martes, 16 de diciembre de 2014

CARTAS A LOUISE COLET. GUSTAVE FLAUBERT




En primavera se instalan en el Paseo de Recoletos de Madrid los puestos de venta de libros viejos y de ocasión. Suele hacer buen tiempo y es una delicia pasear entre los libros, las cervecerías al aire libre y las mujeres que van despojándose poco a poco de la ropa de invierno. Siempre voy al menos un día a echar un vistazo, bien es cierto que cada vez con menos esperanzas de encontrar algo apetitoso. Pero todo el mundo al que le guste este mundo se habrá dado cuenta de que su precio está a la baja; al menos en los libros usados. Nada más llegar vi este ejemplar de Siruela mezclado con los mismos best sellers de siempre. Lo cogí con miedo y me llevé una sorpresa cuando vi el precio. ¡8 euros!, 8 euros por un libro que tenía ganas de leer desde que escuchara la mítica conferencia de Vargas Llosa en la Juan March, ensalzándolo vivamente.
  En el libro se publica la correspondencia que tuvo Flaubert con la poetisa Louise Colet durante ocho años. Las cartas de vuelta, las de ella fueron destruidas por una tía remilgada del escritor por resultarle indecorosas; lo que supuso, en boca de Vargas Llosa, un odio eterno a su figura. Aparte de ser un libro de cartas es también un retrato en directo, en vivo, del esfuerzo titánico que supone embarcarse en la realización de una novela; sobre todo si es una novela perfecta como lo es Madame Bovary. También es un canto a otros libros: me acuerdo sobre todo de sus loas a Shakespeare, a Byron, Ronsard, Cervantes, etc. Y todo dicho con una riqueza de lenguaje, de metáforas y expresiones insuperables, como cuando arrasadoramente divertido cuenta un dolor de muelas.
  Pasajes que he subrayado. “A veces trato con gente que me ha calumniado y robado, y les pongo tan buena cara como a los demás, porque, en el fondo, les quiero tanto, o tan poco, como a los otros”.
  “si no funciona desde el principio (la escritura de su San Antonio)  dejo plantado el estilo para dentro de largos años. Me dedicaré al griego, la historia, la arqueología, lo que sea, en fin, cualquier cosa más fácil. Pues demasiado a menudo encuentro estúpido el esfuerzo inútil que hago”.
  “¡Cómo te compadezco por el regreso del legítimo! Después del hastío de no vivir con la gente a quien se ama, lo peor que hay es vivir con la que no se ama. Ten paciencia y deslígate de lo contingente, como ante el filósofo”.
  “Cuanto más se vive, más se sufre. Para remediar a la existencia, ¿no se han inventado, desde que existe el mundo, mundos imaginarios, opio, tabaco, licores fuertes y éter? ¡Bendito sea quien descubrió el cloroformo! Los médicos objetan que se puede morir con él. ¡Pues de eso se trata!”.
  “Desde hace tres semanas, sobre todo, mis cabellos caen como si fuesen convicciones políticas”.
    “La visión de mi leña ardiendo me regocija tanto como un paisaje. Siempre he vivido sin distracciones; necesitaría algunas grandes. Nací con un montón de vicios que jamás han asomado  la nariz por la ventana. Me gusta el vino; no bebo. Soy jugador, y jamás he tocado una carta. Me gusta el placer, y vivo como un monje. En el fondo soy místico, y no creo en nada”.
  “Si tratas de agradar, ya has caído”, dice Epicteto”.
  “La literatura, como la sociedad, necesita una rascadera para hacer caer la roña que la devora”.
  “La idea de dar la vida a alguien me produce horror. Me maldeciría si fuese padre. ¡Un hijo mío! ¡Oh, no, no, no! Perezca toda mi carne, y que no transmita a nadie el hastío y las ignominias de la existencia!”.
  “El hombre que nunca ha estado en un burdel debe de tener miedo del hospital. Son poesías del mismo género”.

sábado, 13 de diciembre de 2014

ETAPA 4. O PEDROUZO-SANTIAGO DE COMPOSTELA. 12 DE SEPTIEMBRE DE 2014.




