Los oficios. Yo soy manazas pero hace años me dio por forrar una pared  de mi casa con maderas. No era un trabajo muy difícil. Se clavaban unos  listones a la pared y luego las tablas con sus clavitos a esos listones.  Estuve así varios días y hasta estaba sintiéndome orgulloso. Me  separaba de la obra y todo como hacen los pintores, levantando el pulgar  para ver la perspectiva. Era un viernes por la noche y solo me quedaba  hacer el último tramo, el último listón. Lo puse en la pared –encima  justo de la línea azul que había dibujado sobre el yeso- y cogí el  último clavo, tamaño súper. Agarré el martillo y empecé a hundirlo –el  clavo- en la pared. Hubo una resistencia inexplicable. Pensé que podría  ser un nervio de las junturas entre ladrillos. Entonces le di un golpe  seco, con determinación. Todo lo que ocurrió de seguido fue de locos,  como de una película surrealista o hiperrealista. Del agujero salió una  línea de agua. Una línea recta que fue a estrellarse con rabia a la  pared de enfrente, a cinco metros de distancia. A la vez que me puse a  gritar intenté taponar el agujerito con las dos manos pero solo conseguí  dibujar una palmera acuática alrededor, estropeando de paso un mueble  de madera que acabábamos de poner a juego con el color de los tablones.
  Dicen que en situaciones de mucho estrés el cerebro trabaja a tope  para encontrar más rápido una solución. El mío no. No recordaba, o no  sabía, dónde estaba la llave de paso. Le di media vuelta a todo lo que  tenía forma de llave de paso pero aquello, el chorro, no disminuía en su  vigor.  Cuando quise encontrarla -estaba arriba, en la cocina- digamos  que el nivel del agua estaba por encima del borde de los zapatos. Al  cortarse el agua, desde el baño se escuchó un grito para protestar  porque alguien estaba bañando un bebé.   Bueno, el resto no tiene la  mayor importancia. Voy a lo que iba.
  Por la mañana llamé a un teléfono que tenía de un fontanero conocido  de mi suegro. Me dijo que era sábado y que para cuando terminara de sus  avisos sería demasiado tarde. Pero cedió ante mis súplicas. Pasadas dos  horas acudieron dos hermanos muy jóvenes. Vieron y contemplaron “mi  obra”. Sonrieron entre ellos. Abrieron su caja de herramientas y en diez  minutos me rompieron la pared y cortaron y soldaron un tubo de cobre.  Todo hecho con la mayor profesionalidad  ¡Y solo me cobraron cien euros!  Los abracé, les di una buena propina y les dije que lo que hacían, a lo  que se dedicaban, ayudando así a los demás, era una de las mejores  cosas a las que puede dedicarse un ser humano de provecho. En este caso,  dos. Ellos no estuvieron muy de acuerdo pero me dieron efusivamente las  gracias y se fueron con ese orgullo que debe dar hacer un trabajo bien  hecho. Me dejaron de recuerdo el tramo de la tubería cortado: un tubito  de cobre del grosor de un dedo meñique con su esplendoroso agujerito,  situado  justo en el centro.
"Lo que son -las cosas-, para ponerse a -llorar-"
ResponderEliminarNo se que decidiste "hacer" con tu "obra de arte" al final... por lo menos "con las evidencias"
Lo detallabas con tal "buen aguero", que lo mas que llegue a "pensar" es que "te machacastes" el dedo, al terminar de -clavarlo.
No se que hubiese sido "peor"... por lo menos para ti.
!!Que DECEPCION!!
!!Felices Fiestas!!
Ysa,
No me machaqué el dedo, querida Ysa. La "obra" se secó y quedó concluida. Ahora, a las visitas, la enseño con orgullo.
ResponderEliminarUn abrazo y que lo pases bien.