lunes, 22 de marzo de 2021

JUAN PANDO. UN REY PARA LA ESPERANZA.


    Este libro lo tenía desde hace diez años. Un amigo lo tenía debajo de su monitor, que le servía, junto con otros ejemplares, para elevar a la altura de los ojos dicho monitor. Le pedí si me podía dar uno. “Me quitas un peso de encima”, fue su respuesta. “Tengo muchos más”. No sé cómo aparecieron esa cantidad de ejemplares en la oficina pero el caso es que me lo regaló añadiendo que el libro era un coñazo, Sic. El caso es que siempre tarde o temprano, si he adquirido como fuere un libro, lo termino leyendo.

  El libro en efecto, es bastante arenoso de leer y está basado en el hecho de qua la España de Alfonso XIII, en plena I Guerra Mundial, habiéndose declarado neutral, sirvió para seguir la pista a los miles desaparecidos durante la guerra. “Dirigir una carta al Palacio de Oriente de Madrid se convirtió en sinónimo de escribirle a la esperanza”.

  Lo primero que constaté nada más comenzar la lectura es que el autor, Juan Pando, no había logrado dar con la estructura y la forma adecuada. El lenguaje a veces se sale de madre y se engola hasta extremos grotescos. Un solo ejemplo: “... se les dejó huérfanos de entrenamiento como tropas de choque que iban a ser; también en la captación de quienes guiarían su desesperado atacar”. No sé, el caso es que la lectura se “engancha” continuamente en frases como estas. Agravado por los innumerables corchetes, paréntesis, dimes y diretes (De las cartas) que atrancan el fluir de la lectura. Para que no fuera así debería haber ideado otro sistema para no torturar al pobre lector.

  Otra cosa que choca es proponer al Rey como un ejemplo de entrega y solidaridad, casi sin tacha, cuando se sabe que fue más bien inepto y con tendencia a lo “militarote”. “un rey en gran parte incomprendido, que supo dar lo mejor de sí mismo en aquella hora de solidaridad y entrega”. Bueno, si él lo dice...

  Se montó una oficina en el Palacio Real, como se ha dicho, y se enviaron delegaciones de investigación a diferentes partes de Europa en guerra. De agradecer no obstante su iniciativa. Pero por desgracia casi todas las gestiones –no podía ser de otra manera viendo la dimensión del caos y la destrucción- terminaban con un escueto “no hallado”.

  Unas memorias de un veinteañero soldado alemán: “Envuelto en la niebla del amanecer, salté de la trinchera y me encontré ante el cadáver agarrotado de un francés. Cerca de mí, junto a un árbol, vi otro vuelto. Por las órbitas vacías de sus ojos y unos mechones de pelo castaño, aún adherido a su cráneo mondo, comprendí que no me las tenía que ver con un ser vivo. Hacia donde mirara, docenas de cadáveres, corrompidos, calcificados casi, disecados como momias. Los franceses que acababan de abandonar la posición que ocupábamos nosotros debeiron estar meses junto a sus compañeros caídos y sin poder darles sepultura”. El joven alemán era mi queridísimo Ernst Jünger cuyos diarios completos me han hecho disfrutar tanto. Por suerte para sus lectores Jünger siguió con vida para vivir otra guerra y para llegar a los cien años y pico de edad. En otra parte se detallan los poetas y escritores que sí cayeron.

  En la IGM se comenzó a probar cientos de artilugios nuevos para matar en masa. A destacar la construcción de túneles con el objetivo de preparar, debajo de las posiciones enemigas, toneladas de explosivos, tantos como para cambiar el terreno. “Señores, ignoro si mañana escribiremos una nueva página de la Historia, pero lo seguro es que cambiaremos la Geografía”.

  Otro de los protagonistas del libro fue un español excepcional. Médico. Pagés, a quien  tantas mujeres le deben el parir sin dolor por haber creado la inyección epidural. Posiblemente el segundo premio Nobel de medicina si no hubiera sido por un desastroso accidente de automóvil.

  Tiempo de lectura: una semana. Y siempre se puede sacar provecho a una lectura, aunque resulte en ocasiones, penosa.

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