martes, 7 de julio de 2020

ANTONIO LOBO ANTÚNES. EN EL CULO DEL MUNDO.


  Siempre he seguido a este autor allá donde hablaran de él. Sabía que era médico siquiatra, que era de buena familia, que era eterno candidato al Nobel, que escribía muy bien pero era difícil y que había estado en la guerra de Angola.  Pero por las razones que fueran, seguramente por el tema de lectura difícil, no había leído nunca a Lobo Antunes. Pero la lectura de los diarios de García Maldonado, el escritor farmacéutico de Málaga, en los cuales se refería a este libro varias veces de manera elogiosa, y dado mi interés por autores metidos en guerras propias o ajenas, quise hacerme con un ejemplar lo más rápido posible. Y tuve que ir a Madrid, a una librería de viejo pegada a la Gran Vía, a conseguirlo. Por cierto, justo cuando lo pagaba la dependienta, muy versada en tema de libros, lo cual se agradece, me comunicaba que acababa de morir Ruiz Zafón.

  El estilo, el ritmo, el lenguaje, la calidad poética en prosa es sublime. Pocas veces he pensado: Estoy leyendo un libro perteneciente a un verdadero escritor, un escritor inmenso. En alguna parte he leído que lloraba al comienzo de su carrera por la imposibilidad de poder mostrar lo que pretendía. El esfuerzo mereció la pena.

  El narrador se dirige a veces a su mujer en Portugal, que espera un hijo suyo, y otras veces a otras mujeres. En realidad a él mismo, a su yo futuro. Se aprecia muy bien su asco por tener que vivir una guerra que no es suya donde el hombre blanco, el portugués de la dictadura, de los soldados embrutecidos por el calor, el alcohol y las putas, se deshacen entre las enfermedades y la metralla de las minas anti personas. Posee como he dicho un lenguaje poético en prosa potente, efectivo, donde las imágenes impactan en el lector como una cuchilla de afeitar: “…la muchacha dejó de besarme, se apoyó en el codo como las figuras de los túmulos etruscos, me pasó la mano por la cara y preguntó: Qué es lo que no marcha, Ojos Azules?, y yo me encogí de hombros, rodé hasta quedar boca abajo sobre la sábana y me eché a llorar”.

  Otras veces narra las heridas y la terrible agonía de un soldado que se ha disparado a sí mismo un tiro en la boca. Si no ahora para cuándo. Lobo Antunes ya para el premio Nobel. Los suecos se enriquecerán; más que él, que es ya por derecho propio, y eso que solo he leído este libro, en un pedazo de escritor como la copa de un pino gigante.

jueves, 2 de julio de 2020

WOODY ALLEN. A PROPÓSITO DE NADA. AUTOBIOGRAFÍA.



