miércoles, 29 de junio de 2011

Lo mejor de la vida


La vida es que vayan apareciendo arrugas, pero hay que procurar que todas ellas lleven una sonrisa en el pliegue. R.G. de la Serna. Lo mejor de la vida es su brevedad de la que tan a menudo nos lamentamos. Schopenhauer.

miércoles, 15 de junio de 2011

Ingborg Bachman


En un artículo publicado por Rosa Montero en el EPS titulado “Mil y una maneras de matarse” cuenta que asistió a una charla titulada “Suicidio y literatura”.

Comprenderán que me hubiera hecho una gran ilusión asistir a dicha charla aunque hubiera sido solo de oyente. Leyendo el artículo de Rosa Montero observo que hace un resumen sobre lo que he dicho en este post a lo largo de los meses. Sólo de una autora que menciona no tenía conocimientos sobre su suicidio: Ingborg Bachman. He leído algunas entradas en diferentes páginas de internet y en algunas no está muy claro que fuera un suicidio. Pero el caso es que murió algunas semanas después de que se declarara un incendio en la habitación del hospital donde estaba, aunque otras fuentes digan que fue en su casa por un cigarrillo mal apagado. Parece ser que tomaba demasiadas pastillas, quién sabe.

Copio de epdlp parte de su biografía:

“novelista y narradora de relatos breves austriaca nacida en Klagenfurt (Corintia). Hija de un director de escuela, estudió Filosofía, Psicología, Filología Alemana y Ciencias Políticas en Innsbruck, Graz y Viena. Se dedicó al periodismo antes de escribir su primer libro de poemas El tiempo postergado (1953). A partir de entonces se convierte en un personaje público, no sólo por sus versos, sino por esa inusual combinación de sensualidad e inteligencia que llama la atención en un mundillo literario por entonces únicamente masculino. Mujer inaccesible y misteriosa, de extrema fragilidad, su voz quebrada y casi rota está llena de referencias filosóficas, desde Wittgenstein a Heidegger, pasando por Walter Benjamin o Simone de Beauvoir. Tuvo intensas relaciones con los escritores Paul Celan y Max Frisch, y más tarde atravesó duras crisis personales y de salud, evitando cada vez más las apariciones en público. Después de publicar su primer libro en prosa, A los treinta años (1961), se mantuvo durante diez años sin publicar apenas nada. Su siguiente libro, la novela Malina (1971), pasó directamente a la lista de los best-sellers, siendo considerada por eso la primera autora mediática de la literatura en lengua alemana. Otras obras suyas son, Tres senderos hacia el lago, Últimos poemas e Invocación a la Osa Mayor. Considerada como una de las más importantes poetisas post-bélicas, en los últimos años de su vida, Italia fue su patria adoptiva”.

lunes, 6 de junio de 2011

06/06/11


Hoy he tenido un sueño. No ha sido una pesadilla propiamente dicha pero me he despertado agitado. Soñaba que yo mismo me acariciaba, es decir, un yo acariciaba un cuerpo desnudo que era también yo. Ese cuerpo desnudo y tendido boca abajo estaba completamente tatuado en colores vivos. Me acariciaba a mí mismo mis nalgas y no me gustaba; veía en mí las formas familiares, mis formas. Que nadie piense que hay ahí amor propio alguno. Qué cosa extraña esto de los sueños, qué absurdo; pero me gusta anotarlo para recordarlo porque está hecho con materiales de olvido. Cerca, tumbada, se encontraba mi hermana, y al igual que yo, estaba desnuda y tatuada; y embarazada tal como está ahora en el mundo real. Eran unos tatuajes tan perfectos que parecían hechos en un lejano futuro. Le preguntaba a ella: ¿serán así para siempre? Y ella me respondía acariciándose su prominente y tersa barriga: claro.
Luego se ha producido una escena banal pero la más clara en significado, creo yo. Estaba en una cacería en el campo y disparaban a un conejo. Éste, herido, se refugiaba cerca de mí, temblando. Mi suegro, muerto hace unos años, intentaba apuntar con el dorso de su mano a la nuca del animal para rematarlo pero el conejo venía hacia mí buscando mi protección. Mi suegro se reía. El conejo se acercó tanto a mí que podía notar sus convulsiones, el latido alocado de su corazón.

Me he despertado y su corazón era mi corazón.

¿No puede ser que en los sueños se fabriquen seres que vengan a socorrernos en medio de un apuro? ¿De un peligro de muerte?

Supongamos que hago un experimento con alguien que duerma. Le introduzco suavemente algodones en los orificios de su nariz, en la boca. Se está ahogando, respira con dificultad, se comienza a envenenar su sangre. Seguro que esa persona en el sueño fabricará un ser, un objeto, que la lleve desde el sueño a la vigilia para que pueda ser salvada su vida. Se me ocurre el pitido de un tren, el relincho de un caballo, el susurro de amor de una mujer, el latido de un conejo.

Después de unos cuantos libros cuya lectura me ha defraudado estoy de lleno metido en uno de Ismail Kadaré. El que compré en la Casa árabe. El General del Ejército Muerto. Qué maestro de la narración, qué simplicidad a la hora de contar las cosas y qué difícil es conseguirlo.