Este libro me lo ha regalado Carlos, un
amigo del blog de Antonio Muñoz Molina. Carlos es una persona absolutamente
generosa, y no porque regale sus libros (que, como él mismo nos dijo, estaban
en un baúl olvidado en algún rincón), sino porque ayuda a todos los que tiene a
su alrededor de manera efectiva (se nota que es un buen abogado) y
desinteresada. Le he visto en persona en una ocasión y se puede comprobar
enseguida que no desmerece su perfil de las redes sociales, su personalidad
digamos virtual. Es ameno, divertido, desprendido, cercano y polemista: un
perfecto amigo si no viviera un poco lejos.
El libro es de esas ediciones, de finales de
los setenta y principios de los ochenta, que hace uno mismo asumiendo todos los
gastos. Se compone de cuatro cuentos que en diferentes años presentó a
concursos de instituciones, ganando algunos de ellos. Los cuentos son monólogos
de mujeres no muy acordes, no muy contentas y satisfechas con el mundo que les
ha tocado vivir. Hay un reproche ante su destino, la mayoría de las veces cerca
ya del final. Tiene un estilo seco, castellano. Dicen que el clima, el paisaje,
une a los artistas. Carlos parece estar influenciado por todo esto. Así, uno,
leyéndole, no puede dejar de recordar al gran maestro Delibes, y en concreto a su
“Cinco horas con Mario”.
El título de los cuatro cuentos son Sonia,
Este débil eslabón de mi cadena, Este inútil recurso del recuerdo y
Confidencias testamentarias.
El mismo autor avisa en el prólogo que hay
algunos elementos anacrónicos para los lectores de hoy: “no me compares
cualquier calle de Londres con una de Pekín, por ejemplo, los ingleses con su
incomparable estilo, con su gabardina burberrys, y los chinos con su mono hecho
de serie”. Bueno eso quedó atrás. Ahora los chinos son los costureros del
mundo; y hacen moda.
Dicen también que en todo lo que se escribe
habita el autor. Y Carlos se ve que es un delicioso consumidor de belleza: “Gracia
de Mónaco, una mujer que lo es todo, guapa, elegante, que fue una gran actriz,
y mira las mujeres de los jefes comunistas, porque actrices, así, guapas, no
tienen, que son trullos, que parecen cargamentos de grasa y sebo, y si no por
qué el mundo admira a Gracia de Mónaco y ni se fija en las comunistas gordas, y
entonces Miguel se enfadaba muchísimo y decía que así está el mundo”. Por
cierto, aquí también se vislumbra que no le gustan los comunistas. Por cierto,
en la política de ahora también pasa algo parecido: las mujeres de izquierda
son, por lo general más feas que las de las derechas.
Unos buenos ratos echados leyendo estos
cuentos de un amigo de Valladolid. Abogado y, sobre todo, buena persona.
La portada es un detalle de un cuadro de
Henri Fantin-Latour, del museo dÓrsay.