En alguna parte de La Marcha Radetzky de Joseph Roth (no he encontrado el párrafo a pesar de haberlo buscado por todo el libro -en diagonal-. Siempre hay que subrayar. ¿Qué más da?) se narra una escena en la que un militar está en su cuarto, triste porque el mundo donde ha transcurrido su vida y su honor ya no existe; se viste de gala, se coloca sus condecoraciones, se pone sus guantes blancos, se mira en el espejo y luego se pega un tiro.
Me he acordado de esta escena leyendo el suicidio del poeta, militar y psicólogo zamorano Justo Alejo. Este también, en un día soleado de enero de 1979, se vistió de gala y se lanzó al vacío desde un balcón del Ministerio del Aire, en Moncloa. Quizá no estaba en su naturaleza ganarse la vida siendo militar; quién sabe. Justo Alejo era Brigada del Ejército del Aire. ¿Qué le pudo pasar por la cabeza para despedirse de este mundo de esa forma? ¿Qué mensaje quiso transmitir a su entorno?
Después de llegar al empleo de Brigada estudió y se hizo psicólogo. También hizo magisterio, Filosofía, Pedagogía, Sociología, Políticas. Y comenzó a colaborar en distintas revistas literarias.
Estamos construidos de pasajes ocultos que nos marcan. A Justo Alejo le influyó un hecho en su vida: Su abuelo Baltasar le leía Las Mil y una Noches cuando era pequeño. Por eso a su único hijo lo llamó Alí.
Leyendo cosas de su vida, de sus amistades, de sus poesías, y por otras cosas, qué cerca me he sentido de él.