jueves, 30 de julio de 2020

EL PÁJARO PINTADO. LA PELÍCULA Y LA NOVELA.


Anoche, después de estar un rato buscando algo que ver (la televisión, más ahora en verano, es insoportable) encontré una película extraña. No parecía adecuada para estar ahí, cansado de series, junto a comedias baratas y películas de acción cien veces vistas. Esta película de casi tres horas. En blanco y negro. De origen ruso, pero ambientada en Checoslovaquia, o en Polonia, en todo caso en algún país del este. Un crío, preadolescente, es enviado por sus padres a una aldea lejana para protegerlo de la guerra, de la Segunda Guerra Mundial. A partir de ahí es un peregrinaje de aldea en aldea y de horror en horror. Y el caso es que según la iba viendo me ocurría que era como ir reconociendo un sueño o una pesadilla vivida hacía tiempo. Escenas brutales de incestos, violaciones, asesinatos, bestialismo, lascivia, brutalidad, pero todo retratado de manera artística. Cualquiera de los fotogramas podría haberse enmarcado para un museo o para un sanatorio siquiátrico. Como un Brueghel o un Bosco descolorido y cruel. Pero una escena en concreto es la que hizo saltar la palanca del recuerdo: una en la que el niño se deshace de su verdugo, y violador, arrastrándolo con artimañas a un agujero lleno de ratas hambrientas. Esa escena se ha quedado grabada en mi cerebro desde que la leyera en la novela del mismo nombre, El Pájaro pintado, en el año 1990, en la época temprana del Círculo de Lectores. Cuando se lo contaba esta mañana a mi mujer decía: ¡Cómo te gusta lo tremendo, hijo mío! Y es verdad. Los naufragios extremos, la supervivencia, los desastres de la guerra, el tremendismo en la literatura. Me ha recordado un poco al libro y a la película vista hace poco: Intemperie, sólo que aquella es más salvaje. Decía el director que podría ambientarse en cualquier época y lugar: el castigo rotundo de seres absolutamente inocentes por gentes embrutecidas.
  Se decía que el suicidio del Kosinski (1991) un año después de esta edición se debió a que no superó el que se descubriera que todos aquellos episodios tenían poco de autobiográfico. Sus compatriotas lo tacharon de traidor por reflejar unos personajes bestias. Y otros lo acusaron de edulcorar el verdadero infierno que sus familias y ellos mismos tuvieron que sufrir. El caso es que su madre, uno de los pocos supervivientes del Holocausto, fue hostigada en su país, para castigar al hijo, residente en los EEUU. Esta novela estuvo prohibida en Polonia hasta hace pocos años. Una nota de su prólogo a la edición que, por fin, he encontrado y que explica en gran parte el título y el espíritu de la obra: “El entretenimiento favorito de uno de los aldeanos consistía en atrapar aves, pintarles las plumas, y soltarlas luego para que se reunieran con sus bandadas. Cuando dichos pájaros de refulgentes colores buscaban la protección de sus semejantes, éstos, que los veían como intrusos amenazadores, atacaban a los destacados y los picoteaban hasta matarlos”.
  La película y la novela, al menos para mí, absolutamente recomendables.

lunes, 27 de julio de 2020

ENCUENTROS CON LIBROS. STEFAN ZWEIG.



