martes, 8 de junio de 2010

08/06/2010


Acabo de llegar de hacer un viaje en bici. La Vía de la Plata. Ochocientos kilómetros en ocho días de Sur a Norte en una línea serpenteante cerca de la frontera con Portugal. Tan solo hemos tenido tiempo para pedalear, comer, beber y dormir. Nada de televisión ni de prensa ni de pensamientos impuros. Nada de lectura a pesar de haberme llevado un libro ligero; ligero como el viento: “Tres maneras de volcar un barco” del simpático Chris Stewart. Me gustó mucho su vitalista visión de España y los españoles allá por las Alpujarras en “Entre limones”. No me importaría tomar una copa con un tipo como este. Le gusta contar anécdotas y sabe contarlas. Le gusta contar chistes y tocar canciones con una guitarra. Le gusta beber en compañía y es un tipo que no se arruga ante la aventura. Pero volviendo a su libro sobre su experiencia en el mar..., no he tenido apenas tiempo de tocarlo. Media página alguna noche antes de caer rendido de sueño y de cansancio.

Pero es igual, ha merecido la pena. Los paisajes de Sevilla y Extremadura, Salamanca, Zamora y León, sus dehesas y llanuras onduladas como mares, sus puertos verdes como en el norte, sus pueblos pequeños que poco a poco se van muriendo de aburrimiento y pobreza, sus ciudades domésticas y alegres. Los alimentos ibéricos tan ricos. Hubo una noche en la que no nos cansamos de comer jamón y beber cerveza helada a la luz de las estrellas. De madrugada me levanté a darme una ducha fría para enfriar el cuerpo y la garganta.

Cuando uno emprende un viaje así tan solo se preocupa de estar bien. Atrás quedan las preocupaciones cotidianas, el fastidio del día a día, las jodidas molestias del vivir.

El mundo, sin saber de él, parece más amable.

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