  He dormido bien y me siento reconfortado. Preparo todas las cosas con ilusión y también con algo de pena porque sé que por la tarde todo habrá acabado. He quedado a las seis y media con la encargada de los desayunos. Soy el único en el salón. Salgo a las siete en punto. La madrugada es fresca pero agradable. Discurro al principio por las calles oscuras de las afueras pero en cuanto llego a la principal me encuentro con gente que ya ha emprendido la marcha. Enseguida distingo a las dos mujeres de Pozuelo con las que conversé ayer. Son simpáticas y al parecer de alto nivel económico. Nos contamos nuestros viajes. Les cuento los últimos míos pero es imposible estar a la altura. Ellas han estado en todas partes y en sitios muy exclusivos. Una de ellas ha estado este verano en el Kilimanjaro en un resort de lujo. La otra en las islas Mauricio o algo parecido. Pero es igual, son simpáticas y, como dicen ellas, muy independientes. Cuando llevamos una hora comienza a clarear y deciden hacer un alto para desayunar así es que nos separamos. Yo sigo adelante. A media mañana sin embargo las vuelvo a encontrar. Y me cuentan algo sorprendente. Han conocido a Arantxa en el sitio del desayuno. Y ¡han hablado de mí! Con los datos que les di de ella enseguida nos relacionaron. Ella, Arantxa, se acercó a ellas dos en la barra, comenzaron a charlar y en cuanto dijo que era de Bilbao le dijeron que me conocían. Ha sido una suerte haber coincidido con ellas.
 
    La temperatura se hace cada vez más agradable, llego a las inmediaciones del aeropuerto de Santiago. El camino pasa justo por el borde de la valla de separación y tengo la suerte de ver un avión a punto de aterrizar. Se puede ver perfectamente el tren de aterrizaje y oír la potencia del motor desacelerando. Después de unas cuantas cuestas llego a las líneas rectas y anchas del camino que llevan directamente al Monte del Gozo. Ahí es donde casi se puede dar por finalizado el camino. Muchos se abrazan y algunos lloran. La ciudad está a nuestros pies. Y ya es todo un río de gente el que discurre hacia la ciudad. Muchos van cojeando al borde de las fuerzas. Casi sin darme cuenta y cuesta abajo  voy llegando a los arrabales de la ciudad. Ahora me arrepiento de no haber reservado una noche más e ir tranquilo. Ahora debo encontrar un hotel donde ducharme, un sitio donde comer y enseguida ir a la estación para coger el tren a Madrid de las 16.30.
 


 Como siempre la entrada en la plaza de la catedral es grandiosa. Esta vez algo menos porque toda la fachada está en rehabilitación y le quita mucha prestancia. Hay mucha gente; más de lo normal por ser este domingo precisamente en el que acaba aquí la vuelta ciclista. Me tumbo como es costumbre en el suelo apoyado en la mochila. Una guapa guía que va llevando un grupo de gente mayor me señala, le hago un gesto de cansancio y me guiña un ojo. No hay casi un sitio libre. Busco por todas partes un sitio para la ducha y como no lo encuentro decido gastar el poco tiempo en la cola para obtener la credencial del camino. Casi hora y media esperando. Al menos ahora no hay que pagar por obligación. Sólo la voluntad. Sigo buscando. Necesito una ducha como el comer. Hay una puerta abierta de lo que parece ser una pensión y una mujer fumando. Le pregunto y me dice que ella es la encargada pero me dice que está todo completo. Sin embargo, como dicho en secreto, me dice que una chica se está retrasando y que puedo usar un baño. Cinco euros lo arreglan todo. No está mal por un rato de agua. Los pago con agrado. Después, ya más limpio y tranquilo voy a buscar un sitio para comer. Antes paso por la puerta de una librería que tiene buena pinta. Pero los dos o tres títulos que pido no los tienen. En las callejuelas estrechas de la ciudad hay infinidad de restaurantes, turísticos la mayoría pero aun así de bastante calidad. Me decido por uno en el que un grupo de señores mayores toman unos vinos y hablan de política. Me siento cerca de ellos y pido el inevitable pulpo y una cerveza artesana. Cada vez me arrepiento más de no haberme quedado una noche más. Para acabar me tomo el último gin-tónic del viaje con la estupenda ginebra Nordés y una tarta de orujo. 

 
  Voy luego dando un paseo hasta la estación. En el tren se sienta un hombre más o menos de mi edad. Despliega un portátil en sus rodillas y estamos las seis horas sin decirnos una palabra. Solo al final, cuando estamos llegando a Chamartín, nos contamos la vida. Él tiene que esperar en la estación hasta las siete de la mañana que es cuando su tren sale a Valencia. Qué vida más dura llevan algunos. Ha asistido a un congreso sobre diseño gráfico. Yo me doy prisa para intentar llegar a una cena de amigos. La cena de todos los viernes donde cenamos tan bien y donde nos reímos tanto. 


