Es raro que no viera en su día la edición en
tapa dura de DEBATE de estos Ensayos. Compré esta edición barata. Eso sí, me volveré
a pensar leer un volumen tan extenso de letra tan menuda. Casi mil páginas.
Magníficos Ensayos. O más que ensayos, yo los
llamaría artículos, pequeñas memorias, crónicas y demás, pero claro, al editor
no le hubiera gustado titular este libro como “batiburrillo”. Constan los
textos de varias páginas y comienzan en el año 1928, hasta su muerte prácticamente
en 1950. Los primeros como digo hablan sobre su situación de extrema pobreza de
albergue en albergue, su experiencia en Birmania donde fue algo así como policía
de las colonias y donde cuenta una divertidísima anécdota en torno a tener que
matar a un elefante, por cierto uno de sus primeros trabajos que encontró
editor. Un elefante enfurecido que ya ha matado a un culí. Sin querer matarlo tuvo
que hacerlo; la presión de grupo y tal; más de dos mil personas esperaban que
acabara con él. Y así, el miedo al ridículo terminó con el pobre animal. Genial
la gracia –aunque terrible- con que lo cuenta. Y luego habla en un artículo
delicioso sobre lo que precisamente algunos practican aquí: la reseña de
libros. Cuenta que la reseña de libros en las revistas están hechas por
profesionales que tienen las manos atadas por los intereses editoriales. Que
las frases que se emplean, los adjetivos que se utilizan –y que se acaban
enseguida-, para resaltar los libros publicados, demasiados, hace que la gente
desconfíe de paparruchadas sin ningún interés. Pero defiende que se deban
hacer:
“Así pues, durante
mucho tiempo seguirán haciéndose y publicándose textos promocionales y reseñas
muy similares, y seguirán yendo a peor; el único remedio consiste en ingeniar
algún modo de que no se les preste atención y no se les tenga el menor respeto”.
Y aquí hemos llegado nosotros, aquí han
llegado nuestros días para poner remedio a ese problema. Hoy día, infinidad de
lectores, damos más crédito a un “aficionado” que a un reseñador profesional
que, posiblemente, tenga compromisos y deberes incompatibles con su gusto. Pero
ya nos da él la idea:
“… sería bueno que los
aficionados hicieran más reseñas de novelas. Un hombre que no es un escritor hecho
y derecho, sino que simplemente ha leído un libro que le ha impresionado
hondamente, tiene más posibilidades de contarnos de qué trata que un
profesional competente pero sumamente aburrido”.
Habla también de unos recuerdos como
bibliotecario. Dice que a pesar del amor que les tiene a los libros nunca se
hubiera dedicado a ello por tiempo indefinido. Debía aguantar, cuenta, a una
vieja que buscaba un libro del que no sabía el autor ni el título; ni siquiera
de qué iba. Tan solo que las tapas eran rojas y que lo había tenido en sus
manos treinta años atrás. No, no le gustaba porque le hacía perder su amor por
los libros. La jornada laboral era larga, con frío en invierno, polvo y olor
nauseabundo, “…y la parte superior de un libro es el lugar donde prefiere morir
todo moscardón que se precie”.
Las palabras se inventan cuando hace falta.
Antes de la era industrial seguramente no existía la palabra locomotora o
vaporeta. Se fabricó una y hubo que dotarla de nombre. Y así todo. Pero una
mañana, mientras tomaba mi desayuno festivo (para mí la semana santa es ni más
ni menos que cuatro días de relajo placentero) he leído el ensayo de Orwell
titulado precisamente Palabras Nuevas. Un párrafo:
“Los lenguajes solo pueden crecer lentamente,
como flores; no se les puede hacer apaño, como si fueran piezas de maquinaria.
Cualquier lenguaje inventado carece de carácter y de vida, mira el esperanto,
etc. Todo el significado de una palabra está en sus asociaciones, adquiridas
poco a poco”.
“Hemos caído tan bajo que la reformulación de
lo obvio es la primera obligación de un hombre inteligente”. Bertrand Russell.
Del estupendo prólogo de Irene Lozano a los Ensayos de Orwell.
