jueves, 1 de septiembre de 2011

Sándor Márai



Nació Márai en 1900 en un país que dejó de existir, una ciudad (Kassa) convertida en una “balsa de piedra” separada de Hungría. Luego perteneció a un país que fue invadido por los nazis y luego por los rusos.
Para un autoproclamado burgués eso fue demasiado. (Encantadoras sus memorias; imprescindibles). No podía respirar sin renunciar a sus ideales ni en la izquierda, obvio, ni en la derecha fascista: “Tendré que quedarme solo, completamente solo con mi trabajo, que ya únicamente significa algo para unos pocos, con todas las consecuencias sociales y existenciales de esta situación”.
Después de vivir en diferentes países recaló en EEUU donde en 1989, sólo y enfermo se pega un tiro.
Imre Kertész cuenta a través de sus últimos diarios cómo fue su época final en San Diego. “...habla de la soledad definitiva, de la muerte de su esposa y de su hijo, de algunas lecturas, de la compra de una pistola y finalmente de los preparativos para el suicidio”.
Otra anotación: “No cogeré el auricular. Hay cierta falta de tacto en el hecho de vivir más tiempo de lo debido.”
El año de su muerte intentan llevarlo de vuelta del exilio –durante cuarenta años no se pronunció su nombre en Hungría- pero rechaza la invitación y ya no encuentra refugio en nada; tampoco en la religión.
Su última anotación el 15 de enero: “Ha llegado el momento”. Y cumple con uno de los preceptos de lo que es su sabiduría: “No se debe precipitar, pero tampoco demorar la buena muerte”

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