  Muy esperadas estas memorias del gran cineasta neoyorkino. Sabe que iban a crear expectación por el morbo ocasionado debido a la acusación de su ex mujer, Mia Farrow de haber violado a su hijastra y haber abusado de otra. Pero sabe también dosificar el tema y lo suelta muy avanzada la lectura de las cuatrocientas y pico páginas. Quizá la parte que menos me haya gustado es la que trata de cuando se defiende, echando pestes de ella, de Farrow, no sé, es como un duro ajuste de cuentas pero echando en falta a la otra parte, sin dejar de estar de acuerdo con lo que dice. Al final del libro propone a los lectores ponerse de su parte o en su contra. Yo me declaro partidario suyo.
  Woody Allen se dirige a sus lectores como si estuviera en uno de sus monólogos, ¿saben? Y se le entiende muy bien lo que dice. Es una de las personas, junto a Trump, que mejor se le entiende cuando habla, incluso para alguien que no domine bien el inglés, como es mi caso. Cuenta las cosas con la pimienta de los chistes, con su humor corrosivo, que habla de la muerte pero con la sonrisa en la boca: “Que esparzan mis cenizas, vale, pero cerca de una farmacia”.
  En muchas ocasiones dice que no es un genio, que no es lo bastante listo pero el caso es que, a su modo, su estrambótico modo, lo es. Un tipo feo, más bien canijo para la media estadounidense, y judío, que haya estado con muchas hermosas mujeres tiene, por encima de cualquier consideración, su mérito. Y es que tiene una habilidad increíble para hacer guiones, para recrear escenas de la vida cotidiana, enredando personajes, ideando líos. Y confiesa en muchas ocasiones que no le interesa nada de las películas excepto el hacerlas: nada de promociones, nada de leer críticas, aunque sean buenas. Y tiene su mérito porque desde hace muchos años, acaso desde siempre, tiene a la industria en su contra, a pesar de que ha hecho varias obras maestras. Para mí quizá, Match Point, Hanna y sus hermanas, Manhatan, y muchas más, sin ir más lejos, la última: Un día de lluvia en Nueva York.
  También sabemos que Allen es millonario, tiene dinero a espuertas. Paga la educación y el tren alto de vida de una gran prole. Pero no por eso deja de tener problemas de hombre pobre, como yo. Un consuelo tonto, pero un consuelo al fin y al cabo: Llamé venir a ingenieros, levanté el jardín y rehíce el tejado, calafateé y puse planchas de cobre y, sin embargo, cuando llovía, el agua caía en cubos, porque cuando había goteras, no me refiero a unas gotas desconcertantes; me refiero a que todos los cubos se llenaban enseguida y yo tenía que volver a pintar cada año”. Lo mismo que me pasa a mí.
  En fin que declaro que, si me pusieran como miembro de un jurado y me dijeran, con la mano en el corazón si Woody Allen es culpable o inocente, diría que es inocente. Y lo salvaría como uno de los más importantes directores de cine de todos los tiempos, y como un gran escritor, aunque él diga que no ha hecho una obra verdaderamente importante, y como persona. Allen era necesario para el mundo. Las personas lo necesitan para tener una visión un poco más simpática del mundo. Él lo ha logrado.   

martes, 30 de junio de 2020

MUCHOS MATRIMONIOS. SHERWOOD ANDERSON.



  Un libro, como se dice tantas veces, lleva a otro. En el libro de María Belmonte sobre los viajeros escritores por Grecia e Italia se mencionaba El Coloso de Marusi como uno de los grandes libros de viajes. Lo compré y lo leí como queda demostrado unas páginas arriba. En el libro de Henry Miller se hablaba de éste como el de un amigo suyo que pasaba por problemas de pareja, como Miller. Y quise leerlo. Estaba en la editorial Gallo Negro, y como tampoco quería perder mucho tiempo buscando algo que no sea Pérez Reverte, Cristina Morales o Murakami, decidí pedirlo por internet. Apenas veinticuatro horas después llegó a casa sano y salvo.
  La síntesis del libro se refiere al fracaso del hombre como animal monógamo. Y como le doy la razón quería autoafirmarme en el sentido de que un hombre, una mujer, espera toda su vida encontrar al hombre, la mujer de su vida, en el orden que se quiera. Para documentarlo emplea Anderson a un marido desnudo que le explica poéticamente a su adolescente hija el porqué de su fracaso con su madre, que atribulada escucha en la habitación de al lado. Muy de teatro clásico, trágico. El tipo no soporta la convención social. No soporta que la mujer, si no es para concebir, no se suelte la melena de la lascivia. El hombre, y supongo que la mujer, necesita de su animalidad para sentirse hombre o mujer. La gran tragedia de su condición. La novela a veces me ha incomodado porque desde mi punto de vista no ha profundizado como lo hubiera hecho un buen ensayo. Apenas he señalado algún párrafo: “Tengo razones para recordar el cuerpo de tu madre. Ella y yo nos conocimos al principio a través de nuestros cuerpos. Al principio no hubo nada más que nuestros cuerpos desnudos”. Y así pasa luego lo que pasa en infinidad de parejas. El engaño de lo físico, sin que a nadie le amargue un dulce cuando sea menester. Me ha recordado esa película en la que una pareja joven vive en un piso coqueto y viene a vivir un nuevo vecino por el que ella se siente atraída. Después de una corta amistad se separan porque ella cree que ese el hombre de su vida. Poco después descubre que tiene los mismos problemas, las mismas inseguridades, los mismos desvíos que tenía en su primer matrimonio y que, visto lo visto, casi hubiera sido mejor dejarlo crecer, marchitar y morir de viejo. En fin, mierda de vida.

jueves, 18 de junio de 2020

JAVIER MELERO. EN ENCARGO.



