viernes, 18 de diciembre de 2015

LOS DIARIOS DE EMILIO RENZI. RICARDO PIGLIA.





   ¿Por qué he querido leer estos diarios? Primero, porque me gusta leer diarios, y segundo, porque me gusta Piglia desde que leí su maravillosa novela Plata Quemada. Ahí supe apreciar a un escritor que mima a sus lectores, de esos que son capaces de proyectar en tu cerebro, en cada uno de los cerebros que lo leen, una película en la que cada uno es capaz de situar un tiempo, un espacio y unos personajes con sus historias. Y lo hace tan bien que es capaz de transmitir un poco más: olores, inquietudes, suspenses.
  Emilio Renzi es el alter ego de Piglia. En realidad es el propio escritor o mejor dicho, su primer nombre compuesto y su segundo apellido. Estos diarios forman el primero de una trilogía: Años de formación (1957-1967), Los años felices y Un día en la vida. En esta ocasión los lectores asistimos al recuento de sus primeras películas, sus primeros libros, sus amores, la relación con sus padres; su madre nunca juzgaba a nadie y es la lección que aprendió a la hora de escribir: no juzgar a sus personajes. “Mi madre tiene un criterio moral que yo admiro. Nunca juzga a nadie que sea miembro de la familia, o mejor, siempre absuelve y comprende a quien sea con tal de que pertenezca al clan. Por ejemplo, si en la familia hubiera un asesino serial, mi madre diría: Bueno, siempre fue un muchacho nervioso”.  
  Piglia hace referencias a muchos escritores: Pavese, Fitzgerald, Borges, Hemingway, Henry James, etc, y hace una reflexión sobre la importancia de escribir recordando una frase anotada en un ejemplar de la Cartuja de Parma de Sthendal: “¿Qué hubieras preferido escribir un libro como éste o tener tres mujeres?”, la respuesta que yo le hubiera dado es que hubiera querido tener tres mujeres por haber escrito ese libro, y, si no a la vez, sí tres hermosas mujeres en diferentes fases de una vida, en fin. Y hablando del suicidio: hace muchas referencias a él. No puede ser más inevitable si hablamos mucho de “El oficio de vivir”. “Desde hace un año pienso siempre en el suicidio”, anota el poeta, y añade Renzi: “Obsesión secreta, pasión solitaria, el suicidio es un vicio del pensamiento, manía del intelectual que piensa demasiado, que está condenado a pensar”.  En esta entrada realiza un mini ensayo arrebatador en torno a la obra del diario que llevó y desembocó en la muerte del poeta italiano. Al pie de página no pude evitar poner la palabra “¡¡genial!!” a pesar de las críticas que siempre me hace S. por “señalar” los libros, pero al fin y al cabo son míos y siempre me gusta encontrarme esos subrayados y anotaciones cuando los reviso.
  Como dije, habla de miembros de su familia y reflexiona sobre qué podrían decir personas de ella o de otros conocidos. Así de su padre: “Un hombre que le cuenta a otro sus aventuras amorosas es un tarado, y si encima es el padre de uno, esa estupidez infantil se convierte en algo siniestro”.  
  En varias ocasiones Renzi hace referencia a su falta de dinero. Cuesta hacerse una idea cuando un lector sabe de un escritor de fama el que haya pasado calamidades. Su abuelo lo ayudaba en muchas ocasiones a cambio de que le ordenara sus papeles de la guerra y sus libros y demás archivos. Se nota la obsesión en muchas entradas por intentar atrapar historias. Un escritor lo es siempre a tiempo completo. Al igual, en cierta manera, que un lector obsesivo, y no digamos nada en un comprador obsesivo de libros.
  Pero voy a acabar. Al fin y al cabo escribir lo que sea consta en gran medida en podar y podar: “Lo omití basándome en mi teoría de que se puede omitir cualquier cosa si se sabe qué omitir y que la parte omitida refuerza la historia y hace al lector sentir algo más de lo que ha comprendido”. Hemingway.
  Pues eso, a esperar con ansia el segundo tomo.

lunes, 14 de diciembre de 2015

MILENA BUSQUETS. TAMBIÉN ESTO PASARÁ.