  Visita de necesidad a la librería Visor, en Moncloa. Desangelada, como todas las cosas en los últimos tiempos. Veo algunas cosas interesantes pero, o ya vistas, como otro libro sobre la tragedia del Batavia, o muy caras. Al final por hacer gasto y, claro, por placer, compro el ya mencionado La Piel, de Sergio del Molino y éste, del autor posiblemente del que tena más libros: Zweig.
  Son artículos de crítica literaria siempre en positivo. De autores conocidos casi todos, Mann, Joseph Roth, Flaubert, Adalbert Stifter, etc, y otros no tanto como Friedenthal, Coster, etc;  Ganas me han dado de conseguir varios de los ejemplares de los que habla y un empujón, que falta me hacía, para abordar el Emilio de Rousseau, un libro pendiente después de que el profe de mi hija les hiciera comprarlo para, después de ver lo gordo que era, desecharlo. Increíble. A mí no me importó porque siempre había querido meterle mano.
  Como siempre Zweig es tremendamente ameno y didáctico. Entusiasta. Dan ganas, leyendo algunas reseñas, de salir corriendo a comprar algo de lo recomendado. De hecho casi lo he hecho con la novela Ulenspiegel, de Charles de Coster, novela que se publicó aquí en una colección de hace muchos años y que está a la venta por poco más de lo que vale un café.
  De Stisfter, del que leí hace unos años su notable novela piedras de colores dice: Nuestro autor, inspector de educación en Linz, solitario y melancólico, deja su despacho y regresa a casa desazonado, pero, una vez allí, se sienta en su escritorio y sueña con un mundo puro, sencillo, en el que impera la bondad, apartado de una realidad desgarrada por la tensión entre el bien y el mal. No es novelista adecuado para aquellos que buscan emociones fuertes”. Sin embargo recuerdo de aquella novela un drama que me hizo saltar las lágrimas al ver recuperados a los niños perdidos en la nieve.
  Otro libro de Acantilado sencillamente delicioso. Un placer leer estos libros: Una prueba de que son buenos es que es casi imposible ver algún ejemplar en una mesa atiborrada de libros a dos o tres euros, típicos de las mesas del Rastro, aunque a veces algo haya.

domingo, 19 de julio de 2020

LA PIEL. SERGIO DEL MOLINO.



  Tanto me gustó la España vacía que he leído más libros de este autor. El último La hora violeta, otra obra sobre la pérdida de un hijo, si no más que Mortal y rosa de Umbral, a la misma altura. En este de la Piel ejerce de nuevo, como hiciera con Lugares fuera de sitio, de coleccionista de hechos que le obsesionan o le interesan de algún modo. La piel, sobre cómo ha afectado a la vida de diversos personajes históricos, los problemas de su piel, incluido el autor mismo. En algunas partes me he sentido identificado porque de vez en cuando también me afecta una especie de pico incontrolable que haga que no pueda parar de rascar con las uñas una piel que se llena enseguida de rutas enrojecidas. Stalin, Napoleón, Nabokov, etc.
  Hablando de las formas de hablar, un párrafo del libro que leo estos días: La Piel, de Sergio del Molino:  “Incluso hay una teoría que dice que un peregrino que viajase desde Rumanía hasta Compostela en la baja edad media no se daría cuenta de que cambian los idiomas, pues las lenguas románicas están tan juntas y los dialectos varían tan poco de unos valles a otros –en un pueblo usan una palabra distinta para decir puerta pero el resto es igual; en el siguiente, cambia un artículo o se conjugan los verbos de un modo levemente distinto, pero como todos los vecinos se parecen y se entienden, no se perciben como lenguas extrañas. Para apreciar el contraste hay que viajar de golpe: el rumano que vuela a Compostela hoy no entiende lo que le dicen porque no ha podido acostumbrarse a todas las hablas intermedias”.
  Imagino que no debía pasar por el norte de la península, donde la lengua vasca parece hecha por y para extraterrestres.
  Imperdible las escenas contadas de su primer beso. Cada uno podrá identificarse con aquello de qué hacer con la lengua, con las manos, con las caricias, con el deseo. Sus experiencias hospitalarias: “El enfermo renuncia a cualquier forma de intimidad en cuanto firma los papeles del ingreso. No hay sitio para el pudor en ese bosque de sondas y batas abiertas por el culo”. Y otra cosa con la que me he sentido identificado: y quizá también mi hija: “He culpado a la genética, que es como culpar a Dios”. Cuántas veces lo habremos dicho nosotros. Pero a la vez das gracias, a la genética o a Dios, de que no hubiera sido aún peor.
  Otra vez acerté con Sergio del Molino. Me iría de cervezas con él estando seguro de que temas de conversación no nos iban a faltar.

miércoles, 15 de julio de 2020

Esther y Óscar Tusquets. Tiempos que fueron.