  Acabado el libro de Melero sobre el Procés. ¡No quería que se acabara! Me ha pasado como con pocos libros: ¿Qué leo a continuación que me interese tanto como esto? Y creo que me voy a decantar por uno de relatos de Manuel Rivas, que me lo leeré en un par de días como mucho. El de Rivas, Maldita Alma, me ha durado un asalto: sin fuste. Porque si no me gustaba uno, me gustaría otro. Ninguno para recordar.
  Seguí las sesiones del juicio con verdadero y obsesionante interés. Lo veía en directo cuando podía y, si no, en diferido en cuanto llegaba a casa. Todo me interesaba. Me fijaba en las declaraciones, en los gestos de los jueces, de los abogados, las dificultades de unos y otros. Los nervios de los primeros días, el aburrimiento de las últimas jornadas, ya con todos agotados. Y Melero, precisamente era el que más simpático me parecía. Todo un profesional. Esta crónica tiene varias referencias al mundo del boxeo, de la literatura, del cine, de las ciudades de Madrid y Barcelona principalmente, de la gastronomía. Cada capítulo lleva como entradilla la declaración de algún boxeador. Una de las que más gracia me ha hecho es una de Tyson: “Todo el mundo tiene un plan hasta que le cae la primera hostia”. Filosofía pura en una montaña de músculos.
  Una anécdota que me ha hecho gracia. A Paco, el funcionario del Supremo, el encargado de reproducir los videos y un montón más de labores logísticas, le da un mareo y lo tiene que atender el médico forense de la sala. La reflexión de Melero es acordarse de la película de José Luis Cuerda, Amanece que no es poco, donde dice que estaba convencido que “todos éramos contingentes; sólo Paco era necesario”. Se lo dijo a Marchena y no pudo estar más de acuerdo.
  Luego, en  mi opinión, resalta una de las declaraciones del secretario de estado de interior, Nieto, cuando dice por su boca: “Nieto dio la clave esencial para comprender cuál había sido la voluntad que guiaba la acción del gobierno del Estado aquel día: impedir que aquello que se estaba haciendo pareciera un referéndum homologable. Que nadie pudiera decir, ni en España ni en el extranjero, que aquella votación tenía la menor validez”. Eso mismo he repetido yo mil veces cuando escuchaba que el Estado hizo mal las cosas provocando aquellas lamentables escenas. Ellos fueron los culpables. Y ellos mismos ha dicho una cosa y la contraria: que utilizarían los resultados del referéndum para avanzar en la independencia y que era una herramienta para sentar al gobierno en una negociación. Más torpes imposible. El Estado era un perro grandullón medio adormilado en el que tiene que soportar los ladridos del nervioso perrillo faldero, una y otra vez, hasta que se cansa y suelta un ladrido poderoso acompañado del consiguiente mordisco. Ahora, claro, el perrillo se va con quejas a buscar consuelo a otra parte diciendo lo malo que es el perrazo.
  También se desvía de tanto en tanto del juicio para mantener la salud mental, tarea nada fácil. Y se va a cenar enfrente de la casa donde nació Jardiel Poncela, y recuerda un dicho de él: “Sólo hay dos maneras de conseguir la felicidad, una hacerse el idiota; otra, serlo”. Y en esas estamos.
  Me ha encantado su lectura si bien tampoco he estado de acuerdo en todas sus reflexiones. Como se dice ahora mucho: a veces he visto demasiada equidistancia. No se puede saltar uno la Constitución y pensar que el Estado no va a reaccionar, por mucho que dijera Junqueras que no había nadie al otro lado de la mesa. Sí que había, lo que ocurre es que no había nadie –ni podría haberla- para hablar de una cosa que no les compete: la independencia de una parte de nuestro territorio español. Dos años después la procés está herido, la gente en la cárcel y su entorno sufriendo. Estupendo.

domingo, 14 de junio de 2020

RAFAEL GARCÍA MALDONADO. DIARIO DE CABOTAJE. UNA INMENSA SOLEDAD.



