John Kennedy Toole fue un estudiante ejemplar. Se licenció en literatura por la Universidad de Columbia. Posteriormente trabajó en algo que en nada tenía que ver con sus estudios: trabajó como profesor de literatura. Ingresó en el ejército a comienzos de los años sesenta y siguió dando clases a los reclutas que llegaban a su base militar en Puerto Rico. Cuando acabó su servicio volvió a Nueva Orleáns y siguió dando clases. Era un tipo feliz; pero se complicó la vida y decidió escribir una novela. Una novela satírica: La Conjura de los Necios. ¿Las primeras palabras que aparecen en el libro?: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. El caso es que envió su manuscrito a la editorial Simon and Schuster y posteriormente a otras y ninguna supo ver un ápice de valor a su escrito, así es que nuestro amigo se cogió un berrinche y una depresión de campeonato. Debo reconocer que alguna gracia me hizo la novela en cuestión, pero me temo que yo, de haber tenido alguna responsabilidad en alguna de esas editoriales, habría tomado la misma decisión. Por supuesto en aquel momento; ahora no, evidentemente. El tesón de su madre por ver publicada su novela, dio como resultado innumerables ediciones que llegan hasta la actualidad. Ahí entraríamos en un tema nuevo: ¿por qué hay artistas que sólo ven reconocido su valor cuando ya han muerto? ¿Podría un complot de críticos encumbrar a un autor mediocre? Creo que ahora está pasando eso. Pero el tiempo pone a todo el mundo en su sitio; y este autor ha pasado el examen del paso del tiempo. Comenzó a beber, abandonó sus obligaciones laborales, y se sintió el tipo más fracasado del universo. El veintiséis de marzo de 1969 en un paraje polvoriento y solitario de Mississipi, introdujo una manguera desde el tubo de escape hasta el interior del coche. Tenía 31 años.
sábado, 5 de mayo de 2012
John Kennedy Toole
John Kennedy Toole fue un estudiante ejemplar. Se licenció en literatura por la Universidad de Columbia. Posteriormente trabajó en algo que en nada tenía que ver con sus estudios: trabajó como profesor de literatura. Ingresó en el ejército a comienzos de los años sesenta y siguió dando clases a los reclutas que llegaban a su base militar en Puerto Rico. Cuando acabó su servicio volvió a Nueva Orleáns y siguió dando clases. Era un tipo feliz; pero se complicó la vida y decidió escribir una novela. Una novela satírica: La Conjura de los Necios. ¿Las primeras palabras que aparecen en el libro?: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”. El caso es que envió su manuscrito a la editorial Simon and Schuster y posteriormente a otras y ninguna supo ver un ápice de valor a su escrito, así es que nuestro amigo se cogió un berrinche y una depresión de campeonato. Debo reconocer que alguna gracia me hizo la novela en cuestión, pero me temo que yo, de haber tenido alguna responsabilidad en alguna de esas editoriales, habría tomado la misma decisión. Por supuesto en aquel momento; ahora no, evidentemente. El tesón de su madre por ver publicada su novela, dio como resultado innumerables ediciones que llegan hasta la actualidad. Ahí entraríamos en un tema nuevo: ¿por qué hay artistas que sólo ven reconocido su valor cuando ya han muerto? ¿Podría un complot de críticos encumbrar a un autor mediocre? Creo que ahora está pasando eso. Pero el tiempo pone a todo el mundo en su sitio; y este autor ha pasado el examen del paso del tiempo. Comenzó a beber, abandonó sus obligaciones laborales, y se sintió el tipo más fracasado del universo. El veintiséis de marzo de 1969 en un paraje polvoriento y solitario de Mississipi, introdujo una manguera desde el tubo de escape hasta el interior del coche. Tenía 31 años.
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