  Hace tres semanas fui con unos familiares a pasar unos días a la casa que mis padres tienen en un pueblo de Alicante. Pasear en bici, playas alejadas de la gente, comidas en arrocerías inmejorables, cenas en un portugués digno del nombre, La Portuguesa y paseos por la noche por el paseo marítimo. Todo aderezado con buenas charlas. En la casa de mis padres apenas hay nada más que las cosas que hacen falta para vivir: Menaje, mesas sillas y camas. Pero en una de ellas, en una mesa había este libro. Llamé a mi madre para saber de quién era pues me interesaba. No hacía mucho había escuchado una conferencia de mi querido Trapiello donde Esther era también una ponente. No coincidieron en nada, notándose gran tensión entre ellos. Carne de Diario trapelliense, pensé. El caso es que me lo quedé, requisado y a buen recaudo, y lo leí. Siempre es interesante leer sobre una familia de la alta burguesía catalana. Aquellas de las que ganaron la Guerra Civil. Qué suerte habría tenido yo de haber nacido en una familia de la alta burguesía catalana.
  Antes que nada recordar que Esther era la madre de Milena Busquets y que murió en el 2012. El libro de su hija, que me gustó y que aquí dije algo al respecto, se centra en el recuerdo de su madre.
  El libro está hecho a dos manos (a cuatro dice la autora), las correspondientes a los dos hermanos a modo de diálogo e intercambio de recuerdos y pareceres. En muchas cosas piensan, cada uno de ellos está equivocada o equivocado. Pero da igual, en todas las familias pasan cosas parecidas. Una vez fui testigo de una discusión fuerte entre mi padre y su hermano apropiándose de una escena de la infancia donde a punto estuvieron de matarse en un acantilado donde se les había echado la noche encima. Cada uno decía: a mí me lo vas a decir que estuve allí.
  Se narran las primeras casas, el nivel de vida alto pero donde se tenían amistades con más poder incluso. El carácter de sus padres: más cosmopolita el de ella, nunca enamorada de su marido, con algún amante, en la que se cuentan incluso encuentros lésbicos; más común el del padre, médico de profesión y que luego se pasó a la edición y los seguros.
  Esther Tusquets dirigió muchos años la editorial Tusquets. Escribió algunas novelas y sobre todo libros de memorias. Algunas un poco provocadoras como Habíamos ganado la guerra o Confesiones de una vieja dama indigna.
  Óscar ha sido un gran arquitecto, imagino que lo sigue siendo pero ahora solo ejerce como pintor. He visto sus cuadros y me gustan mucho. Era ya un pintor bastante precoz pues de niño le acusaban de que sus dibujos y pinturas eran hechos por algún adulto de su familia. En directo y en vivo les demostró que no, que era ya un virtuoso.
 Me ha gustado. Ediciones B. Bruguera. Año 2012.

lunes, 13 de julio de 2020

EL CASTILLO BLANCO. ORHAN PAMUK.



  La verdad es que no tenía intención de leer más libros del Nobel turco. Estambul, una especie de memorias, autobiografía de él y de su ciudad, que me gustó, y Nieve, que me gustó a secas. Pero una conversación sobre Turquí con un compañero hizo que buscara esta novelita (por lo escasa en hojas) en una librería de viejo de Alcorcón, y me la llevara por ocho euros. Precio no precisamente barato, aunque es verdad que es un ejemplar de la editorial Mondadori, tapa dura, en perfectas condiciones.
  Pues bien, a mí no me ha gustado. En principio podía ser atractiva la historia: Un italiano del s.XVII que es apresado por los turcos, enviado a Estambul y puesto a las órdenes de distintos personajes a modo de esclavo. Hay que decir que iba ya para sabio. Pero no me ha terminado de convencer. Sí, habla de la identidad, la tradición y la modernidad, las ciencias, etc, pero sin llegar a emocionarme ni un gramo en toda la lectura. Un pequeño fracaso porque en verdad que me fiaba de las recomendaciones de este compañero también aficionado a la lectura. Pero en gustos es imposible acertar. Un misterio.
  Algunas páginas levemente interesantes de una epidemia de peste y poco más. Olvidable. Tardaré en volver algo de Pamuk, aunque leí no hace mucho una entrevista en el País muy interesante en la que decía estar a punto de publicar un libro sobre epidemias que lleva escribiendo muchos años. Quizá entonces.