 
  No acostumbro a leer esta clase de novelas pero alguna crítica entusiasta y el tema, la muerte de una madre, hizo que me pusiera manos a la obra.
  El libro se lee bien. Puede recordar un poco, pero de forma mucho menos dolorosa y descarnada, a Cinco horas con Mario, de Delibes.  
  Blanca es la protagonista de la novela y la narradora. Y comienza por contar que ha perdido a su madre y que quiere hablar de ello y de su recuerdo. De los recuerdos que le ha dejado su madre pero también habla de ella, de sus amores (se sigue acostando con su ex), de sus frustraciones, de sus hijos, de su trabajo, en fin, de su vida.
  Utiliza mucho las frases efectistas que tanto me gustan: “Una de las mejores maneras de descubrir los rincones secretos de una ciudad, no los románticamente secretos, los de verdad improbables, es enamorándote de un hombre casado”. Al parecer muchas de las vivencias que se cuentan son autobiográficas; que tratándose de una novela, es donde más verdades pueden decirse.
  Hace observaciones muy acertadas y con las que estoy de acuerdo: “La fuerza física de los hombres sólo debería servir para darnos placer, para estrujarnos hasta que no quede ni una gota de pena ni de miedo en nuestro interior”.
  Una frase que también me ha gustado y que me ha recordado que una vez la dijo Antonio Gala casi con las mismas palabras: “¿Sabes una de las cosas más duras de hacerse viejo?” Me dijo un día. “Darse cuenta de que lo que explicas ya no le interesa a nadie”.
  Y una con la que estoy especialmente de acuerdo; con pena: “Acabaremos siendo quienes somos, la belleza y la juventud sólo sirven para camuflarnos durante un tiempo”.
  En la novela su protagonista y varios personajes más se establecen de manera temporal en Cadaqués y uno asiste a un verano en tan aconsejable lugar del Mediterráneo donde pueden verse los paisajes soleados, los olores a pescado, el mar…
  Hay una escena en la que ella finge no ver a un hombre que está cerca y que le gusta. Y hace una observación valiosísima: “Si los hombres supieran la cantidad de veces que las mujeres nos pasamos esta película, no se atreverían ni a pedirnos fuego”. O sea, del deseo que siempre parece disimular mejor la mujer que los del otro género.
  Las frases se suceden en una efectiva primera persona que la hace estar muy cerca al lector. Sabe crear un ambiente de confortable de intimidad.
 Algunas veces deja traslucir un cierto recuerdo ante la pesadez y el excesivo control que ejerció madre sobre hija, pero al final subyace lo que siempre es una madre: un artefacto insustituible.
 

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Oliver Sacks. En Movimiento.




He querido imprimir y guardar entre las páginas de este libro la carta que Oliver Sacks envió al New York Times y que se publicó en El País a modo de despedida. Tenía cáncer y sabía que estaba próximo el final. Las primeras frases son un lamento por no poder contemplar los descubrimientos que se avecinan en el campo de la biología, la física o la medicina. Sé de algunos que lamentan dejar este mundo sobre todo por perderse finales de futbol de su equipo favorito. Bueno, qué más da. A todos nos duele morir porque supone perdernos cosas que nos gustan, ya sean sushis o libros. Yo espero, como esperaba Borges, que en el paraíso haya una biblioteca infinita.
  Los primeros capítulos coinciden en algunas cosas con El Tío Tungsteno, el libro sobre su infancia, sobre su tío y sobre el aprendizaje, pero como he dicho antes, intercala casos, anécdotas e historias que vienen al pelo y no despistan para nada lo que nos está contando: su vida.







