Contó una vez Robert Graves que hizo renacer a un personaje histórico; el emperador Claudio, y que éste le sacó a él de la pobreza. Mario Vargas Llosa ha hecho algo parecido, ha sacado a Roger Casement de la oscuridad de la historia. Pero en este caso lo ha hecho por medio de un escritor consagrado que cuando muera –que pasen muchos años- se convertirá en un mito, en un clásico de de los grandes.
La técnica empleada es la acostumbrada para este tipo de novela ambientada y apoyada en abundante material de investigación. En ella juega con las fases del tiempo, el presente, el final, las regresiones. Pero hay algo muy difícil de conseguir y que logra MVLL: emociona desde el principio. En cuatro o cinco párrafos sentimos la amargura del protagonista esperando su ejecución y recordando su infancia feliz junto a su querida amiga. Y luego, enseguida, los viajes y estancias en las líneas de sombra, en el corazón de las tinieblas de la condición humana. El Congo, La Amazonia, Europa con sus líos políticos y la efervescencia de la guerra inminente.
Y todo esto envuelto en los detalles de las relaciones humanas. Ahí MVLL es un maestro porque nos acerca con una lupa lo que pasa por debajo de la capa aséptica del documento histórico. Podemos ver la atracción de las pieles, la rendición de un corazón correoso y resentido, el llanto del que ha perdido toda esperanza, el salvajismo, el amor. El libro también es una lección de cómo el poder puede hacer hundir la reputación de un hombre cabal. De eso no nos hemos curado después de un siglo. MVLL ha vuelto a hacer el milagro de resucitar a un personaje fascinante que nunca debiera haber sido ignorado.