lunes, 6 de junio de 2011

06/06/11


Hoy he tenido un sueño. No ha sido una pesadilla propiamente dicha pero me he despertado agitado. Soñaba que yo mismo me acariciaba, es decir, un yo acariciaba un cuerpo desnudo que era también yo. Ese cuerpo desnudo y tendido boca abajo estaba completamente tatuado en colores vivos. Me acariciaba a mí mismo mis nalgas y no me gustaba; veía en mí las formas familiares, mis formas. Que nadie piense que hay ahí amor propio alguno. Qué cosa extraña esto de los sueños, qué absurdo; pero me gusta anotarlo para recordarlo porque está hecho con materiales de olvido. Cerca, tumbada, se encontraba mi hermana, y al igual que yo, estaba desnuda y tatuada; y embarazada tal como está ahora en el mundo real. Eran unos tatuajes tan perfectos que parecían hechos en un lejano futuro. Le preguntaba a ella: ¿serán así para siempre? Y ella me respondía acariciándose su prominente y tersa barriga: claro.
Luego se ha producido una escena banal pero la más clara en significado, creo yo. Estaba en una cacería en el campo y disparaban a un conejo. Éste, herido, se refugiaba cerca de mí, temblando. Mi suegro, muerto hace unos años, intentaba apuntar con el dorso de su mano a la nuca del animal para rematarlo pero el conejo venía hacia mí buscando mi protección. Mi suegro se reía. El conejo se acercó tanto a mí que podía notar sus convulsiones, el latido alocado de su corazón.

Me he despertado y su corazón era mi corazón.

¿No puede ser que en los sueños se fabriquen seres que vengan a socorrernos en medio de un apuro? ¿De un peligro de muerte?

Supongamos que hago un experimento con alguien que duerma. Le introduzco suavemente algodones en los orificios de su nariz, en la boca. Se está ahogando, respira con dificultad, se comienza a envenenar su sangre. Seguro que esa persona en el sueño fabricará un ser, un objeto, que la lleve desde el sueño a la vigilia para que pueda ser salvada su vida. Se me ocurre el pitido de un tren, el relincho de un caballo, el susurro de amor de una mujer, el latido de un conejo.

Después de unos cuantos libros cuya lectura me ha defraudado estoy de lleno metido en uno de Ismail Kadaré. El que compré en la Casa árabe. El General del Ejército Muerto. Qué maestro de la narración, qué simplicidad a la hora de contar las cosas y qué difícil es conseguirlo.

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