistas.
Cuando el otro día hablamos en una cena de
esto y de aquello me preguntaron qué solía leer. Trapiello. Ella me oyó y me
dijo: qué pesado! Y es que, ya lo dije una vez, si A.T. publicara sesenta
libros al año posiblemente solo leería Trapiello. Exagerando. Sé más cosas de
él, de su vida, de su novela, que sé más cosas que de muchas familias supuestamente
cercanas.
En nada de nuevo navegando, buceando, en “Éramos
otros”.