Séptimo tomo leído de Don Andrés. Este año
será definitivamente año Trapiello porque me pasa como a Ribeiro con el tabaco:
necesitaba tener siempre un paquete nuevo antes de que se le empezara a acabar
el que usaba y consumía. Pero en esta ocasión creo que voy a esperar a que
salga el nuevo de otoño. Ya veré.
Este tomo está escrito en el año 2008 pero
pertenece a la vida de 2001. O quizá habría que decir que está vivido y escrito
en el año 2001 y pasado a novela en el 2008. En cualquier caso sigue siendo
igual de fascinante. El libro, de casi ochocientas páginas, se lee como agua
fresca.
Para comprarlo busqué en varias librerías
físicas sin encontrarlo, claro. Cada vez es más difícil encontrar algo que no
sea de rabiosa actualidad. Y en las páginas de internet tampoco lo era fácil hallar
un ejemplar que no fuese tan caro o más que el que vende la editorial. Así es
que después de buscar un rato encontré uno en una librería de Málaga. Llamé. Me
dijo que estaba en buen estado y que me lo vendía por 24 euros. Vale 35 nuevo.
Me dijo que le hiciera una transferencia y que me lo envolvía y enviaba al
instante. Me advirtió que tenía un ex
libris del anterior dueño: Emilio Carrasco. No me importaba; a saber dónde
acaban los míos.
A las pocas páginas me di cuenta que de vez
en cuando aparecía una raya hecha a lápiz. Una errata. Y la verdad es que
aunque tiene tantas páginas apenas habré contado veinte. Y fui anotándolas por
si se trataba de un mensaje oculto o la frase que pudiera resolver mi vida:
Proporcional, Zorrilla, etcétera. No té enseguida que no, que el lector sólo
quería mostrar que veía muy bien y que leía atentamente.
Otra de las cosas que me he dado cuenta de
Trapiello –ya es como de la familia- es que es muy buen “golpeador” pero mal
encajador. O dicho de otra manera: se pica mucho cuando lo critican pero él a
su vez critica a muchos y los critica con bastante arte. Le salvaría –aunque yo,
como a las mujeres guapas, se lo perdono todo- tener la mandíbula más dura.
Creo que ya lo he contado: el autor este
verano me recomendó leer el último y luego empezar de antiguo a moderno. No le
hice caso. Leo de adelante hacia atrás. Los niños, al contrario que en la vida,
van siendo más jóvenes, niños. Y él y su mujer van creciendo hacia atrás, cada
vez más jóvenes. Pero siguen siendo, felizmente, los mismos. Y las cosas que
cuenta, igual de interesantes. Su colección de ideas: Olores: “El de las
tahonas de las ciudades al amanecer, El de la primera lluvia del verano sobre
los campos agostados. El humo de leña de encina en el campo”, etcétera.
Más Rastros, más Viñas, más viajes y premios,
más enfados y enfermedades, más amigos muertos, más paseos solitarios, más
hablar de los libros que lee, más vida. Y que no decaiga.