jueves, 21 de noviembre de 2024

KARL MARX. FRANCIS WHEEN.


 

  Entre los ejemplares de la colección de quiosco que había en la librería del BookCenter estaba esta biografía de Marx. La había tenido algunas veces en mis manos pero no me decidía, hasta que un día, visto el éxito obtenido con las otras, Marañón, Azaña, Buñuel… quise saber más sobre Marx y el marxismo. Quizá ahora que termino su lectura sepa más, pero me sigue quedando el asombro de que haya sido una de las figuras más importantes del siglo XIX y del XX, donde en su nombre se mataron varios millones de personas. Pero claro, en su Manifiesto Comunista había miga: “Las clases dominantes pueden temblar ante una revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que las cadenas”. El autor, pícaro él, aclara: “Las únicas cadenas que atan a las clases obreras en la actualidad son las de las imitaciones de los relojes Rólex”.

  La figura histórica de Marx es un poco patética. Pasó la mayor parte de su vida aquejado de todo tipo de molestias físicas. Furúnculos, dolor de muelas, hígado, broncas tabernarias… ese es el ejemplo de gran parte de la izquierda en el mundo. Eso sí, encandiló a muchos de los que lo conocieron, quizá deslumbrados por su físico de león de pelo negro y sus dotes para hablar. Como decía su amigo Auerbach: “reúne en su persona el máximo rigor filosófico con el ingenio más mordaz”. Y lo comparaba con Voltaire, Rousseou y Heine, entre otros.

  En un momento dado salió la figura de Proudhon, un anarquista libertario por el que fui crucificado al relacionarlo con el alemán. Sólo quise resaltar que ambos renegaban de la propiedad privada. Alguien me afeó el que así fuera porque después se arrepintió el francés. Pero es que su libro más famoso ¿Qué es la propiedad? deja pocas cosas a la imaginación: “la propiedad es un robo”.

  Y un anhelo peligroso: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. El querer implantar las sociedades perfectas ha ocasionado al hombre todos los peores males que es capaz de soportar.

  Una anotación importante. El comunismo es tratado por el autor casi como una religión. Y se pretendía enseñar como un catecismo: “Eres comunista? Sí. ¿Cuál es el objetivo del comunismo? Organizar la sociedad de tal modo que todos sus miembros puedan desarrollar y utilizar sus capacidades sin infringir por ellos las condiciones de partida de esa sociedad. Cómo quieres lograr este objetivo? Mediante la abolición de la propiedad privada y su sustitución por la propiedad comunitaria”. En eso, nadie me lo negará, coincide con Proudhon.

  Leyendo el libro inédito de Wenceslao Fernández Florez, El terror rojo, se ve que todas estas cosas llegaron un siglo después a las mentes de millones de ciudadanos frustrados y primarios.

No sabía nada de Proudhon, o apenas me sonaba su nombre, tampoco sabía nada de Wilhem Weitling, que se hubiera sentido a gusto entre “los  predicadores milenaristas itinerantes de la clase Media o entre las sectas comunistas que florecieron en la época de la guerra civil inglesa”. Son tremendas las lagunas de conocimiento que uno comprueba cuanto más lee. Una idea de este Weitling “Los criminales son producto del orden actual de la sociedad, y bajo el comunismo dejarían de ser criminales”. Me suena de algo de nuestra actualidad política.

    Todo es tremendamente contradictorio y es verdad que los humanos tendemos siempre a encasillar a los otros. Necesitamos crear cajitas para meter en cada una de ellas a sus personas por colores. Es verdad que Marx habló bien alguna vez de la burguesía (y sus propiedades) pero como un periodo ya superado de la historia. También apreciaba el cristianismo, o al menos “podemos perdonar muchas cosas del cristianismo porque nos enseñó el culto al niño”. Bonito.

  Solo dos veces intentó trabajar en Londres: como vendedor de una laca milagrosa y como administrativo del Ferrocarril. En ambas no lo admitieron. Su caligrafía debía ser infernal.

  Bueno, misión cumplida. Ahora se un poco más de historia de la filosofía política, un poco más de qué es la izquierda, un poco más de qué es el marxismo.  

martes, 12 de noviembre de 2024

JOSEPH ROTH. PRIMAVERA DE CAFÉ.

  

  Otro de los libros de Acantilado de Joseph Roth. Reconozco que por mi cuenta nunca lo hubiera comprado. ¿Por qué? Porque son artículos de juventud y se le nota que aún le faltaba tiempo y oficio para convertirse en el genio y escritor en el que se convertiría después.

  Son crónicas de un joven reportero del año 1919 y retrata la Viena después de la guerra.

  Las hojas del libro huelen más a tabaco que a café. Se ve que el dueño anterior, de la casa de Madrid que visité, fumaba en exceso. Quizá muriera de eso. El libro está publicado en el 2010 y catorce años después aún apesta a tabaco.

  Prácticamente cada capítulo tiene alguna fotografía de algún monumento o de alguna calle de la época. Me ha hecho recordar la visita que hicimos justo hace un año. Y en uno de los reportajes me he quedado helado. Habla de un peatón que recorre las calles con las manos a la espalda y que de vez en cuando daba de comer a las palomas. Cuando estuvimos allí, en la calle principal vi a un tipo que podría encajar en esa estampa. Tenía un bigote a lo Enstein y un traje marrón de los que no se ven en Europa desde hace al menos medio siglo.  

