Qué certera esa frase que dice que el hombre,
en la vejez, no es que vuelva a la infancia, es que no la ha dejado nunca. Lo
que pasa es que, aunque sea también una idea manida, los juguetes salen mucho
más caros. He estado ahorrando más de una año y me he comprado una nueva
bicicleta de montaña. Carbono, ruedas más grandes, más ligera, preciosa,
carísima. ¿Hacen estas cosas secundarias más felices a las personas? A mí desde
luego que sí. Salgo a rodar por el campo y me siento feliz, pletórico. Eso sí,
me ha destrozado un poco la economía porque el sábado, del chaparrón enorme que
me cayó, el móvil se estropeó y me he tenido que comprar otro: economía
afectada pero… en tres años –lo que me ha durado el anterior- la tecnología ha cambiado
una infinidad para bien. El móvil es ahora, en este futuro, una máquina en la
que todavía no nos hemos dado cuenta lo que tenemos entre las manos: una
cámara, un video, un correo, un navegador con gps, un ordenador, una brújula,
una biblioteca, toda la música, los contactos y la comunicación con amistades y
familia, una tienda gigante, toda la prensa…, y un ¡teléfono! Creo que solo le
falta un mechero para el fuego y una navaja para hacerse un bocadillo.
martes, 11 de julio de 2017
jueves, 6 de julio de 2017
SIMON LEYS. BREVIARIO DE SABERES INÚTILES.
El otro día un amigo me dijo que se había
puesto a estudiar historia y geografía. A mí me da pereza porque pienso que no
voy a poder leer lo que quiera. Me van a imponer estudios y lecturas que quizá
no me apetezcan. ¿Qué utilidad tiene saber sobre naufragios? ¿Qué sobre viajes
a los desiertos de Australia? ¿Qué sobre lo que sentía o sufría un soldado en
una trinchera de la Primera Guerra Mundial? Saberes inútiles que al menos a
quien esto escribe dan una inmensa felicidad.
Dice Simon Leys, del que he leído La
felicidad de los pececillos y Los náufragos del Batavia, exquisitos libritos
imprescindibles, que de pequeño asistió en Hong Kong a una escuela en la que un
maestro le enseñó disciplinas carentes de cualquier tipo de utilidad y que fue
feliz. “Aprender y vivir eran lo mismo”.
El libro, de la fabulosa editorial Acantilado,
lo compré en la feria del libro de Madrid de este año. Está dividido en cinco bloques:
Uno, pequeño, lo llama Quijotismo, un ensayo sobre la grandeza del Quijote. Y
cuenta que a Nabokov le pareció detestable las risotadas que pretendía Cervantes
en los lectores las tragedias, humillaciones y sinsabores que sufría el pobre
hidalgo.
Otro bloque se titula Literatura. Y hace un
repaso personal sobre las biografías de grandes nombres: Balzac, Orwell, Chesterton…
Así en un apartado referido a este último señala: “Necesitamos aportar pruebas
de nuestra formación profesional incluso para obtener el humilde puesto de
barrendero o de perrero, pero nadie pone en duda tu competencia cuando quieres
convertirte en marido o esposa, en padre o madre… y sin embargo, e trata de
ocupaciones a tiempo completo de suma importancia, que requieren en realidad
habilidades que bordean la genialidad” ¿No es genial?
En el capítulo dedicado a Orwell hace una
reflexión que me parece muy acertada: hasta dónde estamos dispuestos a indagar
en la vida de un escritor. “Toda la vida vista desde dentro sería una serie de
derrotas demasiado humillantes y desdichadas para ser consideradas”, como decía
no hace mucho un nuevo biógrafo de Borges, que contaba cómo se orinaba en los
pantalones siendo ya mayor. “¿Necesitan los biógrafos aunque sean serios y
escrupulosos, explorar y revelar esos detalles íntimos o tienen derecho a
hacerlo? Pero, a pesar de eso, los leemos. ¿Es justo que lo hagamos? Esas
preguntas no son retóricas. Confieso honradamente que no conozco la respuesta”.
Habla de los traductores. Qué observaciones
tan acertadas. Yo siempre he defendido que un buen traductor es como un buen intérprete.
Pero él va más allá: “El traductor es el mono del novelista. Debe hacer las
mismas muecas, le gusten o no”.
El siguiente bloque lo dedica a China. No
obstante es un gran sinólogo europeo. Vivió allí muchos años; los más
decisivos, los de su infancia.
En ¿Quién fue Confucio? cuenta una historia
bonita: “… el Maestro proporciona un integrante autorretrato: el gobernador de
cierta ciudad había preguntado a uno de sus discípulos qué clase de hombre era
Confucio, y el discípulo no había sabido qué responder, lo cual provocó la
reacción de Confucio: ¿Por qué no le contaste simplemente que Confucio es un
hombre impulsado por una pasión tal que, en su entusiasmo, se olvida a menudo
de comer y no se da cuenta del comienzo de la vejez?”. El entusiasmo, la pasión…
la clave en esto del arte.
La cuarta parte la dedica al mar, del cual es
un apasionado. Y habla –he aquí el verdadero impulso para gastarme los treinta
y dos eurazos que me costó- de “Los náufragos de las Auckland” del que hablaré
largo y tendido cuando emprenda su lectura, porque al fin encontré una edición
en español.
La última parte la dedica a la Universidad.
Y, cómo no, la critica. “Sueño con una universidad ideal que no entregase
títulos ni diese acceso a ninguna ocupación específica, ni certificase
capacitación profesional de ningún género. Los estudiantes estarían motivados
por una sola cosa: un fuerte deseo personal de conocimiento; la adquisición de conocimiento
sería la única recompensa”.
Un libro bello, necesario y, ay! Inútil: “Todo
el mundo conoce la utilidad de lo que es útil, pero pocos conocen la utilidad
de lo inútil”. Zhuang Zi. Pues eso.
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