martes, 14 de septiembre de 2010

14/09/2010


Diarios 1999-2003. Iñaqui Uriarte. Leo los estupendos Diarios de Iñaqui Uriarte. Lo bueno de leer diarios es que te hacen recordar episodios de la vida parecidos. En una de sus entradas cuenta cómo P. le retira y ordena los libros desparramados en montoncitos por toda la casa en las estanterías, sin su orden; como si fueran platos, iguales entre sí.
Algunas veces regaño a mi hija pequeña porque va apartando en el plato trozos de carne y patatas fritas. Me dice que son para el final; los trozos que más le gustan. Le pasa como a mí, quiero dejar para el final los libros que considero más suculentos de entre los que tengo sin leer. Pero a veces no resisto y sucumbo a la atracción como me ha sucedido con éste de Uriarte.
Fiesta en la piscina. He observado que mucha gente tiene especial éxito social en función de cómo se ríe. Hay personas que ya tienen dominado el gesto de la risa aunque sea ficticio. Se ríen con ganas pero solo en apariencia. Al interlocutor del carcajeador profesional esa carcajada le hace verse la mar de interesante y va acumulando adeptos que ríen también a mandíbula batiente. Esa risa se contagia pronto pero, a veces, alguien hace un ejercicio de autocontrol y se aguanta sin mover un músculo, sin sonreír. Entonces se produce una tensión muy cómica que hace que la gente mire al impasible como quien mira a uno que ha bebido demasiado.

Paso por casualidad por lo que va a ser una exposición de pintura. Un jurado elegirá al ganador. Hay en la acera muchos cuadros apoyados en las paredes. La mayoría no dicen nada pero uno me llama poderosamente la atención: me doy cuenta con asombro que es una plancha de las que se utilizan para salvar zanjas al paso de los coches. Tiene manchas de óxido que bien podrían representar todo un universo. Podría pasar por un cuadro de pintura moderna si hubiera tenido un marco. Se merecería sin duda el primer premio pero ¿a quién dárselo?

Problema principal del mundo: somos demasiados. Todas las grandes civilizaciones se han apoyado en los hombros de la esclavitud. Los imperios han crecido y expandido su poder gracias a ella. Ahora no es menos cierto. Antes se controlaba con la amenaza y el castigo, había que ir a buscar a los esclavos a África y al resto de las colonias; ahora se les amenaza con algo mucho peor: el hambre. Y no hay que ir a buscarlos a ningún sitio; son ellos, los esclavos modernos, los que buscan a su amo.

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