  Lo primero es saber que el autor apenas tiene cuarenta años, está casado y, mientras escribe el libro, tiene un hijo y, a pesar de todo, lo subtitula: Una inmensa soledad. Imagino que a su familia no le agrade mucho dicho subtítulo. Allá cada cual.
  Supe de este autor, de estos diarios, a través del blog de José Antonio Montano, periodista malagueño al que sigo desde el principio, desde que escribía tan brillantemente en el maravilloso, desaparecido y libre blog de Jabois. Y como me gustan tanto los diarios pues me he hecho con él, en una humilde editorial de Sevilla, anantes. Todo sea por animar el cotarro, y a Rafael.
  Rafael García Maldonado es un boticario, un farmacéutico afincado en Fuengirola y con establecimiento en Coin, cuarta o quinta generación de farmacéuticos. Y es un letraherido de manual. Le pasa lo que a muchos que les apasiona leer: todo el tiempo que no escribe y sobre todo, que no lee, le parece una pérdida de tiempo y eso es una enfermedad, de ahí lo de herido.  Por eso protesta del tiempo que le quita su trabajo, las reuniones insulsas, las obligaciones familiares y domésticas, etc. Tremenda la bronca por no hacer las labores de casa. Me ha sonado a algo cercano. Me ha gustado sustancialmente haber hecho el desembolso pues he disfrutado y me ha hecho anotar libros que, habiéndolos tenido en las manos, rehusé llevármelos un día: Los diarios de Miguel Torga, En el culo de mundo, de Lobo Antúnes. Otro más para la colección. Lo pondré al lado de los diarios de Iñaqui Uriarte, de lo que mejorcito.
  Una cosa que me ha chirriado un tanto es su insistencia en triunfar en esto de los libros. En ser el mejor, en poder dedicarse en cuerpo y alma sólo a escribir como profesión. Para eso se presenta a premios, a promocionar sus libros (tiene publicadas un par de novelas y un ensayo con la figura de Benet como tema central), se queja de que hay pocos y malos lectores, etc. Me hubiera gustado un poco más de humildad pero creo que se dejó llevar por ese autor que prescribía que solo hay que dedicarse a escribir quien se considera el mejor. Por eso yo jamás me dedicaré a tamaña tarea.
  Cuando estaba ojeándolo, nada más recibirlo, me topé con un párrafo donde criticaba la ingente labor de Trapiello (palabras mayores) por “traducir” al castellano actual el Quijote. Mal empezamos, pensé. Pero veo con alivio que al final de su lectura se congracia con él y con su labor. Digo yo que Trapiello no obliga a nadie a leerlo como siempre. Le da una oportunidad al lector que quiera leerlo de esa manera. Incluso a nadie obliga a leerlo de una manera u a otra. Yo que lo he leído con gusto y pasión, el de siempre, lo leeré de nuevo para ver qué tal.
  Cosas que he subrayado: “A lo largo de la historia todos los pensadores, todos, han sido unos señoritos”. Que ha hecho que me acordara de lo leído hace poco no sé dónde: que la historia la escriben no los vencedores sino los ociosos, los que pueden escribir y pensar.
  También me gustan muchas de las citas que pone: “Un escritor es alguien para quien la escritura es más difícil de lo que lo es para el resto de las personas”. Thomas Mann.
  Observaciones que me han llamado la atención: Que le gusta la poesía de Luis Alberto de Cuenca porque tiene poquísimo de poesía.  “Una vez –dice él- vio el farmacéutico un folio a mano de Flaubert, donde para un solo párrafo había ensayado veinticinco versiones diferentes”. Por cierto que no me gusta que escriba en tercera persona. Un diario es tan personal que es de uno mismo, nunca mejor dicho. A veces confunde.
  “Lo que para la gente es costumbre, para un escritor es asombro”.
  Ya sé quién lo dijo: “Sólo debería escribir si tienes la sensación de que eres el mejor. Para escribir hace falta paciencia, orgullo y soledad”.
  “Toda palabra es una palabra de más”. Ciorán.
  “A la gente que me dice que no lee le digo que podría ahorrarse la confidencia: se le nota”. Manuel Alcántara.
  Seguiré a este autor. Me ha convencido, y si voy alguna vez a Coín y me hace falta una medicina, iré con gusto a comprarla a su farmacia, y de paso, si surge, charlar un momento de su libro, de los libros.