De entre los cientos ¡miles! de libros que recorrí con los ojos y con los dedos en aquella casa de Madrid cuyos dueños acababan de morir, me llamaron la atención dos de esta editorial fundada por mi admirado y querido Trapiello y su amigo Zapatero (nada que ver con el ínclito). Trieste. Año 1983. Estado: perfecto quitando un cierto olor a tabaco rancio. Tamaño pequeño, de los que se quedan cojos y hay que buscarles sitios especiales en las estanterías. Éste, ya lo digo, ocupará un lugar especial en la librería del salón donde están los más nobles o pintones, concretamente encima de los gruesos pero bajitos diarios de Jiménez Lozano.
Lo primero es que es un libro muy ameno de leer. Divertido, con un estilo algo alambicado pero del que enseguida se familiariza uno. Tiene calidad. En mitad de la lectura fui a consultar qué había dicho de él Trapiello en su “Las armas y las letras”. “Novelista. Dedicó parte de su retiro tras la guerra, de la que vino gravemente enfermo, a redactar unas memorias llenas de ternura, inteligencia y humor. Otro de los escritores a los que periódicamente se ensalza y celebra, y al que nadie lee”. Pues aquí uno presente, aunque no será porque se le encuentre en las librerías, ni siquiera en las de segunda mano.
En esta autobiografía habla, cómo no, de la infancia “la infancia es cruel y en ella anidan los gérmenes de todas las maldades”, de sus padres y demás familiares, de su hermano sobre todo, Lorenzo Villalonga, también novelista, de la época que le tocó vivir, una época difícil como fue la República y la Guerra Civil. Está escrita en el 47. Murió en el 46. Apenas quiso anotar nada sobre la gran tragedia colectiva que fue la Guerra entre hermanos.
Tiene una errata muy divertida en la página 65, donde dice “mi negra guarra de uñas comidas”, debería decir “mi negra garra de uñas comidas”.
Estuvo en diferentes periodos en la guerra de Marruecos. Y repetía sin cesar que “iba a la guerra en busca de paz”. Cómo estaría la cosa. “Vista de cerca, la guerra es un perpetuo oscilar de lo sublime a lo ridículo, y si no fuera por el marco de los expedientes administrativos el aguerrido columpio llegaría a parecer divertido”.
“Para destacar las figuras no hay nada mejor que empequeñecer los escenarios”.
Se cachondea un poco de su lengua vernácula como cuando dice: “Juan escribe una carta a Pedro” y sigue, “no experimentamos ninguna emoción especial, pero para un regionalista, “Joan escriu una lletra a Pere” estaba lleno de sabias complacencias gramaticales”.
“Se vivía tan bien en España bajo la Restauración, que es muy natural que nos quejáramos de todo”.
Una pullita a quien yo me sé: “Lo menos duro que se puede decirse del militar escritor es que, tanto en paz como en guerra, no resulta ni militar ni escritor”.
“¡Protesto de las guerras!, me decía, airado, uno de aquellos señores. “También Voltaire protestó del terremoto de Lisboa”, le repliqué modestamente, ¿Y qué? Que, después, ocurrió el de San Francisco”.
Pullita a Ortega: “Era lógico esperar que el derrocador de la Monarquía fuera el orientador de la República: no fue más que una voz predicando en el desierto de la incomprensión republicana”. “No era eso”.
Me ha encantado este libro, y no tardaré en utilizar alguna de estas pullitas en el sitio correspondiente.