miércoles, 22 de junio de 2016

JUAN CRUZ. EGOS REVUELTOS. Una memoria personal de la vida literaria.



  En un viaje de vuelta en Asturias puse la radio y estaban entrevistando a Juan Cruz. Hay personas que, aunque parezca mentira, se les da mejor hablar que escribir. Cruz creo que es una de ellas. Es un maestro en entrevistas pero también lo es siendo entrevistado: un chollo para el periodista que trabaja. Cuenta siempre anécdotas sabrosas y las sabe adornar para dejar en quien le escucha una sonrisa de complacencia. Míticas las entrevistas a los grandes: a Mario Vargas Llosa, a Mario Benedetti, a Sábato, a Marsé, etc.
  Éste libro va de todo eso. Hace un repaso, algo desordenado (Pero ¿acaso no es desordenado el sistema laberíntico de la memoria?) de todos esos “egos revueltos” que hubo de cocinar y engullir en su larga etapa de editor de Alfaguara.
  “-La ceguera está diluida por el recuerdo, por lo que me dijeron, por lo que leí. Es curioso, hablamos de recuerdos como si fueran hechos, y no son sino palabras. Lo que me dijeron, lo que dije, los recuerdos son palabras”. Borges.
  El libro, de la preciosa Tusquets, está en perfecto estado. Lo compré hace un par de meses en la feria del libro de ocasión de Recoletos. Hacía poco me pedían 22 euros por él y ahora lo encontré por 16. Y a partir de que acabe esta reseña -este recuerdo- estará colocado junto con los varios tomos de los diarios de mi querido Ernst Jünger.
Hablando de muertos imaginados. Juan Cruz cuenta en sus Egos Revueltos (que acabo de terminar) que después de una larga amistad con Francisco Ayala y de infinidad de folios dedicados al escritor granadino, un día le dijeron en la editorial: “ponte en contacto con Ayala porque está muy enfadado”. Cruz no sabía de qué iba. Lo llamó por teléfono pero solo consiguió que le dedicara un insulto y le colgara. El insulto fue “es usted un chisgarabís”. Cruz estaba lógicamente desolado. Era un escritor estrella de la editorial e investigó qué podría haber pasado. Al fin lo supo. Dentro de la colección de grandes obras del siglo XX que editó el El País estaba la traducción de Ayala de la obra de Moravia “La romana”. Para concretar los derechos de traducción en cada una de las novelas se llamó a cada uno de los traductores. Alguien llamó a Ayala, y viendo la edad que debía tener, con la siguiente pregunta: “¿sigue vivo aún el Señor Ayala?” La respuesta la dio él mismo mandando a freír espárragos a quien fuera.
  Y siguiendo con los muertos, una frase de Hemingway que utilizó Brice Echenique en uno de sus libros: “Conoció la angustia y el dolor pero nunca estuvo triste una mañana”.

  Por supuesto también se habla en el libro de Muñoz Molina y su relación, mala relación, con Cela. “En distintos momentos de su endiosamiento galáctico, Cela la tomó sobre todo con dos jóvenes escritores, Julio Llamazares y Antonio Muñoz Molina”.
  Pero lo peor no es el ataque despiadado contra ellos, lo peor a mi entender, es la orla de aduladores que tenía a su alrededor y que le reían las gracias y le alentaban en sus insultos.
  Uno de ellos, uno de los insultos que empleó fue “cagapoquitos”. Llamazares se atrevió a contestarle en un artículo titulado “El obispo de Manila”. La que se lió fue gorda. Gil de Biedma acababa de morir de sida y al Nobel no se le ocurrió otra cosa que llamarle maricón a LLamazares, etc, y que se iba a morir igual porque…, etc.
  En fin, un libro suculento para quienes nos gusta leer libros y sobre libros, sobre escritores, editores, agentes, historias, anécdotas. Que viva por muchos años mi querido Juan Cruz.

lunes, 13 de junio de 2016

EL CONDE BELISARIO. ROBERT GRAVES.




  Existen ediciones de bolsillo más cómodas de leer        que otras. Esta edición de la, venida a menos, Edhasa, es de las que menos. Meter un novelón como este en ese tamaño es hacer como a aquellas mujeres japonesas a las que vendaban los pies para que pudieran entrar en zapatos diminutos. La tipografía es microcelular, y tan aprovechado el margen, sobre todo el derecho, que las letritas parecen esconderse en el reborde como hormiguitas entrando en el hormiguero. Pero como dice el refrán: a caballo regalado… Este ejemplar es de aquellos que rescaté justo antes de que lo lanzasen al contenedor de reciclaje. Y he visto que perteneció a alguien importante. O al menos eso dice el exlibris que tiene estampado en la primera hoja: Fernández de Mesa, aquel diputado del PP y actual director de la Guardia Civil. Las vueltas que puede dar la vida; las vueltas que puede dar un libro.
  El libro trata de la biografía del que fuera último gran general del Imperio Romano. Concretamente el de Oriente. Justiniano es el emperador. Y ahí sí que no esperaban a los bárbaros en vano. Allí, en esa época venían; muchos y muy a menudo, con imponentes ejércitos, dispuestos, como hormigueros hambrientos, a esquilmar todo a su paso. De su prólogo: “Belisario es un general romano cuyas victorias no son menos romanas, ni sus principios estratégicos menos clásicos, que los de Julio César…, y cuyas proezas individuales rivalizan con las de los héroes del rey Arturo”. “Belisario nació el último año del desastroso siglo quinto (el siglo del rey Arturo), en el cual los anglosajones habían devastado el sur de Gran Bretaña, los visigodos, España; los vándalos, África; los francos, Galia; los ostrogodos, Italia. Murió en 565, cinco años antes del nacimiento del profeta Mahoma”.
  Como todos los hombres importantes de la historia, Belisario debía tener capacidades extraordinarias de seductor. “…aprendió a sobresalir, el de inspirar amor, confianza y obediencia de las tropas, y así convertir una masa indiferenciada en un ejército disciplinado”.
  Aquí se habla de guerra. Quizá demasiado, como esas películas de acción en las que no se da ni un respiro a los sufridos espectadores. Hay violencia, pero todo está narrado con el esmalte inconfundible de uno de los grandes. Pero eso ya lo decía la Biblia: “Según el evangelista Mateo, Jesús dijo a sus doce apóstoles: No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Pues he venido para volver al hijo contra el padre, y a la hija contra la madre, y a la nuera contra la suegra. Los enemigos del hombre serán los miembros de su propio hogar”.