“Cuando era interno en el Hospital  Middlesex, hubo un caso que me afectó mucho. Joshua, un joven aficionado como yo a la natación, ingresó en la unidad médica con unos extraños y desconcertantes dolores en las piernas. A partir del análisis de sangre se le hizo un primer diagnóstico, y, a la espera del resultado de otras pruebas se le permitió pasar el fin de semana en casa. El sábado por la noche, mientras estaba en una fiesta con un grupo de jóvenes, entre ellos algunos estudiantes de medicina, uno de éstos le preguntó a Joshua por qué lo habían ingresado en el hospital. Él contestó que no lo sabía, pero que le habían dado unas pastillas. Le enseñó el frasco a su interlocutor, que al ver “6MP” en la etiqueta exclamó: “Jesús, debes de tener una leucemia grave”. La narración sigue contando que el caso derivó en un dolor cada vez más insoportable que ningún opiáceo ni droga alguna lograba calmar. Chillaba de dolor día y noche.
  “No debería haberme sujetado –me dijo-. Pero supongo que tenía que hacerlo”.
  Unos días más tarde murió atormentado por el dolor”. Oliver Sacks lo había salvado unas semanas antes cuando había intentado saltar desde lo alto del pabellón.
  Con este libro uno descubre facetas de su vida que no podría sospechar. Había sido levantador de grandes pesas que luego le hicieron arrepentirse: se machacó las rodillas y llegó a tener serios problemas con su espalda. También con las drogas de las que llegó a abusar en exceso: marihuana, anfetaminas, ácido (divertido cuando cuenta que en un viaje en autobús veía claramente a los usuarios con cabezas en forma de grandes huevos y con ojos enormes), heroína, etc. Estuvo nadando hasta casi el final de sus días y le gustaba cabalgar en su moto por carreteras solitarias. También cuenta sus escasos encuentros sexuales y de cómo un abandono le hizo mantener una castidad voluntaria durante los treinta y cinco años siguientes.

    




  Sabe contar también escenas cotidianas llenas de encanto y delicadeza: “A principios de 1994 me adoptó una gata callejera. Una noche regresaba de la ciudad y allí estaba, sentada impertérrita en mi porche. Entré en casa y saqué un platito de leche, que el animal lamió sediento. A continuación levantó la mirada hacia mí, una mirada que decía: “Gracias, amigo, pero también tengo hambre”. Uno puede ver esa cara de la gata como si la tuviera delante.
  El Doctor Sacks representaba lo que todo paciente desea de un doctor: empatía. Sabía entender y ponerse en el lugar del que sufre; para él eran personas y por eso le supuso algunos encontronazos con la estructura médica. Un hombre le decía “Soy un hombre condenado, me encuentro Little Ease”, “Ease era una celda de la Torre de Londres tan pequeña que un hombre no podía estar de pie ni echado, nunca podía estar cómodo”.
  Frases entresacadas de su carta de despedida:

“Para mí, mi percepción de la belleza del cielo, de la eternidad, estaba asociada indisolublemente a una sensación de fugacidad y muerte”.
“Y ahora, en este punto crítico, cuando la muerte ya no es un concepto abstracto, sino una presencia —demasiado cercana e innegable— vuelvo a rodearme, como cuando era pequeño, de metales y minerales, pequeños emblemas de eternidad”.

“Los lémures están próximos a la estirpe ancestral de la que surgieron todos los primates, y me gusta pensar que uno de mis propios antepasados, hace 50 millones de años, era una pequeña criatura que vivía en los árboles no tan diferente de los lémures actuales. Me encantan su saltarina vitalidad y su naturaleza curiosa”.
  Y la despedida en su libro, sabiendo ya que le quedaba poco: En el curso de mi vida, larga y rica en experiencias, ha habido centenares de personas que han sido valiosas e importantes, pero sólo he podido incluir unas pocas dentro de los límites de este libro. Que tengan las certeza, los demás, de que no los he olvidado, y que permanecerán en mi memoria y en mi afecto hasta el día de mi muerte”.

  Oliver Sacks murió el día 30 de agosto de este año. No lo olvidaré nunca.