  No he realizado ni una sola anotación o subrayado.De entre los miles a disposición elegí éste primero por quién era el autor y segundo por la editorial.

lunes, 11 de noviembre de 2024

DIAS DE LLAMAS. JUAN ITURRALDE.

   Cuando vi este libro en la librería de Juanito, en pleno Rastro, recordé que Trapiello había dicho algo en su libro de Las Armas y las letras, pero no sabía el qué; lo que sí me extrañó fue su publicación, tan tardía como el año 2000. Lo dejé en su sitio y cuando llegué a casa lo consulté: “la literatura precisa distanciarse de los hechos que narra”. “Su publicación tardía, en plena transición, la convirtió pronto en una novela de culto”. Ni que decir tiene, fui el domingo siguiente a por ella. No estaba. Le pregunté al encargado, supongo de nombre Juanito, y me dijo que no sabía si la había vendido. Volví a buscar en otros estantes. Y allí estaba! Editorial Debate, seis euros. “Su novela tardía fue suficiente para incluirle en este libro”. Para mí también lo fue para ir a comprarla.

  En realidad el nombre de Juan Iturralde fue el seudónimo de José Pérez Prat, abogado del estado.

  En esta novela y volviendo a Trapiello dice que: “la primera exculpación de la izquierda en la responsabilidad de las checas de Madrid dando a entender que el terror fue obra únicamente de los incontrolados. La tesis le valió una favorable e interesada acogida al margen de su encomiable sobriedad y equidistancia en pos de la reconciliación nacional que la sociedad española demandaba en el momento de su publicación”.

  Cuando estalló la guerra tenía Iturralde veinte años. Muchas de las cosas que se cuentan las vivió de primera mano y otras que le contaron. Él pertenecía, como el protagonista, juez de instrucción, al mundo del derecho. Se alistó como requeté. La izquierda durante todas estas décadas no ha querido oír hablar sobre los muchos crímenes cometidos en el Madrid de la guerra.

  El estilo de cómo está escrito el libro no me ha gustado: “un estilo literario simulteanista y torrencial, tan de moda en aquellos años”. Pues esa moda, menos mal, quedó atrás. A esto en la contraportada se llama “escrito con enorme inteligencia creativa”. Recomienda para contrarrestar Trapiello a Morla Lynch, el embajador chileno en Madrid en su España sufre. Ni que decir tiene que ya está en la cesta.  

  Párrafo subrayado: “No se conformarán con los saqueos ni con las matanzas del Cuartel de la Montaña porque se mascaba y respiraba el odio, que surgía ahora pero que existía desde mucho tiempo atrás y que era una acusación irrefutable, un enorme chancro que habíamos intentado curar con aspirinas y compresas calientes”.

 

miércoles, 6 de noviembre de 2024

JAIME CAMPMANY. EL CALLEJÓN DEL GATO.


RETRATOS AL VITRIOLO.

 

  Acabo de terminar uno de los libros que me regaló aquella amiga de la pude llevarme dos bolsas del Ikea repletas, de la herencia, etc. Se llama el Callejón de Gato por aquello de los espejos que deforman, etc. O sea, retratos que han sido escritos, como dice el autor, Jaime Campany, como le ha dado la real gana. Retrata a  Suárez, a Alberti, a Semprún, Sánchez Mazas, Gerardo Diego, Luis Solana, etc. Tiene cantidad de anécdotas jugosas. Cuenta que una vez Jesús Quintero le llamó para hacerle una entrevista. El del Perro Verde le comenzó a recitar una poesía de Alberti comenzando por “usted que es de derechas no habrá oído este poema de Rafael Alberti… y comenzó a recitar

 

Gimiendo por ver el mar,

un marinerito en tierra

lanzó al aire este lamento:

 ¡Ay, mi blusa marinera,

cómo me la inflaba el viento

al divisar la escollera!”.

 

  Cuando hubo acabado le dijo que no pensaba hacerle sangre (por lo de meter la pata) porque tenía ese mismo poema escrito en una servilleta después de un encuentro del poeta y el periodista en Roma. Con dibujito albertiniano incluido.

  También dice cosas divertidas y estridentes de Cela que escribió un poema cómico de los que le gustaban:

El puente tiene tres ojos,

Yo tengo dos solamente,

Pero contando el del culo

Tengo los mismos que el puente.

 

  Jartá de reír sobre el gafe de Luis Yáñez, lo recordaréis porque se le hundió la carabela según salía del astillero. “Menos mal que pidió perdón solemnemente a los americanos por la participación de España en el Descubrimiento. También Colón estaba ya a salvo en la Historia, pero doy el aviso serio de que peligran sus estatuas más famosas, la de Barcelona, cara al mar, y la de Madrid en la plaza de su nombre”. Cómo sabía el tío cómo se las iban a gastar. El libro, divertidísimo, es de 1999, el siglo pasado.

  Me he preguntado leyendo a este hombre, un periodista de raza famoso y poderoso de los de antes, de cuando la prensa sí era un poder más o menos independiente, si había alguien leyendo a Campmany en España. Y creo que la respuesta sería que no.

  “Por la misma razón que doña María recogió peder en su Diccionario, podría haber recogido Bilbado, bacalado, cacado y piripipado”.

  De González Ruano, del que tengo pendiente sus Diarios, el comentario sobre sus memorias: “Sus memorias Mi medio siglo se confiesa a medias es una verbena sagrada y golfa de la vida literaria de medio siglo XX y una riada de saberes raros, personajes peculiares y observaciones regocijantes”.

  Un gran periodista, un clásico.