“La política no es más
que una lucha por el poder. Todo movimiento social importante, toda guerra,
toda revolución, todo programa político, por edificante o utópico que sea,
encubre en realidad las ambiciones de algún sector decidido a hacerse con el
poder. El poder nunca puede ser reprimido por un código ético o religioso, sino
sólo con otro poder”. James Burham, en los maquiavelistas; pg. 772 de los
Ensayos de Orwell.
El prólogo es de Irene Lozano; sí aquella que
se fue del barco medio hundido de UPD para lanzarse cual ratilla nerviosa al
barco del PSOE, pero he de reconocer que es un muy buen prólogo.
“Lo que hace Joyce –en el Ulises- es: He aquí
la vida sin Dios. ¡Miradla!”.
“Hasta que el gobierno de Churchill detuvo de
alguna manera el proceso, la clase dirigente británica había incurrido en
errores sucesivos de manera tan instintiva como infalible. Así ha sido desde
1931. Ayudó a Franco a derrocar al gobierno español, aunque todo el que no
fuera un simple idiota les podría haber dicho que una España fascista sería
hostil a Inglaterra”. 1941.
En recuerdos de la Guerra de España dice: “Una
de las experiencias esenciales de la guerra es la imposibilidad de eludir los
repugnantes olores de origen humano. Las letrinas son un elemento recurrente en
la literatura bélica, y no las mencionaría si no fuera porque la letrina de
nuestros barracones desempeñó un papel importante en el desvanecimiento de mis
ilusiones sobre la Guerra Civil española”.
Más adelante, en el apartado 5 hace una
disertación sobre la forma en que se pueden organizar las sociedades. Y
recuerda que, aparte del capitalismo o el socialismo, está el sistema de
castas. “Vale la pena comprar la duración de los estados esclavistas de la
Antigüedad con la de cualquier estado moderno. Algunas civilizaciones fundadas
en la esclavitud subsistieron por periodos de hasta cuatro mil años”.
Frase recordad de Jonathan Suift que aparece
como entradilla de La Conjura de los Necios: “Cuando un verdadero genio aparece
en el mundo puedes reconocerlo por esta señal infalible: todos los borricos se
confabulan contra él”. Orwell era gran admirador de Los Viajes de Gulliver”.
En Arthur Koestler, página 542 hay un párrafo
que me ha gustado especialmente: “La única salida fácil es la fe religiosa de
quien considera esta vida solo una fase de preparación para la siguiente. Pero
poca gente racional cree hoy en la vida después de la muerte, y es probable que
su número esté disminuyendo. Las iglesias cristianas probablemente no
sobrevivirán por méritos propios si se destruyera su base económica. El
verdadero problema es cómo restablecer la actitud religiosa y aceptar al mismo
tiempo que la muerte es algo definitivo. La humanidad solo puede ser feliz si
no da por sentado que el objetivo de la vida es la felicidad. No obstante es
muy improbable que Koestler acepte este punto de vista. En sus escritos hay una
vena hedonista muy marcada, y fruto de ella es su fracaso a la hora de adoptar
una posición política tras su ruptura con el estalinismo”.
En la página 671 nos da una serie de consejos
a la hora de escribir:
1.- No utilizar jamás
una metáfora, símil u otra figura del discurso que uno suela ver impresa.
2.- No utilizar jamás
una palabra larga si se puede emplear una corta.
3.- Si es posible
suprimir una palabra, hacerlo siempre.
4.- No utilizar jamás
la voz pasiva donde puede emplearse la activa.
5.- No utilizar jamás
un giro extranjero, ni un término científico, un vocablo de jerga donde pueda
emplearse un equivalente del inglés cotidiano.
6.- Saltarse siempre
cualquiera de estas reglas antes que decir alguna barbaridad.
Un libro al que he dedicado muchos días de
lectura. Desde el día 6 hasta hoy 29 de
abril. Artículos en los que se denuncia la condición humana y donde los
experimentos sociales suelen acabar en tragedias porque: “… la historia
consiste en una sucesión de estafas en las que, primero, se incita a las masas
a la revolución con la promesa de la utopía, y luego, cuando se ha logrado que
hagan su trabajo, los nuevos amos los esclavizan otra vez”. Y en esas estamos.