 

 
  Cuando llego a casa no hay nadie. Sé que ella, J., está en la cena y las niñas se habrán ido a dormir a casa de algunas amigas. Saco toda la ropa sucia que es poca porque he ido tirando cosas por el camino. Coloco todo, me ducho y me relajo tanto que soy incapaz de tomar iniciativa alguna para moverme. A las zapatillas que tanto me han hecho sufrir le quito los cordones y las tiro a la basura. Envío un mensaje a los amigos con disculpas verdaderas y me meto en la cama. Y me prometo a mí mismo que el año que viene haré lo mismo. Emprenderé un viaje en solitario y a pie porque es la mejor manera de sentir plenamente la libertad, olvidando por unos días la rutina diaria. Solo espero que las cosas no se tuerzan y pueda realizarlo porque en la vida muchas veces las cosas pueden cambiar de un momento para otro. Tardo en dormirme es una duermevela nerviosa y molesta. Tarde ya J. llega, se mete en la cama y no me pregunta nada. Solo al rato me abraza, nos abrazamos. Es sano, muy sano que las parejas de vez en cuando vivan separadas aunque sea solo unos días. Luego duermo plácidamente hasta bien entrada la mañana. El hogar es más dulce cuando has llegado a echarlo de menos.


viernes, 5 de diciembre de 2014

LA CAVERNA. JOSÉ SARAMAGO.





  Esta novela de Saramago es una protesta detallada sobre la desaparición de los trabajos artesanos. Trata de un alfarero que junto con su hija hacen cerámica de calidad y después la venden en un gran centro comercial. En éste trabaja su nuero como vigilante de seguridad.
  De la contraportada “Una familia de alfareros comprende que ha dejado de serle necesaria al mundo. Como una serpiente que muda de piel para poder crecer en otra que más adelante también se volverá pequeña, el centro comercial dice a la alfarería: Muere, ya no necesito de ti”.
  Y entonces he pensado que en esta sociedad que nos toca vivir hay muchas profesiones, muchos conocimientos, muchas ¡personas! que ya no son útiles a la sociedad. O dicho de otra manera: da la impresión que sobra gente. O más cruel: las personas son en infinidad de casos un estorbo del gobierno, un ente que cuesta dinero y subvención al estado, un ser improductivo que cuesta mucha energía mantener viva. ¿No serán las guerras una  suelta de lastre de una gran masa humana acumulada?
  La novela tiene casi cuatrocientas páginas y creo que, aun entendiendo que es una buena idea bien llevada, le sobran la mitad. Hubiera sido un buen cuento. Hay muchas escenas repetitivas y prescindibles. Y además. ¿No es eso el mercado? ¿La ley de la oferta y la demanda? ¿No le pasa eso hoy en día a infinidad de personas? ¿Incluso a reputados expertos informáticos o periodistas o médicos? ¿Qué pasa si algo deja de venderse?
  Capeemos el temporal y recemos porque de pronto no se necesiten soldados para ir a ajustar las cuentas.

sábado, 29 de noviembre de 2014

EL GIOCONDO. FRANCISCO UMBRAL.




 El Giocondo es una novela del año 70 del que fuera contraportadista de El Mundo durante infinidad de años. Era lo primero que leía yo tomando el café de la madrugada si encontraba el periódico libre. Siempre me pareció un milagro que se pudiera volar, diariamente, con esa agilidad  sin darse un morrazo. Ese mismo año envió a la imprenta dos libros más porque al escritor madrileño se le murió un hijo con seis años de leucemia y eso te hace tirar por dos o tres caminos posibles: tirarte de un puente, pegarte un tiro o amarrarte a la silla de la escritura para no volverte a levantar nunca más. Su escritura, su estilo,  era como un volcán de pus mortal en el que de vez en cuando podías oler la fragancia de una rosa.
  El libro lo podría haber firmado Almodóvar una década antes de la movida madrileña si hubiera tenido el talento necesario. Va de un joven homosexual que frecuenta diferentes antros y acompaña a diferentes tipos excéntricos. Tipos abatidos que no esperan de la vida más que alguna caricia prohibida... No me ha gustado porque me ha recordado los años grises de mi infancia en esa España uniformada de orden y malos olores… y qué bien lo explica: “¡Ah, el olor de los alientos! ¿Cómo pueden ese hombre y esa mujer, o esos dos hombres –se preguntaba a veces el Giocondo- besarse, hablar tan cerca el uno del otro, bailar juntos, con esa fetidez que exhala el personaje? ¿Es que el otro no tendrá olfato? ¿Cómo se puede soportar eso?...”.
  Me he sentido mal leyendo este libro y al final he acelerado de lo lindo para salir de ese mundo ya felizmente acabado, polvoriento. O quizá no, pero al menos las paredes, en los antros, ya no están forradas de brillante terciopelo granate.